En Turkish Delight un escultor mantiene un tormentoso y erótico romance con una hermosa muchacha. En otro tiempo, el artista era un libertino que coleccionaba en un álbum sus conquistas amorosas como si fueran trofeos.

  • IMDb Rating: 7,1
  • RottenTomatoes: 80%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Quizás sea ese aire de provocación y desenfadado, de retrato instalado en la mirada antisistema y álbum de libertinaje. O su apuesta apasionada, entre el morbo y la obsesión. Lo cierto es que Turkish Delight rompió en los setenta la crisálida de lo aparente y se internó en un inquietante retrato sobre el desencanto. Es la relación entre Olga y Eric, que el cineasta de Basic Instinct lleva a los extremos. Hay dosis de locura, sensualidad, sexo con rasgos de catarsis y alusiones escatológicas, erotismo y amor pero nunca convencionales.

El cineasta holandés Paul Verhoeven lograba con este filme su primer éxito internacional que le permitió dar el salto a Hollywood. Mirada crítica, polémica y transparencia. Todo es explícito en este golpe de sensualidad en el que la violencia sirve de resorte para crear turbación e inquietud, mientras protagonistas y espectadores caminan por el filo de la navaja. Verhoeven, que recientemente volvió con Elle, una cinta juguetona que rescataba todas sus perversiones, logró consolidar después su proyección con De Vierde Man.

Transgresión, libertad, contracultura, en una ambientación que tomaba los posos de Mayo del 68 y la revolución sexual. Libre de prejuicios sociales, el filme oscila entre el hedonismo y la provocación, lo desinhibido y lo físico, entre el amor y a muerte. Caben escenas escatológicas, irónicas, simbolismos y un catálogo sobre la enfermedad, la decadencia, los desnudos, los primeros planos, el cuerpo, exento de cualquier sombra de lo políticamente correcto y de concesiones moralistas.

Un filme que, pese al tiempo transcurrido, mantiene su coherencia y su mirada decidida. Además supuso el debut de Rutger Hauer, quien más tarde encarnó al inmortal replicante de Blade Runner, (Ridley Scott, 1999) y encauzó una larga carrera. A su lado, Monique van den Ven certificaba la química de la pareja. El resto de la receta estriba en su aire desprendido, distanciado, improvisado e inspirado en la nouvelle vague. Turkish Delight, exitoso artefacto, a medio camino entre la taquilla y el culto, fue vetada en festivales como Cannes por considerarla visualmente explícita. Todo lo que en Bertolucci y su Last Tango in Paris es poesía, material reflexivo, disección de una época, introspección y metáfora social y política, en la relación desaforada de Verhoeven es desgarro, desnudo, violencia en el sentido de lo descarnado, crudo y expuesto.

Con Amsterdam al fondo este encuentro que crece exento de prejuicios y se cuenta a través de un largo flashback, posee un clima especial que se mece entre la exaltación de la libertad sexual y cierta repulsión, entre un terreno sin tabúes y la frustración, el dolor y la desolación. El cineasta de Robocop oscila entre la improvisación, el feísmo, el naturalismo, la espontaneidad y, al tiempo, una estudiada puesta en escena desde ese arranque que parece un documental de la juventud de la época. Pero la pareja debutante, la música academicista, exótica y lírica y la fotografía que incide en ese juego realista y viejuno, como de álbum deteriorado, conforman un retrato casi sociológico y una forma de hacer cine que en cierto modo Verhoeven mantuvo el resto de su filmografía.

Turkish Delight es un filme feroz, sin titubeos, rupturista, juguetón, cargado de asociaciones visuales escatológicas donde el cuerpo está envuelto en cierto expresionismo, fetichismo y humor surreal. Potencia narrativa y versatilidad para mostrar una crítica social ácida y mordaz, en la que drama, vida y muerte, se aúnan y dejan en mera cáscara lo aparentemente pornográfico hasta su final demoledor. Verhoeven, que siempre ha ironizado con los géneros, es grave y trascendente pese a su aparente disfraz lúdico y frívolo.

El relato universal de una relación, su antes y su después, su pasión y su desmayo, su conciliación y colisión, resulta ser un documento anticonformista, fundamentado en unas criaturas que se muestran en toda su plenitud y sus heridas, dentro de una extraña cercanía, que nunca supone incomodidad sino reconocible y cómplice. Tuvo muchos malos imitadores y no ha envejecido como algunos esperaban. Una inmersión íntima y cruda que impregna la mirada de muchas otras. (Guillermo Baldona – ElCorreo.com)