Día: 28 de enero de 2025

  • Oh, Canada (Paul Schrader – 2024)

    Oh, Canada (Paul Schrader – 2024)

    En Oh, Canada un afamado documentalista canadiense concede una última entrevista a uno de sus antiguos alumnos para contarle toda la verdad sobre su vida. Una confesión filmada delante de su mujer.

    • IMDb Rating: 5,7
    • RottenTomatoes: 64%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Después de haberse adentrado en mundos que se encuentran en las antípodas de los criterios estéticos y éticos que tanto defendió como crítico a principios de los años setenta (The Dying of the Light, Dog Eat Dog), Paul Schrader sorprendió en 2017 a propios y extraños con First Reformed, una obra en la que aplicaba a rajatabla las formas del cine trascendental sobre el que tanto escribió en su juventud. La aspereza ascética de sus imágenes rayaba la pantalla a medida que la habitual reflexión del director sobre la culpa y la posibilidad de redención se cocía a fuego muy lento, aliñada con una denuncia muy lacerante sobre el papel protagónico que las grandes empresas tienen en el cambio climático. La cinta suponía la vuelta de Schrader a su mejor nivel y, por tanto, la expectación por ver su siguiente obra fue muy grande. Para sorpresa de muchos, el autor de Affliction, jugó sobre seguro y repitió la misma fórmula con The Card Counter, llegando incluso a copiar por tercera vez en su filmografía el plano final de Pickpocket (1959). Para cuando The Master Gardener, llegó a las salas el año pasado, estaba claro que las variaciones con respecto a las dos anteriores iban a ser casi imperceptibles. Independientemente de que las tres cintas sean prácticamente iguales, su calidad y coherencia como trilogía es innegable.

    Quien esto firma sentía mucha curiosidad por descubrir si en Oh, Canada, el guionista de Taxi Driver y Raging Bull había ideado una propuesta mínimamente original o si, por el contrario, ofrecería una nueva cinta protagonizada por un hombre atormentado por su pasado, que se refugiaba en una rutina férrea y monótona con el único deseo de poner su vida, y su sufrimiento, en una pausa perpetua. Pues bien, la adaptación de Oh, Canada, la novela de Russell Banks es un cierre coherente con las obsesiones alrededor de las cuales ha articulado toda su carrera, pero cuyo argumento y punto de vista varía notablemente. Y es que Schrader levanta sobre el rostro de Richard Gere un mosaico de recuerdos borrosos e imágenes ambiguas que se ramifica por la pantalla con el único objetivo de negar la posibilidad de obtener el perdón propio. Oh, Canada funciona como un gran anticlímax que proyecta los jirones rotos de la memoria de un documentalista comprometido con las causas sociales que carga con una gran y pesada losa de culpa, pero no por haber cometido un delito (o pecado, utilizando el lenguaje que le gusta al director) de extrema gravedad, sino por haber ido cometiendo a lo largo de su vida pequeñas faltas que ahora, cuando un cáncer terminal está a punto de bajar la persiana de sus días, quiebran su conciencia y le impiden irse en paz.

    En ese sentido, la posibilidad de que el espectador establezca un vínculo emocional con el protagonista es mayor que en las cintas anteriores, puesto que este no ha sido un fervoroso nacionalista que incitó a su hijo a ir a la guerra, ni un torturador en Abou Ghraib, ni un neonazi. Así, pese a haber sido un ejemplo como personaje público, el protagonista ha cometido muchos errores que, hasta el momento, había conseguido esconder bajo la máscara de ciudadano impecable que se había creado y que, a fuerza de tanto usarla, había terminado por confundirse con su verdadero rostro. Por eso, ahora que está esquinado por la enfermedad, y la certeza de la muerte le ha desnudado de cualquier tipo de retórica preciosista —véase cómo trata al personaje de Uma Thurman—, ha decidido protagonizar un documental en el que narra, desde el prisma subjetivo de su mirada, la verdadera historia de su vida.

    Su torrente de sinceridad se ve ensuciado tanto por el polvo que se acumula en su memoria y que le hace contar algunos pasajes de forma arbitraria, como por la negación de los hechos que hace su actual esposa, incapaz de creer que su marido hiciese todo lo que cuenta. Schrader configura una puesta en escena barroca (que se acerca, por momentos, a la de Mishima A Life in Four Chapters) en la que, siguiendo una premisa brechtiana con la que busca subrayar el posible carácter ficticio de algunas anécdotas, mezcla escenas en color y en blanco y negro, diferentes relaciones de aspecto, y tonos dramáticos y cómicos, hasta materializar en imágenes el confuso viaje de introspección que lleva a cabo un protagonista que alcanza a tocar con los dedos la imposibilidad de obtener la paz. (Rubén Téllez Brotons – ElAntepenúltimoMohicano.com) 

  • Caché (Michael Haneke – 2005)

    Caché (Michael Haneke – 2005)

    En Caché Georges es el típico burgués: presenta un programa literario en televisión y lleva una vida acomodada con su mujer y su hijo adolescente. Pero, de repente, empieza a recibir unos paquetes anónimos que contienen cintas de vídeo, grabadas desde la calle, y unos dibujos inquietantes cuyo significado es un misterio. No sabe quién se los envía; pero las secuencias que aparecen en las cintas son cada vez más personales, lo que parece indicar que el remitente lo conoce desde hace tiempo. Georges siente que una amenaza se cierne sobre él y su familia, pero, como no hay evidencias de delito alguno, la policía se niega a ayudarlo

    Mejor Director, Premio de la Crítica FIPRESCI, Premio del Jurado Ecuménico en el Festival de Cannes 2005
    Mejor Película, Director, Actor y Premio FIPRESCI 2005 para la Academia de Cine Europeo
    Mejor Película Extranjera 2005 para la Asociación de Críticos de Los Angeles

    • IMDb Rating: 7,3
    • RottenTomatoes: 89%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Michael Haneke sabe que esta duda podría asolar al espectador al final de su película, por lo que se asegura de que esto ocurra. ¿Quién las envía? Basta un detalle confuso para que salten las alarmas del entendimiento. ¿Quién es el autor de las grabaciones? La duda debe ser resuelta. Esto también lo sabe Haneke, por lo que fuerza un poco la situación y la convierte en un laberinto contradictorio e irresoluble, que llega a desquiciar. Pura manipulación. El director austríaco conoce bien a la audiencia y juega con ella a su antojo. Juega contigo, juega conmigo, juega con todo aquél que esté dispuesto a participar. Las reglas no son justas, y Haneke no lo avisa. El camino está sembrado de trampas y llegar al final no asegura el premio, pero… ¿serás capaz de dejar semejante duda sin resolver?

    Las propuestas de este director de cine, teatro y ópera nunca han sido fáciles de digerir. Ya desde su tardío debut cinematográfico (a la nada despreciable edad de 47 años) con The 7th Continent (Der siebente Kontinent, 1989), su atrevimiento formal incomoda y desconcierta. Sin embargo, la lucha con Caché se establece en el fondo, con una puesta en escena nada arbitraria pero voluntariamente secundaria.

    Su lenguaje críptico la acerca a la que quizás es su película más desquiciante, Das Schloss (1997), certera adaptación literaria del universo genuinamente exasperante de Franz Kafka. En cualquiera de sus vertientes, se trata de un cine en el que abundan las preguntas y escasean las respuestas; Haneke jamás dará explicaciones, a excepción de The White Ribbon (Das weisse Band, 2009), que no deja de ser el relato no-oficial (y políticamente incorrecto) del nacimiento del Nazismo, lo que, a su vez, le permite servir una nueva remesa de cuestiones.

    Diseccionador oficial de la sociedad occidental contemporánea, Haneke coloca el foco esta vez en la francesa para desarrollar una de sus mayores obsesiones: el miedo al extraño, al que es diferente. En la sutileza que sí presenta a la hora de plantear los dilemas, surge el conflicto colonialista del país europeo con Argelia, que se refleja en una sociedad moderna, aparentemente madura y tolerante, pero que esconde un turbio pasado del que no es posible escapar -en el cine de Haneke no hay esperanza, por lo que la redención ni se contempla-. Una historia que funciona como reflejo visionario de la actualidad más reciente del país mediterráneo, golpeado por el jamás justificable terrorismo yihadista, pero ante el que reacciona, como el resto de Occidente, con un exceso de victimismo y una total incapacidad para la asunción de responsabilidades.

    Pero no nos olvidemos de las cintas. ¿Qué son, qué significan? La narración siembra el relato de una serie de videocasetes, como ya ocurría en Lost Highway, de David Lynch. En ambas, funciona como elemento de tensión, propio del thriller, pero cada una evoluciona de manera distinta. Si la película de Lynch toma esta idea como reflejo y penetración en el subconsciente enajenado, Caché se establece en el realismo más desconcertante. Su puesta en escena meramente documentalista, rallando el vídeo casero, funciona como registro de la realidad, no exenta de un ambiente de enfermizo naturalismo. Uno de los elementos más desconcertantes supone la colocación de la cámara. Por su situación, resulta imposible no ser vista por los personajes que aparecen en escena. Sin embargo, la grabación ha tenido lugar. ¿Qué está sucediendo? ¿Quién ha sido y cómo lo ha conseguido? Las preguntas se agolpan en la mente de la observadora.

    Es en este punto donde se establece la clave de las grabaciones. No en balde, la cámara filma con la frialdad del alejado plano general, haciendo patente la separación del espectador frente a lo relatado y dinamitando la posible identificación inicial con los personajes. Haneke lleva a cabo un estudio sociológico, y recurre a esta maniobra estilística para alejar al público de la narración y convertirlo en su cómplice. La distancia emocional lo despega de la historia, lo que provoca, paradójicamente, un sólido vínculo con los personajes. Éstos funcionan como reflejo, al menos en parte, de esa audiencia desconcertada, cuyo análisis de Caché acaba siendo el de la propia sociedad en la que la vive. De manera indirecta, la espectadora se ha convertido en el centro de atención.

    Pero, para lograr este objetivo, Haneke manipula. Y no se molesta en esconderlo, pues no es el objetivo en sí, sino un medio para conseguir su fin. Las cintas funcionan como un juego más que establece para descolocar. Sus películas incomodan, no buscan complacer, pues sacar al espectador de su zona de confort es la manera de llevarlo a la reflexión. Una audiencia alienada por la TV y los medios de comunicación, esa misma a la que en Funny Games (1997) le molesta más una ruidosa televisión que el cadáver sangriento que reposa a su lado. En este caso, el austríaco sabe perfectamente que la premisa de las misteriosas cintas calará hondo en el público, a diferencia de la sutil historia que desarrolla a lo largo de todo el metraje. Mezquinos personajes, pertenecientes a la burguesía de los buenos modales y el enfermizo egoísmo, cometerán actos moralmente atroces, pero lo que desquiciará al público será la incapacidad de resolver el misterio de las cintas de vídeo. El director golpea al respetable al hacerle ver que lo que le irrita es la constante tensión no resuelta de este thriller aparentemente fallido, mientras todo lo demás se observa con una inexplicable normalidad. Por otro lado, Caché también juega a ser aburrida, a que no suceda nada. Otra brillante manipulación más. Al llegar hasta el final de esta -también aparentemente- soporífera trama, el espectador podrá descubrir que lo más violento de toda la película es la propia conclusión que saca: considerar que no ha ocurrido nada en estas dos horas de metraje.

    Pero sería muy sencillo acabar así. Cuando parece que las cintas de vídeo van a dejar paso a la trama, cuando casi nos hemos olvidado de ellas, Haneke reaparece para redondear Caché. Con un plano final de exquisita socarronería, conecta a dos personajes y las alarmas saltan por los aires. ¿Son ellos los autores de las cintas? El cerebro se pone en funcionamiento para desencriptar la que parece ser la pista final que por fin dará respuesta al origen de las malditas cintas. Haneke vuelve a fustigarnos. Nuevamente caemos en la trampa. Entre tanto “¿Qué ha pasado con las cintas?”, quizás deberíamos preguntarnos “¿Acaso importa?”. (Yago Paris – CineDivergente.com)