En Trois Souvenirs de ma Jeunesse, Paul Dedalus deja Tayikistán recordando su infancia en Roubaix, las locas crisis de su madre, el vínculo que le unía a su hermano Ivan, niño piadoso y violento. Él recuerda sus 16 años, a su padre, viudo inconsolable, el viaje a la URSS donde una asignación clandestina le llevaría a ofrecer su propia identidad a un joven ruso. Recordará también sus 19 años, su hermana Delphine, su primo Bob, de sus escapadas con Pénélope, Mehdi y Kovalki, el amigo al que tuvo que traicionar. Sus estudios en París, el encuentro con el doctor Behanzin, su vocación inherente para la antropología. Y, sobre todo, Paul se acordará de Esther. El corazón de su vida.

  • IMDb rating: 7.0
  • RottenTomatoes: 100%

Película / Subtítulo 

Como casi todos los films de Arnaud Desplechin, Trois Souvenirs de ma Jeunesse elige el camino del desborde y la desmesura romántica. No porque su tópico sea el amor –parte esencial del film– sino por su carácter de obra subjetiva, inacabada y abierta. En su nueva película, Desplechin parte una vez más de sus recuerdos personales y de su educación sentimental, para terminar haciendo un film novelesco, en el sentido fabuloso, imaginario del término.

Hay toda una tradición en este campo en el cine francés y es la de François Truffaut y su saga sobre Antoine Doinel, que comenzó nada menos que con Los 400 golpes (1959) y se extendió luego por dos décadas, siguiendo el crecimiento de su protagonista. Y Desplechin parece adherir a esa tradición en Trois Souvenirs de ma Jeunesse, que viene a ser una suerte de “precuela” de Comment je me suis disputé… (ma vie sexuelle), la película con la que Cannes lo dio a conocer por 1996. Esta es una de esas películas en las que cineastas adultos miran su adolescencia con una mezcla de cariño y fastidio, logrando que los conozcamos mejor en el camino, una suerte de autobiografía contada a la manera de un viaje de la adolescencia a la adultez. Y con un gran personaje como Esther, esa chica fascinante que todos conocimos en la secundaria que acecha nuestros sueños, de vez en cuando, décadas después.