Train de Vie transcurre durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Con el objetivo de huir de los nazis y evitar el exterminio, un grupo de judíos de un pueblo de Europa del Este organiza un convoy simulando que se trata de un tren de prisioneros. Algunos de ellos no tendrán más remedio que hacerse pasar por soldados nazis.

Mejor Ópera Prima y Premio de la Crítica (Festival de Venecia 1999)

Premio del Público (Festival de Sundance 1999)

Mejor Film Extranjero (Premios David di Donatello 1998)

  • IMDB Rating: 7,7
  • Rottentomatoes: 64%

Película (Contiene subtítulos en español en el mismo enlace de descarga)

La supuesta historia del pueblecito ruso que escapó del Holocausto cruzando las líneas alemanas a bordo de un tren de deportados en el que la mitad de los habitantes interpretaban el papel de nazis inspira Train de Vie, la película del exiliado rumano Radu Mihaileanu. El hecho jamás sucedió en la realidad pero resulta perfecto para proporcionar el tono propio de una fábula en la que los personajes juegan con las apariencias y la moraleja resulta diáfana.

Desde la música de inspiración klezmer aportada por el compositor habitual de Emir Kusturica hasta el humor y la tipología de los personajes que viajan en busca de la supervivencia y la identidad, Train de Vie es profundamente judía en sus raíces. Aborda el espinoso tema del Holocausto desde una perspectiva menos rigurosa que el documental Shoah pero también mucho más honesta que «La lista de Schindler», y si alguien encuentra paralelismos con La vida es bella no es pura coincidencia. Mihaileanu le envió el guión a Roberto Benigni para que interpretase a uno de los personajes, el cómico italiano denegó la proposición y, poco después, se descolgó con la película ganadora del Oscar.

Dentro de la aparente amabilidad en la que se mueve Train de Vie, el personaje del loco aporta el punto de lucidez necesario para que la farsa de la ficción no contradiga la tragedia de la historia. Reírse de uno mismo es el mejor instrumento para exorcizar los fantasmas de la autocomplacencia y si alguien creía hallarse ante una secuela de «La gran juerga», la pirueta final lo desmiente rotundamente. Filmar el Holocausto puede admitir la fábula poética pero nunca la manipulación de la historia en nombre de los buenos sentimientos. (Fotogramas)