The Third Generation satiriza las peripecias de una banda de terroristas de Berlín, cuyos miembros pertenecen a las clases altas. Un nuevo análisis de la sociedad alemana, común denominador de la mayoría de las obras del director.

  • IMDb Rating: 6,8
  • RottenTomatoes: 72%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

El éxito internacional de The Marriage Of Maria Braun pareció dejar indiferente a Fassbinder: no habiéndole bastado con rodar después In a Year of 13 Moons, decidió dirigir The Third Generation, una obra más minoritaria aún, esta vez sobre el terrorismo alemán y su evolución, y lo hizo justo cuando la situación política en el país hacía tiempo que volvió a su cauce.

The Third Generation a la que alude el título es la facción que quedó de la RAF tras su desarticulación, entre cuyas motivaciones no se encontraban ya los ideales y objetivos políticos sino el gusto por la aventura arriesgada y la acción por la acción ciega y gratuita. En palabras del director, «esta generación de terroristas tiene más que ver con esta sociedad y la violencia que ella ejerce que con las aspiraciones de sus antecesores. Estoy convencido de que no saben lo que hacen, y si lo que hacen tiene algún sentido éste radica en la violencia aparentemente excitante, en la aventura ficticia que genera el sistema, administrado con una perfección cada vez más escalofriante. El hecho de que este fenómeno exista exclusivamente sólo en este país tiene que ver naturalmente con él mismo, con sus errores, sus negligencias, su democracia conservada como regalo, a la que -como en el caso del caballo regalado- no se le mira el diente».

Para Lardeau, el terrorismo en The Third Generation tiene un rostro borroso, disimulado, turbio. Sus militantes llevan una doble vida: de día son profesores, traductores, secretarias de dirección, vendedores; de noche son terroristas, conspiradores, atracadores, secuestradores. Por un lado, la existencia apacible y cómoda de las clases medias; por otro, los zulos, los códigos, las citas secretas, el camuflaje, el disfraz. Puro teatro de la crueldad de una venganza con dos rostros en un Berlín representado como un mundo cerrado, opresivo, transformado a la manera de El mundo en el alambre en una especie de gigantesco acuario, prisionero entre sus paredes de cristal, vitrinas y espejos, donde a nivel escenográfico dominan los grandes despachos vacíos, los amplios espacios desiertos, una intensa profundidad de campo y la casi ausencia de unos exteriores situados tras inmensos ventanales.

Definida por Rainer como «una comedia en seis partes sobre juegos para adultos, llena de suspense, emoción y lógica, horror y locura, igual que los cuentos de hadas que relatan a los niños para que la vida -que siempre culmina en la muerte- resulte más soportable», esta farsa política donde el poder y el terrorismo parecen divertirse juntos como si de un juego de sociedad o una gran fiesta de carnaval se tratase, narrada con tintes surrealistas, absurdos, kafkianos en la que en diferentes momentos llegan a superponerse hasta siete planos distintos de sonido (televisión, radio, música ruidosa, zumbidos de helicópteros, diálogos) para que ninguna clase de mensaje tenga ocasión de explicitarse lo suficiente, nos muestra al señor Peter Lenz, representante de una multinacional electrónica, que activa y financia a un grupo de terroristas un poco dispersos, memos y locos para que simulen su propio secuestro con el objetivo de estimular el mercado de las computadoras, ya que los actos de esta naturaleza provocan importantes compras en este terreno por parte del Estado. De este forma, todos conseguirán sus fines: la industria saldrá ganando, la policía podrá investigar con éxito utilizando procedimientos represivos y los terroristas satisfarán sus ansias de actuar y continuar con la escalada de acciones insensatas y sangrientas.

La explosiva tesis de The Third Generation -el capital ha inventado el terrorismo para obligar al Estado a protegerle mejor- y el cóctel de ira, sarcasmo y provocación que desprendía el conjunto (los títulos de las seis partes en que se divide consistieron en garabatos procedentes de retretes públicos berlineses que hacían alusiones obscenas y racistas), tuvieron sus consecuencias: en primer lugar la FKT, instrumento del senado berlinés para la financiación cinematográfica, negó los trescientos mil marcos de subvención escudándose en las escasas posibilidades que tenía el film de obtener un éxito comercial, lo que provocó que la productora de Fassbinder -Tango Film- estuviese endeudada hasta Querelle y ello según Harry Baer «a causa de que Rainer pudiera permitirse la satisfacción de opinar». Pero también esta obra provocó reacciones airadas en diferentes puntos del país: en Hamburgo una banda de neonazis propinó una feroz paliza al operador de cabina de un cine y destruyó la copia de la película. En Frankfurt, un grupo de jóvenes pertenecientes a la tercera generación atacó un cine arrojando botellas de ácido. Y la extrema derecha lo acusó de hacer apología de la extrema izquierda. A todo esto, Rainer Werner Fassbinder respondió con una famosa frase: «Yo no tiro bombas, yo hago películas» reafirmándose en que «este terrorismo es un verdadero regalo de Dios para el Estado en su etapa actual de desarrollo. Si los terroristas no existieran, el Estado tendría que inventarlos. Y quién sabe si no es así». Anteriormente también había dicho que la situación del país y las polémicas que suscitaban sus películas le habían llevado a la conclusión de que tal vez preferiría ser barrendero en México que director de cine en Alemania. (Rafamorata.es)