En Caché Georges es el típico burgués: presenta un programa literario en televisión y lleva una vida acomodada con su mujer y su hijo adolescente. Pero, de repente, empieza a recibir unos paquetes anónimos que contienen cintas de vídeo, grabadas desde la calle, y unos dibujos inquietantes cuyo significado es un misterio. No sabe quién se los envía; pero las secuencias que aparecen en las cintas son cada vez más personales, lo que parece indicar que el remitente lo conoce desde hace tiempo. Georges siente que una amenaza se cierne sobre él y su familia, pero, como no hay evidencias de delito alguno, la policía se niega a ayudarlo
Mejor Director, Premio de la Crítica FIPRESCI, Premio del Jurado Ecuménico en el Festival de Cannes 2005
Mejor Película, Director, Actor y Premio FIPRESCI 2005 para la Academia de Cine Europeo
Mejor Película Extranjera 2005 para la Asociación de Críticos de Los Angeles
- IMDb Rating: 7,3
- RottenTomatoes: 89%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
Michael Haneke sabe que esta duda podría asolar al espectador al final de su película, por lo que se asegura de que esto ocurra. ¿Quién las envía? Basta un detalle confuso para que salten las alarmas del entendimiento. ¿Quién es el autor de las grabaciones? La duda debe ser resuelta. Esto también lo sabe Haneke, por lo que fuerza un poco la situación y la convierte en un laberinto contradictorio e irresoluble, que llega a desquiciar. Pura manipulación. El director austríaco conoce bien a la audiencia y juega con ella a su antojo. Juega contigo, juega conmigo, juega con todo aquél que esté dispuesto a participar. Las reglas no son justas, y Haneke no lo avisa. El camino está sembrado de trampas y llegar al final no asegura el premio, pero… ¿serás capaz de dejar semejante duda sin resolver?
Las propuestas de este director de cine, teatro y ópera nunca han sido fáciles de digerir. Ya desde su tardío debut cinematográfico (a la nada despreciable edad de 47 años) con The 7th Continent (Der siebente Kontinent, 1989), su atrevimiento formal incomoda y desconcierta. Sin embargo, la lucha con Caché se establece en el fondo, con una puesta en escena nada arbitraria pero voluntariamente secundaria.
Su lenguaje críptico la acerca a la que quizás es su película más desquiciante, Das Schloss (1997), certera adaptación literaria del universo genuinamente exasperante de Franz Kafka. En cualquiera de sus vertientes, se trata de un cine en el que abundan las preguntas y escasean las respuestas; Haneke jamás dará explicaciones, a excepción de The White Ribbon (Das weisse Band, 2009), que no deja de ser el relato no-oficial (y políticamente incorrecto) del nacimiento del Nazismo, lo que, a su vez, le permite servir una nueva remesa de cuestiones.
Diseccionador oficial de la sociedad occidental contemporánea, Haneke coloca el foco esta vez en la francesa para desarrollar una de sus mayores obsesiones: el miedo al extraño, al que es diferente. En la sutileza que sí presenta a la hora de plantear los dilemas, surge el conflicto colonialista del país europeo con Argelia, que se refleja en una sociedad moderna, aparentemente madura y tolerante, pero que esconde un turbio pasado del que no es posible escapar -en el cine de Haneke no hay esperanza, por lo que la redención ni se contempla-. Una historia que funciona como reflejo visionario de la actualidad más reciente del país mediterráneo, golpeado por el jamás justificable terrorismo yihadista, pero ante el que reacciona, como el resto de Occidente, con un exceso de victimismo y una total incapacidad para la asunción de responsabilidades.
Pero no nos olvidemos de las cintas. ¿Qué son, qué significan? La narración siembra el relato de una serie de videocasetes, como ya ocurría en Lost Highway, de David Lynch. En ambas, funciona como elemento de tensión, propio del thriller, pero cada una evoluciona de manera distinta. Si la película de Lynch toma esta idea como reflejo y penetración en el subconsciente enajenado, Caché se establece en el realismo más desconcertante. Su puesta en escena meramente documentalista, rallando el vídeo casero, funciona como registro de la realidad, no exenta de un ambiente de enfermizo naturalismo. Uno de los elementos más desconcertantes supone la colocación de la cámara. Por su situación, resulta imposible no ser vista por los personajes que aparecen en escena. Sin embargo, la grabación ha tenido lugar. ¿Qué está sucediendo? ¿Quién ha sido y cómo lo ha conseguido? Las preguntas se agolpan en la mente de la observadora.
Es en este punto donde se establece la clave de las grabaciones. No en balde, la cámara filma con la frialdad del alejado plano general, haciendo patente la separación del espectador frente a lo relatado y dinamitando la posible identificación inicial con los personajes. Haneke lleva a cabo un estudio sociológico, y recurre a esta maniobra estilística para alejar al público de la narración y convertirlo en su cómplice. La distancia emocional lo despega de la historia, lo que provoca, paradójicamente, un sólido vínculo con los personajes. Éstos funcionan como reflejo, al menos en parte, de esa audiencia desconcertada, cuyo análisis de Caché acaba siendo el de la propia sociedad en la que la vive. De manera indirecta, la espectadora se ha convertido en el centro de atención.
Pero, para lograr este objetivo, Haneke manipula. Y no se molesta en esconderlo, pues no es el objetivo en sí, sino un medio para conseguir su fin. Las cintas funcionan como un juego más que establece para descolocar. Sus películas incomodan, no buscan complacer, pues sacar al espectador de su zona de confort es la manera de llevarlo a la reflexión. Una audiencia alienada por la TV y los medios de comunicación, esa misma a la que en Funny Games (1997) le molesta más una ruidosa televisión que el cadáver sangriento que reposa a su lado. En este caso, el austríaco sabe perfectamente que la premisa de las misteriosas cintas calará hondo en el público, a diferencia de la sutil historia que desarrolla a lo largo de todo el metraje. Mezquinos personajes, pertenecientes a la burguesía de los buenos modales y el enfermizo egoísmo, cometerán actos moralmente atroces, pero lo que desquiciará al público será la incapacidad de resolver el misterio de las cintas de vídeo. El director golpea al respetable al hacerle ver que lo que le irrita es la constante tensión no resuelta de este thriller aparentemente fallido, mientras todo lo demás se observa con una inexplicable normalidad. Por otro lado, Caché también juega a ser aburrida, a que no suceda nada. Otra brillante manipulación más. Al llegar hasta el final de esta -también aparentemente- soporífera trama, el espectador podrá descubrir que lo más violento de toda la película es la propia conclusión que saca: considerar que no ha ocurrido nada en estas dos horas de metraje.
Pero sería muy sencillo acabar así. Cuando parece que las cintas de vídeo van a dejar paso a la trama, cuando casi nos hemos olvidado de ellas, Haneke reaparece para redondear Caché. Con un plano final de exquisita socarronería, conecta a dos personajes y las alarmas saltan por los aires. ¿Son ellos los autores de las cintas? El cerebro se pone en funcionamiento para desencriptar la que parece ser la pista final que por fin dará respuesta al origen de las malditas cintas. Haneke vuelve a fustigarnos. Nuevamente caemos en la trampa. Entre tanto “¿Qué ha pasado con las cintas?”, quizás deberíamos preguntarnos “¿Acaso importa?”. (Yago Paris – CineDivergente.com)
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