The End of the Tour se centra en la historia de la entrevista de cinco días entre el reportero de la revista Rolling Stone David Lipsky y el aclamado novelista David Foster Wallace, que tuvo lugar justo después de que se publicara la novela épica y revolucionaria de Wallace en 1996: «La Broma Infinita».

  • IMDb rating: 7.4
  • RottenTomatoes: 91%

Película / Subtítulo (Calidad 1080p)

 

Realizador con una trayectoria, hasta el momento, corta pero suficientemente sólida dentro del último cine independiente, James Ponsoldt continúa demostrando con The End of the Tour (2015), su cuarto y notable trabajo, que lo suyo son las historias intimistas protagonizadas por personajes conflictivos e imperfectos. Su listón se había colocado muy alto con sus dos anteriores cintas, ya que con Smashed (2012) facturó uno de los dramas sobre la adicción al alcohol más sinceros de los últimos tiempos, apoyado en una descarnada interpretación de Mary Elizabeth Winstead, mientras que con The Spectacular Now (2013) nos regaló un romance adolescente realmente delicioso y alejado de los convencionalismos y el almíbar habitual del género, extrayendo, de nuevo, dos fabulosos trabajos de la pareja protagonista, los “divergentes” Miles Teller y Shailene Woodley. Con The End of the Tour, Ponsoldt filma la que podría ser su película más arriesgada (al menos desde el punto de vista comercial) hasta la fecha, pese a contar con dos estrellas tan en alza como Jason Segel y Jesse Eisenberg como cabeza de cartel. La entrevista que unió durante cinco días al reportero de la revista Rolling Stone David Lipsky con el reputado novelista David Foster, en plena promoción de su emblemática obra literaria La Broma Infinita (1996), considerada unánimemente por la crítica como una obra maestra arriesgada y genial —más de mil páginas repletas de cientos de notas al final de las mismas, tocando todo tipo de géneros (distopía, política, sátira, tragicomedia, ciencia ficción)— , es, ni más ni menos, la excusa argumental sobre la que sostiene este filme.

La película, más que el típico biopic de manual, de esos que tanto gusta nominar a los Oscars en Hollywood, se centra más en la pequeña (y episódica) historia de amistad entre dos personas de caracteres completamente diferentes a las que, sin embargo, terminan uniendo más cosas de las que ellas mismas imaginaban antes de cruzar sus caminos. Jesse Eisenberg, con su sempiterno aire de chico raro, sabe dotar a su rol de Lipsky de ese entusiasmo propio del escritor en ciernes que ha publicado varios trabajos que han pasado sin pena ni gloria por los estantes de las librerías, y que encuentra la oportunidad de entrevistar a un novelista cuya inteligencia admira sobre todas las cosas y que toma como ejemplo a seguir. Sediento de zambullirse en la compleja psicología de su entrevistado, con el fin de escribir su mejor artículo fuera de la temática musical, cuando al fin convive con Foster bajo el mismo techo, lo que descubre es a una persona amigable y de trato fácil, pero, a la vez, tremendamente insegura y torturada, algo que contribuye a desmitificarlo a sus ojos. Sumido en una depresión crónica que le acompaña desde hace más de dos décadas (y que le llevaría al suicidio en 2008 a la edad de 46 años), y con continuos altibajos de humor, los celos patológicos, el miedo a ser un fraude para sus seguidores o la búsqueda de un entorno en el que ser aceptado por sí mismo y no por lo que representa (esas escapadas para bailar a la iglesia bautista), son las constantes en el día a día de un hombre que vive alejado del mundanal ruido con la única compañía de sus perros. Jason Segel, cuyo innegable talento para la comedia ha sido estupendamente explotado en las producciones de Judd Apatow o en la exitosa serie televisiva Cómo conocí a vuestra madre, se desmarca del tipo de personajes que había desempeñado hasta el momento, logrando la mejor actuación de su carrera en el papel de David Foster, de quien captura con maestría sus conflictos internos sin ahondar en los aspectos más sensacionalistas de su vida (presumibles coqueteos con la heroína y promiscuidad sexual, por ejemplo) dotándolo de una encantadora y desaliñada excentricidad que no va reñida con una gran fragilidad que se refleja en un comportamiento a menudo infantil.

Del mismo modo que en la nostálgica Almost Famous (Cameron Crowe, 2000) un joven periodista de Rolling Stone crecía como persona a raíz de la experiencia de cubrir la gira de una famosa banda de rock, en The End of the Tour el personaje de Lipsky aprende muchas lecciones de sus días junto a Foster, descubriendo que, pese a que su mayor ambición era la de alcanzar en el futuro el reconocimiento de su admirado referente, lo cierto es que éste tampoco se siente plenamente realizado, viviendo con la latente amenaza de que su siguiente trabajo no esté a la altura de lo ya conseguido. Esta frustración de quien, aparentemente, ya ha tocado el cielo con los dedos, así como temas tan mundanos como la adicción a la televisión, el amor platónico hacia la cantante Alanis Morissette, el placer culpable de disfrutar de la ruidosa Broken Arrow: alarma nuclear (John Woo, 1996) o consumir comida basura de manera compulsiva, delatan a un Foster que poco o nada tiene que ver con esa mente brillante e inalcanzable que firmó La broma infinita, algo que une a los dos protagonistas en una experiencia vital en donde la amistad verdadera acaba imponiéndose a la inicial colaboración laboral. El guion de Donald Margulies, magnífico, consigue la difícil misión de hacer que la película sea sumamente entretenida pese a sostenerse en una continua sucesión de diálogos (la mayoría de los cuales en formato preguntas y respuestas) inteligentes e irónicos. La química entre Segel y Eisenberg, auténtica artífice de que este filme llegue a buen puerto, es brutal, consiguiendo que el espectador empatice con dos personajes que comienzan charlando sobre el proceso creativo de una obra, y terminan abriendo sus almas en canal para mostrarnos cuán decepcionantes y vacías son, en el fondo, sus existencias. Ponsoldt lo ha vuelto a hacer. Consigue emocionar de forma sutil, sin necesidad de emplear trucos baratos para tocar la fibra sensible del espectador (incluso la banda sonora de Danny Elfman se mantiene elegante y comedida en un segundo término), intercalando alguna que otra sonrisa en un relato iniciático entre amable y melancólico que, finalmente, deja un poso de amargura en el espectador tras su visionado. (José Martín León – ElAntepenúltimoMohicano.com)