Aquarela lleva a la audiencia a una profunda aventura cinemática sobre la poderosa y transformadora belleza del agua alrededor del mundo.

  • IMDB Rating: 6,7
  • Rottentomatoes: 87%

Película (La copia viene con varios subtítulos, entre ellos el español)

 

El multipremiado director Viktor Kossakovsky dedica su nuevo documental, Aquarela, proyectado fuera de competición en el Festival de Venecia, al inimitable cineasta ruso Alexander Sokurov, creador de uno de los documentales favoritos de Kossakovsky, Spiritual Voices.El documental híbrido de cinco horas de Sokurov, estrenado en 1995, se pasea por un entorno desolado, en el que los soldados defienden la frontera entre Tayikistán y Afganistán; destacan sus largos planos, sus métodos de procesado de imagen y los sonidos de Mozart, Messiaen y Beethoven, que son tan importantes como la acción que se muestra en pantalla.

A lo largo de su ilustre carrera, Kossakovsky ha privilegiado cintas con un sólido planteamiento conceptual que explora el entorno en que vivimos y la relación del ser humano con él. Aquarela sigue esa fórmula que tan bien funciona. La película habla, de forma ostensible, sobre el poder del agua; no tiene nada que se parezca a una estructura narrativa, pues el film prefiere ir subiendo y bajando, como las olas. Se centra principalmente en la expresión estética. La martilleante banda sonora está diseñada para aprovechar al máximo los sistemas de sonido Dolby Atmos, y las melodías golpean contra las exuberantes y espectaculares imágenes a 96 fotogramas por segundo, el doble de rápido que las películas de la saga El hobbit, de Peter Jackson.

La increíble secuencia inicial constituye la sección más larga, así como la más destacada, de esta cinta desigual. En las inestables aguas heladas del lago Baikal, al sur de Siberia, el mayor lago de agua dulce por volumen del mundo, los rescatadores excavan el hielo. Parece un trabajo fútil, hasta que descubren un coche bajo el agua. Lo sacan a la superficie, y vemos que en la parte de atrás todavía hay maletas y ropa. ¿Cómo ha llegado hasta ahí? ¿Por qué? Es difícil saberlo por lo parco del diálogo. Más tarde lo comprendemos mejor cuando vemos a conductores cruzando el hielo, arriesgándose a morir, usando la masa de agua como atajo. Un coche se hunde a través del hielo, suceso más excitante que cualquier escena de acción de las películas de James Bond. Cuando los rescatadores llegan a la escena del accidente, los supervivientes gritan llamando a un desaparecido, y se sugiere que estos son mongoles que intentan cruzar a Rusia. Es una escena magnífica y hermosa, con paisajes de hielo y montañas que igualan la grandeza de los paisajes desérticos de Lawrence de Arabia.

Nos quedamos en el lago Baikal a medida que pasan las estaciones y las aguas se deshielan. Hay un plano impresionante del hielo moviéndose arriba y abajo; toda la zona parece la barriga de la Tierra, respirando. Es una vista bella, pero no dura mucho.

Tras esta secuencia casi tangible, el film se va haciendo cada vez más abstracto, y la acción salta a Miami, en los momentos posteriores al paso del huracán Irma, y al descomunal Salto del Ángel, en Venezuela. Estos planos parecen nuevos ítems, acompañados de sonidos industriales. Aunque el poder del agua es omnipresente en medio del huracán, estas imágenes no tienen la novedad ni los ganchos narrativos de la secuencia del lago Baikal. La exuberante belleza del Salto del Ángel es casi demasiado inmensa para que un director la capture, aunque sea el talentoso Kossakovsky.

La cinta parece querer mostrar el pequeño lugar que ocupa el ser humano comparado con el tamaño y la fuerza del agua. Aquarela recuerda al film de Godfrey Reggio Koyaanisqatsi, tanto por sus proporciones como su ambición, así como por su aprovechamiento conjunto del sonido y la imagen, y esto no puede ser negativo. (Kaleem Aftab – cineuropa.org)