En The Silent Partner, días antes de navidad, un ladrón disfrazado de Papá Noel ve frustrado su asalto a un banco. Un humilde contable se queda parte del dinero sin que nadie se percate, excepto el atracador. Al verlo, éste le persigue para que le dé su botín.

  • IMDb Rating: 7,5
  • RottenTomatoes: 85%

Película / Subtítulo (Calidad 1080p)

 

Obra maestra del suspenso tan sexy como tenebroso y película fundamental en el desarrollo posterior del cine canadiense de género, amén de ser uno de sus exponentes más conocidos y reverenciados a nivel internacional, The Silent Partner, en términos prácticos adquiere la forma de un “manual de instrucciones” sobre cómo robar un banco, tanto desde el interior de la execrable institución usurera como desde el mismo exterior social: el opus, dirigido por Daryl Duke y escrito por un joven Curtis Hanson a partir de la novela Piensa en un Número (Tænk på et tal, 1968) del danés Anders Bodelsen, analiza la compleja y peligrosa relación que se establece entre dos hombres que se vuelven cómplices tácitos en un atraco y luego compiten entre ellos para llevarse el máximo galardón, el dinero del banco, y hasta para quedarse con el premio consuelo, una mujer que también gusta de coquetear con ambos señores. Enmarcada en un clasicismo de izquierda que obvia toda corrección política y se sumerge en un nihilismo que jamás pide perdón por la deliciosa escalada criminal de los protagonistas, la obra asimismo retrata la cultura actual del paradójico ventajismo recíproco de una manera muy cerebral aunque al mismo tiempo sin perder de vista cierto sustrato de comedia negra que sin duda está presente a lo largo de la progresión dramática, como indicando que nos movemos en una tablero de ajedrez donde cada jugada es decisiva porque puede llegar a ser mortal para todos los involucrados y/ o para los anhelos o sueños en función de los cuales han edificado cuidadosamente su mundo.

The Silent Partner arranca centrándose en Miles Cullen (Elliott Gould), un cajero aburrido y gris de una sucursal en un shopping del Primer Banco de Toronto que colecciona peces raros y está enamorado secretamente de la oficial de operaciones de la entidad, Julie Carver (Susannah York, vista en Images un par de años antes), quien a su vez está teniendo un affaire con el gerente casado del lugar, el estúpido y pedante Charles Packard (Michael Kirby). En un buen día de diciembre descubre en un carbónico institucional la frase “tengo un arma en el bolsillo, deme todo el dinero en efectivo”, lo que parece ser el ensayo de un robo que fue abortado, circunstancia que deriva en Miles deduciendo la identidad del ladrón cuando se topa con una pancarta navideña de un Santa Claus/ Papá Noel/ San Nicolás invitando a la donación para los desahuciados con una G muy similar a la de aquel escrito. En vez de dar aviso a la policía o a los jerarcas del banco, Cullen decide aprovechar el asunto y así cuando llega el momento del asalto sólo le entrega al señor con el traje rojo y la barba blanca una mínima parte del generoso dinero disponible en caja, quedándose él con el resto. La contraparte resulta ser el espeluznante Harry Reikle (Christopher Plummer), un psicópata misógino e hiper violento que se fuga de la sucursal a los tiros y descubre por los noticieros que el monto supuestamente sustraído es de 48.350 dólares canadienses, lo que provoca que de inmediato se desquite golpeando y violando salvajemente en un sauna a una pobre prostituta adolescente (Nancy Simmonds) y después comience un acoso porfiado contra Cullen en pos de obtener todo el dinero robado.

La sociedad muda -y de lo más incómoda- entre ambos a la que apunta el título se da desde el inicio, con Miles callándose cuando reconoce a Reikle en los prontuarios policiales y Harry también por supuesto no diciendo nada acerca de la “mexicaneada” colateral de Cullen, planteo que los deja atrapados en un sutil juego del gato y el ratón -turnándose en cada rol/ posición de manera intermitente- que comienza con los seguimientos callejeros, las amenazas telefónicas y las invasiones al domicilio del cajero en busca de los billetitos por parte del criminal de profesión, sin saber que los susodichos están en una de las cajas de seguridad del banco y que las llaves de la misma se ocultan en un frasco de mermelada de grosella negra en la heladera del departamento de Miles. Eventualmente Cullen se cansa y decide contraatacar siguiendo a Reikle hasta su casa e inculpándolo ante la policía del robo de una camioneta, a la que sustrae de sopetón y deja en la puerta de la vivienda del hombre con el objetivo de a posteriori hacer una llamada anónima trasladando la culpa a un Harry que termina preso -además- por la golpiza y la violación. Justo cuando las cosas parecen irle mejor porque comienza un acercamiento hacia Julie y hasta conoce en el funeral de su padre a la también hermosa Elaine Muriel (Céline Lomez), una señorita que afirma haber trabajado en el asilo donde se hospedaba el anciano progenitor de Miles, el cajero se queda sin las llaves de la caja fuerte porque la Señora Evanchuk (Aino Pirskanen), una mujer que limpia su hogar, le tira a la basura el frasco de mermelada en cuestión. El reencuentro final entre ambos protagonistas obedecerá a la salida de prisión de Reikle, el cual consigue que la chica retire la acusación, y a la estratagema de Cullen, quien termina descubriendo que Elaine es cómplice/ novia/ meretriz de Harry, para recuperar el acceso a la caja fuerte con el dinero, haciendo pasar a Muriel como una clienta y convirtiéndola en su secuaz en eso de llamar a un cerrajero para abrir la cerradura evitando la intervención de Carver y Packard.

The Silent Partner es un verdadero oasis dentro de una comarca bastante lineal como el suspenso ya que permite múltiples lecturas de acuerdo al interés de cada espectador, demostrando la mano maestra del norteamericano Hanson en el armado de la sucesión de escenas y el profesionalismo del canadiense Duke, un realizador artesanal con una larga carrera en la televisión y algunas otras incursiones en la gran pantalla, ninguna superando a la presente: más allá de ser la principal responsable de lo que a futuro sería el fetiche del cine -y sobre todo de los thrillers y las epopeyas de acción- con erigir una gesta de bandidos en épocas navideñas, The Silent Partner nos ofrece en primera instancia un prodigioso relato de hostigamiento entre dos adalides a priori muy distintos que incluso incorporan un factor de promoción social gracias a la actividad delictiva (en esencia Cullen se transforma en un “ganador” con las mujeres y cambia su temple apático debido al inefable atraco y al vuelco de su intelecto hacia las estrategias de defensa y la embestida contra Reikle), en segundo lugar un trasfondo romántico picaresco insólito tratándose de una obra mainstream (todos en el banco son o unos payasos bien ridículos o unos maniáticos sexuales, y además del conventillo sentimental entre los dos protagonistas, las dos mujeres y el gerente del banco también hay que sumar -primero- a la esposa de este último, esa Señora Packard en la piel de Charlotte Blunt que coquetea con Miles, y -segundo- al triángulo entre la rubia tonta de Louise, el regordete Simonsen y el zorro de Berg, todos empleados interpretados por Gail Dahms-Bonine, John Candy y Micheal Donaghue), y finalmente un villano muy realista que le debe mucho al sadismo del Robert Mitchum de The Night of the Hunter y Cape Fear, dos opus capitales del subgénero del acoso paulatino (aquí incluso se obvia por completo la figura de la víctima indefensa porque el cajero es un rival a temer y no un simple mártir que esconde secretos de antaño).

Otro elemento poco habitual dentro del formato y que diferencia a The Silent Partner de otros convites semejantes, además desde ya de su precisión de relojería en lo que atañe al andamiaje dramático, es la legendaria escena del asesinato de Elaine en el departamento de Cullen a manos de un Harry recién salido del presidio que no se toma muy bien que digamos el hecho de enterarse que la mujer prefiere a Miles y que todavía no consiguió el dinero: el psicópata le da una paliza, intenta ahogarla en la pecera y después la decapita a puro gore usando de sierra el cristal roto del acuario, detalle que desencadena que el cajero tenga que desechar el cuerpo en una obra en construcción del banco, pacte una última reunión en la sucursal para la entrega de los dólares y todo estalle por los aires en el magnífico desenlace con Reikle ahora travestido y una Julie que descubre lo que está sucediendo pero aun así opta por no decir nada. De hecho, esa fantasía compartida por Cullen y Carver que termina haciéndose realidad, la de dejar sus respectivos trabajos en la usura y utilizar los billetes para “comprarse” una nueva oportunidad en la vida lejos de la mediocridad del enclave repetitivo y abúlico que mata al espíritu, constituye el gran marco narrativo de la faena porque propone una utopía factible en la que la avaricia autodestructiva -simbolizada tanto en la figura de Reikle como en la idiotez y el egoísmo banal de su jefe y sus compañeros laborales- es reemplazada por una amoralidad anarquista erótica por fuera de la resignación hueca de las mayorías o la connivencia entusiasta de los lelos lobotomizados para con ese entramado cultural capitalista que despersonaliza y cosifica a los individuos cual engranajes sin valor dentro de una sociedad con características kafkianas/ orwellianas/ foucaultianas. La pequeña inmensa película del dúo conformado por Duke y Hanson consigue también un desempeño muy parejo y maravilloso por parte de todo el elenco, con los brillantes Gould y Plummer en los mejores papeles de sus respectivas carreras y poniéndose al servicio de una semblanza exquisita en torno a la vulnerabilidad de todos los sujetos y su orilla existencial opuesta, esa capacidad redentora que nos invita a violar la ley de los cerdos en el poder y sus esbirros y lambiscones varios para cobrarnos la tajada que nos corresponde en el reparto desigual de la riqueza social, suerte de gloriosa justicia criminal que se lleva puesta a todos los tontitos obedientes que pululan arrastrándose por ahí bajo las piedras institucionales… (Emiliano Fernández – Metacultura.com.ar)