Babylon está ambientada en Los Ángeles durante los años 20, cuenta una historia de ambición y excesos desmesurados que recorre la ascensión y caída de múltiples personajes durante una época de desenfrenada decadencia y depravación en los albores de Hollywood.

  • IMDb Rating: 7,6
  • RottenTomatoes: 5,2

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

El cineasta Damien Chazelle lleva años demostrando una clara obsesión por usar las mismas líneas maestras en sus películas: el precio a pagar por nuestros sueños puede ser demasiado alto e incluso provocar que simplemente se nos escape eso que tanto ansiábamos. Babylon, su cuarto largometraje, es una nueva prueba de ello.

Babylon también es una obra que abraza el exceso hasta tal punto que puede acabar saturando a algunos espectadores. Eso sí, lo hace desde el primer momento con un arranque vibrante que funciona como genial carta de presentación a todos los niveles para una película que luego no tendrá miedo para ir cambiando de tono e incluso de género según las necesidades del momento. El resultado es una obra fascinante, emocionante y salvaje, pero tampoco cuesta entender que haya sido un fracaso tremendo en los cines de Estados Unidos.

Desde el primer momento da la sensación de que Chazelle ha tenido carta blanca para hacer lo que quiera en Babylon, ya sea para reflejar de forma certera el mundo del cine durante esos difíciles años de transición del mudo al sonoro o simplemente para reflejar cada uno de los dramas personales de sus protagonistas. Eso lleva a que sea una película rebosante de energía e ideas, que tan pronto resulta divertida y contagiosa como muestra una notable capacidad para helar la sangre al espectador.

Lo curioso es que el propio epílogo, quizá lo más discutible de toda la función, deja claro que la principal motivación detrás de Babylon es ofrecer una particular carta de amor al séptimo arte. En él entran muchísimas cosas, tal y como la propia película demuestra en las casi tres horas previas, pero solamente es entonces cuando esa tendencia al exceso me llega a saturar un poco.

Es verdad que antes Babylon no dejaba de ser la historia del vertiginoso auge y la inevitable caída de sus protagonistas. Cada uno por motivos distintos, pero esa gloria efímera que te da Hollywood se acaba antes o después y ya depende de cada cual saber seguir con tu vida o asumir que ha llegado tu fin.

Ahí Chazelle muestra una gran habilidad para pasar de la diversión efervescente al bajón tremendo, incluso coqueteando por momentos con el terror para ilustrar de forma aún más clara esa bajada a los infiernos, evidente a título personal, pero también muy ilustrativa si comparamos lo que está sucediendo entonces con ese vigoroso arranque de Babylon.

Al igual que sucede en muchas películas de Christopher Nolan, hay aquí mucho de cómo una obsesión por algo te lleva hasta tal límite que puede provocar tu autodestrucción. Sin embargo, Chazelle lo usa aquí para integrarlo dentro de la propia mecánica de Hollywood, muy dada a elevar a la gloria a aquellos que le ofrecen lo que desean sus ejecutivos pero también a dejar atrás a cualquiera a las primeras de cambio. Y eso lleva incluso a que lo que parece una divertida broma acabe teniendo consecuencias trágicas.

Una de las principales consecuencias de ello es que todas las historias individuales son necesarias para crear un mosaico más amplio que es lo que realmente le interesa a Chazelle. Sí está claro que la trama central es la de los personajes de Diego Calva y Margot Robbie -ambos muy inspirados, pero la energía que desprende ella como Nellie LaRoy tiene un encanto único-, pero Babylon se quedaría coja sin las demás.

De hecho, incluso la pérdida de apariciones fugaces como las de Olivia Wilde o Samara Weaving también heriría a una película que brilla retratando el estado de la industria durante aquellos años y la dura reconversión posterior tras el estreno de ‘El cantor de jazz’ y que terminaría alcanzando su punto álgido cuando el código Hays entró en pleno funcionamiento. Para eso importa más el detalle general que entrar a dar más entidad a todos los personajes que van apareciendo por allí, pues la mayoría de ellos están supeditados a las necesidades de la historia de los protagonistas en ese momento.

Y es que lo individual también resulta esencial, de ahí que Chazelle no tenga problemas en echar el freno al ritmo vertiginoso que exhibe en muchos momentos cuando el componente humano tiene que pasar a primer plano. Esto se hace especialmente evidente durante la última hora de película, donde logra algunas escenas con una fuerza quizá incluso mayor a todo lo visto hasta entonces pese a ser mucho más pausadas. En este punto sobresale la última secuencia que comparten los personajes de Brad Pitt y Jean Smart por lo directa y demoledora que es con una simple conversación.

Ahí Chazelle no se esconde, ya que Babylon es una película en la que no hay espacio para lo sutil, aquí todo se hace a lo grande, tanto en lo físico como en lo emocional, y de forma directa. Eso sí, el objetivo no es tanto estimular o incomodar al espectador como ofrecer la excesiva cara b de lo que ya mostró en su momento la magistral Singing in the Rain, película mencionada aquí de forma directa.

Babylon es una película que lleva a la euforia tanto al público como a sus personajes para luego recordarnos que detrás de ella está el director de Whiplash y La La Land. También es el retrato de una época muy concreta de la historia del cine, celebrando sin pudor el séptimo arte pero mostrando también su lado más ruin. Todo cabe aquí, siendo una injusticia que apenas haya recaudado 14 millones de dólares en Estados Unidos cuando su presupuesto oscila entre los 80 y los 110 millones según la fuente consultada. (Mikel Zorrilla – Espinof.com)