Cheyenne Autumn transcurre en 1868, cuando trescientos indios cheyennes expulsados de sus tierras vivían miserablemente en una árida reserva de Oklahoma. Tras esperar en vano una solución de las autoridades de Washington, sus jefes decidieron emprender un largo viaje hasta sus praderas natales. Pero la huida fue descubierta y la caballería salió en su persecución. En el primer combate murieron el comandante Braden y ocho de sus hombres. Cuando se supo la noticia, millares de soldados fueron enviados a combatir contra los valerosos cheyennes.

  • IMDb Rating: 6,7
  • RottenTomatoes: 60%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Cuando los Lumière dieron un salto en la creación de ilusión de movimiento en 1895, el cinematógrafo se anunciaba como un espectáculo de circo para el divertimento de las masas, una función que no ha abandonado y que Orson Welles defiende como el juguete más caro con el que le han dejado divertirse. Pronto se vio que, además, surgía un nuevo medio de comunicación de masas, que iba a competir seriamente con las solas letras de los libros, y el sonido que salía de los aparatos de las radios con el que el director de Citizen Kane aterrorizó a sus radioyentes en 1938 cuando adaptó War of the Worlds de H.G.Wells a un guión para la CBS, un competidor fuerte porque reunía en su discurso las letras, la imagen, la música y el sonido, y era sumamente eficaz para mostrar al mundo qué estaba ocurriendo en las calles de Rusia en 1917 gracias a una película, October (1928) de Sergei M. Eisenstein, o D.W. Griffith nos ilustraba sobre el nacimiento de una nación. A nadie ya le cabía ninguna duda de que más allá del ilusionismo de George Méliés que mandaba sus cohetes a la Luna y se incrustaban en uno de sus ojos, el cine emergía como el medio de comunicación por excelencia, por detrás de un nuevo invento más poderoso, la TV, con la que no podía competir en inmediatez. Un estudio posterior más sosegado pone en evidencia que el intento de acercarse a la realidad no siempre nos da más información de la vida: Méliés nos sitúa mejor en su mundo que los industriales Hermanos Lumière.

Si al poder del medio le sumamos la aparición de cineastas con talento y honestidad, cada película se convierte, no sólo en una crónica de un momento determinado, sino en un referente cultural e intelectual para las masas de todos los tiempos. John Ford es ese cineasta, considerado conservador en su tiempo, y que ya hace tiempo emerge como un observador cuidadoso de la realidad que realizó un discurso tan universal sobre el comportamiento de los pueblos, las diferencias étnicas, el respeto del otro, la diferencia de trato que recibieron los distintos pueblos sometidos en su país de adopción, la idiosincrasia de su Irlanda natal, que atrapó y atrapa a los más jóvenes interesados por sentir, (nadie con un poco de sensibilidad se queda indiferente ante la belleza que es capaz de crear el cineasta) y aprender. Ahora, al final de su carrera, nos deja con Cheyenne Autumn una obra maestra que se convierte en un icono del maltrato a que sometieron los nuevos colonos a los pueblos sojuzgados en su avance, apoyados en armas de fuego, ya fueran negros, obligados a trabajar como esclavos en las haciendas de los señores del sur, la mayoría de ascendencia española, ya indios, como se les llama por un error de Cristóbal Colón, antiguos señores de las tierras más fértiles del continente americano, exterminados primero, y recluidos en reservas ubicadas en zonas estériles, desérticas y polvorientas después, pisoteando su orgullo, humillados constantemente y tratados como salvajes, una agresión que soportaron estoicamente hasta que, por fin decidieron rebelarse, desempolvaron sus fusiles y armas de guerra y se enrolaron en una guerra que jamás podrían ganar, a no ser que tuvieran frente a ellos al hombre capaz de entender la historia y el papel que debía jugar, apoyado por quienes tenían sus mismas ideas. El Ministerio del Interior de turno, decidido a atajar la corrupción del departamento indio introdujo cuáqueros en las reservas, como la protagonista, constituida en maestra de los niños aborígenes, lo que despertó la ira de los señores de Washington, algunos de los cuales habían luchado en la Guerra de Secesión, duramente en Gettysburg, y habían sido abolicionistas, que defendían los derechos de los negros como seres humanos ¿qué, pues, pasaba ahora? Los señores del Norte y del Sur, los confederados y los yankees, utilizaban las antiguas tierras para divertirse en cacerías que desmontaban todo el ecosistema de supervivencia de sus antiguos ocupantes.

Cuando se desata el conflicto los periódicos, unos para vender más y otros para defender los privilegios de sus propietarios defienden primero al indio desprotegido, una forma de desarticular la tensión, pero dejan de hablar de los cheyennes, los únicos que se han rebelado con las armas que tenían ocultas, incluso en el rebozo de los bebés, al tiempo que el gobierno intenta arrebatar al Secretario de Interior díscolo, interpretado por Edward G.Robinson, el control de los asuntos indios, dejándolo sólo y en una situación peligrosa, Entre los indios se producen fisuras, como ocurre en todos los movimientos revolucionarios, incluidos los identitarios; la misma división se produce en el partido del orden y dentro de los ejércitos, entre quienes están los hijos de colonos muertos en escaramuzas con los diferentes pueblos aborígenes que había ingresado en el cuerpo para acabar con ellos definitivamente y quienes mantenían posturas más racionales y templadas; en un lado y otro son los más jóvenes los más impulsivos: el cheyenne Red Shirt (Sal Mineo), y el Teniente Scott, encarnado por el hijo de John Wayne, Patrick Wayne. Ford construye imágenes de guerra verdaderamente dantescas, en un momento en el que, aunque el ejército disponía de un armamento superior, no faltaban los traficantes de armas que vendían y venden sus artefactos mortales a los bandos débilmente pertrechados en los diferentes conflictos.

La mala conciencia, que refleja Hartung en sus cuadros ha perseguido al pueblo americano hasta hoy, un hecho que se pone de relieve en buena parte de las películas del género de terror que tienen que ver con las casas encantadas, ya que muchos suburbios fueron construidos incluso encima de cementerios indios, de los que arrancaron las lápidas sin ocuparse de desenterrar a los muertos. Poltergeist es un un buen ejemplo de este hecho, denunciado por el cine. Otra realidad que separa a invasores e invadidos es la lengua de los aborígenes, necesariamente diferente de la de los nuevos colonos, llegados de la Gran Bretaña, aunque en Cheyenne Autumn no faltan alemanes y representantes de otros pueblo europeos. El desprecio que sienten los colonos por esta diferencia es la creencia sólidamente arraigada de que los ‘salvajes’ no hablan su lengua porque son unos ignorantes, lo que no escapa de la mirada crítica de Ford, que pone en boca de un vaquero una expresión despectiva a dos cheyennes que les quieren comprar una vaca porque tienen hambre, que tiene su traducción al castellano, de todos conocida: ‘Habládme en cristiano’, una expresión seguida del asesinato impune de uno de ellos, un crimen que deja indiferente al mítico Wyatt Earp, interpretado por James Stewart, un personaje al que Ford no quiere dejar fuera de su encuadre y para el que se sirve de un actor de lujo, que presenta del modo que merece un actor de su talla: escondido detrás de su sombrero, creando la expectativa del espectador que desea que levante el rostro y deje de mirar las cartas que tiene en la mano.

No se olvida el viejo cineasta de las mujeres del Saloon, que realizaron un papel tan importante en el surgimiento de la nación americana, que facilitaron el surgimiento de ciudades a las que llegaban solos los pioneros, en busca del dorado en cualquiera de sus formas, y que el western se ha encargado de destacar, aunque no fueron siempre tan bien tratadas, y a cuyos agresores también les alcanzó el imperio de la ley, una situación que ilustra Clint Eastwood en su dolorosa película Unforgiven (1992); ellas siguen a las banderas, con un argumento: «donde vayan los hombres iremos nosotras»,pero, en esta ocasión, se ven envueltas en una batalla, Dodge City, en la que Ford no las libra del ridículo más espantoso. El final, como ocurre incluso en las guerras más cruentas no puede ser de otra forma más que dialogado. Puede que el hambre que mata a los hombres mate también sus esperanzas y que estas paces no sean siempre generalmente aceptadas. Tras ‘el gran combate’ el acuerdo divide a los cheyennes, unos se entregan al ejército y otros continúan en rebeldía contra unas leyes injustas que los arrinconan, pero personajes mediocres y miserables como el que interpreta Karl Manden, el Capitán Wessels, no tienen cabida ni en el triunfo ni en la negociación. Su postura es la de repetir lemas aprendidos de memoria, algo de lo que le acusa el Capitán Thomas Acher (Richard Widmark): hay que respetar la ley y cumplir las órdenes, caiga quien caiga.

160 minutos dan para mucho formal y discursivamente, por lo que es un título imprescindible en nuestra videoteca, no sólo porque el argumento y los diálogos parecen escritos en el presente, sino porque visualmente, la antepenúltima película de Ford, seguida de 7 Women y un documental, tiene una fotografía tan poderosa, realizada por William H. Clothier, dotada de un color tan cálido y apacible, aplicado a su Monumental Valley, en el que el color rosa-anaranjado de las arenas del desierto se contrasta simultáneamente con el rojo de algunas mantas y la camisa de Red Shirt, creando un clima que han reproducido muchos cineastas, incluidos los actuales indies. Hizo esta película al final de su vida, cuando ya había dejado un montón de obras maestras a los amantes del cine, por lo que es la película de un sabio que lega una herencia de un valor incalculable a un pueblo que no es el suyo, pero que construyó su epopeya con el western, al que el irlandés, autor de The Quiet Man, lo dotó de su mayor esplendor. Cuando a Orson Welles se le pidió el nombre de tres cineastas americanos, contestó: «John Ford, John Ford y John Ford». (Cinelodeon.com)