En Dr. Strangelove, y convencido de que los comunistas están contaminando los Estados Unidos, un general ordena, en un acceso de locura, un ataque aéreo nuclear sorpresa contra la Unión Soviética. Su ayudante, el capitán Mandrake, trata de encontrar la fórmula para impedir el bombardeo. Por su parte, el Presidente de los EE.UU. se pone en contacto con Moscú para convencer al gobierno soviético de que el ataque no es más que un estúpido error. Mientras tanto, el asesor del Presidente, un antiguo científico nazi, el Doctor Strangelove, confirma la existencia de la “Máquina del Juicio Final”, un dispositivo de represalia soviético capaz de acabar con la humanidad para siempre.

Mejor Película y Film Británico en los Premios BAFTA 1964
Mejor Director para el Círculo de Críticos de Nueva York 1964
Mejor Guión de Comedia para el Sindicato de Guionistas 1964

  • IMDb Rating: 8,5
  • RottenTomatoes: 99%

Película / Subtitulos (Calidad 720p)

Cualquier conversación sobre Stanley Kubrick acaba inexorablemente con la misma pregunta: ¿cuál es su mejor película? Y llegados a este punto es donde empiezan todo tipo de opiniones y desbarres varios. Lo cierto es que es un autor que incita a la polémica. En su eterno afán innovador firmó obras de todos los géneros y para todos los gustos, casi siempre de una calidad excepcional. Si queremos cine de terror, ahí está The Shining. Se puso con la ciencia ficción y realizó una de las obras cumbres del género: 2001, Una Odisea del espacio, que agunos críticos tan entrañables como Carlos Pumares no dudan en situar a la altura de Casablanca o Lo que el viento se llevó. Cuando le dio por el cine histórico parió dos maravillas como Spartacus, que si cansa es únicamente por las inevitables reposiciones anuales de cada Semana Santa y Barry Lyndon, una historia prodigiosa que a la vez supone un alarde técnico sin precedentes: usó una lente especial fabricada a medida y se rodó sin un solo foco —incluidas las escenas a la luz de las velas—. Adaptó también dos novelas excepcionales, Lolita de Nabokov y La Naranja Mecánica de Anthony Burgess, alcanzando tal nivel de maestría que muchos se atreven a asegurar, codo en barra, cubata en mano y dedo amenazadoramente levantado, que llegan a mejorar notablemente los originales. Probó con el thriller y se sacó de la manga una joya poco conocida y aún menos valorada: The Killing. Muchos años después, Quentin Tarantino nos deslumbraría con el revolucionario montaje de Pulp Fiction, pero no le dolieron prendas en afirmar que el film de Kubrick había sido su principal fuente de inspiración. Una película redonda donde se mezclan hasta siete historias entrecruzadas con todo tipo de saltos temporales, pero que se sigue y entiende sin problemas. Cuando se puso con el cine bélico también filmó buenas películas: la maravillosa Paths of Glory o la sobrevalorada Full Metal Jacket, que apenas resiste una segunda visión y que está muy por debajo de otros trabajos sobre la guerra del Vietnam como The Deer Hunter, la soberbia Apocalypse Now o incluso Platoon, si me apuran. A título póstumo nos sorprendió con Eyes Wide Shut una excelente, desconcertante y poco reconocida película, cuyo mayor mérito es, sin duda, conseguir que Tom Cruise parezca un buen actor.

Si algún lector ha sido capaz de llegar hasta aquí y es un buen conocedor de Kubrick, habrá detectado que hay una omisión flagrante. Y es en este punto donde volvemos a la polémica a la que aludíamos al principio de este artículo: decidirse entre tanta obra maestra. En mi opinión que no es mejor que la de ustedes, pero que es lo único que me asegura el cuenco de arroz diario que se sirve en las mazmorras de Jot Down, no hay debate alguno: sin duda me quedo con la magnífica Dr. Strangelove: or How I Learned To Stop Worrying and Love the Bomb, cuya traducción al cristiano vendría a ser Dr. Strangelove: o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba.

De entrada, clasificar la película en un género determinado ya plantea un serio dilema ¿Es una película bélica? Sí, sin lugar a dudas. ¿Tiene elementos de thriller? También. ¿Suspense? Hasta el último minuto ¿Puede calificarse de drama? Sería un poco forzado, pero trata sobre un apocalipsis nuclear, así que poca broma. Pero cuando uno ve la película, el veredicto es claro: es una comedia negra o una sátira sensacional, lo que ustedes prefieran. Y es que lo que bien empieza, bien acaba. Cuenta con excelentes mimbres en el reparto: Sterling Hayden, George C. Scott, el maravilloso Slim Pickens (uno de los secundarios fetiches de Sam Peckinpah) y sobre todo, la participación del genio entre los genios, del más grande entre los grandes: Peter Sellers, que no es que borde su papel, es que interpreta magistralmente hasta tres personajes distintos. Añádanle además un magnífico guión, convenientemente aderezado por Terry Southern y el mismo Kubrick a partir de la novela Red Alert de Peter George. Los tres fueron nominados a los oscars, además de Peter Sellers como mejor actor y Kubrick en dos categorías más —mejor director y mejor película—. No ganaron nada, pero es que tampoco fue un año fácil: luchaban contra Mary Poppins, My fair Lady, Zorba el Griego y Topkapi. Mala suerte para Kubrick, que todo sea dicho, tampoco lo ganaría jamás. Pero no es para rasgarse las vestiduras: la lista de directores sin Oscar es tan notable (Bergman, Fellini, Hitchcock, Kurosawa, Welles, Chaplin, Hawks o Buñuel) que a veces cabe preguntarse en que bando conviene estar.

Para contextualizar Dr. Strangelove hay que retrotraerse al principio de la década de los sesenta, en plena guerra fría, exacerbada aún más si cabe por la crisis de los misiles de Cuba. Por aquel entonces los bombarderos americanos, repletos de armamento nuclear, volaban las veinticuatro horas del día al borde del espacio aéreo soviético, siempre a dos horas de sus objetivos. Es en esta situación cuando un general fanático y enloquecido, llamado John D. Ripper no por casualidad (en la que probablemente constituye la mejor interpretación de la carrera de Sterling Hayden), decide por su cuenta y riesgo enviar a sus aviones a arrasar la URSS, sin motivo razonable alguno. Al mismo tiempo, aplica los protocolos de actuación previstos en caso de guerra: cerrar la base aérea a cal y canto, cortar cualquier comunicación con el exterior y bloquear las transmisiones de datos a los aviones a menos que vayan precedidos por un código de seguridad previo, que naturalmente, solo él conoce. En cuanto la noticia llega a la Casa Blanca, la película cambia radicalmente de registro y hace que el espectador empiece a esbozar una sonrisilla que inevitablemente suele acabar en carcajada, en una soberbia mezcla de humor y tensión difícil de encontrar en ninguna otra película. Un magistral Peter Sellers en el papel de Presidente de los Estados Unidos llama a su homólogo soviético –a través del teléfono rojo, claro- para informarle de la situación, en un monólogo tan surrealista como memorable Después de localizarle en un burdel y de preguntarle por la familia, le suelta perlas tales como “Dimitri, uno de mis comandantes ha cometido una estupidez”, “Sí, te entiendo, yo también estoy molesto” y otras del estilo. A su vez, Dimitri le comenta que si una sola bomba llega a estallar en territorio de la URSS se activará automáticamente la Máquina del Juicio Final, que acabará con toda la vida en la Tierra y que una vez en marcha, no podrá ser detenida por ningún ser humano (lo que supone la perfección en el arte de la guerra, que diría Sun Tzu y el fin de la carrera armamentística, según el Dr. Strangelove, el científico loco nazi que da nombre a la película). Dadas las circunstancias, la única opción viable es hacer retornar a los aviones. Pero recuerden, estos se encuentran a menos de dos horas de sus objetivos y el código de seguridad solo lo conoce John D. Ripper, que mantiene la base cerrada, incomunicada y defendida por todos sus hombres. Y hasta aquí puedo llegar sin destriparles el resto de la película.

Dr. Strangelove es un film absolutamente delirante. Aquellos de ustedes que todavía no lo conozcan, no se lo pierdan bajo ningún concepto. Aún así, hay gente que sostiene que Dr. Strangelove es la obra más pesimista de Kubrick. Y no les falta razón. Pero la contrarréplica no es nada desdeñable: es la única ocasión en toda su filmografía en que Kubrick nos hace reír, y de qué manera. Al respecto, destacan las magistrales interpretaciones de un George C. Scott absolutamente desbocado y de un Peter Sellers que nos explicará el porqué del extraño título original “Dr. Strangelove: o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba”.

Pero no solo son buenos el argumento y los actores. Todo en Dr. Strangelove es magnífico: los títulos de crédito son sensacionales y están unánimemente considerados como unos de los mejores de la historia del cine. La elección de la banda sonora es espectacular, desde los temas que abren y cierran la película hasta la popular When Johnny Comes Marching Home Again, leit motiv de las escenas más tensas de la película. Tampoco es un hecho sorpresivo: Kubrick es uno de los directores que mejor han usado la música como elemento narrativo esencial en sus películas. Las soberbias bandas sonoras de La Naranja Mecánica, Full Metal Jacket o las naves flotando al son de El Danubio azul en 2001, Una odisea del espacio son un claro ejemplo de ello. Muy pocos directores han alcanzado tal maestría en esta faceta: Dios encarnado en John Ford, los hermanos Coen, Tarantino y alguno más que me dejo. Kusturica, quizás, pero esto son vicios privados que no conviene airear demasiado.

Y si algo curioso tiene Dr. Strangelove es la acumulación de anécdotas extrañas. Slim Pickens protagoniza una memorable escena que ha sido parodiada hasta la saciedad en multitud de films y series (Los Simpsons, como ejemplo más evidente), y que no contamos por no arruinarle el final a nadie. Pero en cuanto la vean, la reconocerán de inmediato. Y es que probablemente, sea esta escena una de las que les hará recordar esta película durante toda su vida. Porque tiene su miga: Slim Pickens entró de rebote en el reparto por una inoportuna lesión en el tobillo de Peter Sellers que le imposibilitó filmarla (en el que hubiera sido su cuarto personaje de la película). Pero Pickens planteaba un grave problema: tenía un acento texano marcadísimo (era actor de westerns, no lo olviden). Así que moldearon el personaje y los diálogos a su medida. Hasta aquí, nada del otro mundo. Pero resulta que en una de las frases tenía que hablar sobre pegarse una buena juerga en Dallas, como buen texano que era. Pues el mismo día del estreno de la película, mataron a un tal J. F. Kennedy. Y en Dallas, precisamente. Evidentemente, el estreno se aplazó, pero la referencia a la farra seguía ahí, así que hubo que cambiar el diálogo a toda prisa, eligiendo como ciudad festiva Las Vegas.

A raíz del estreno de esta película se produjo un hecho que llama poderosamente la atención: Kubrick describió con tanta maestría los protocolos de ataque y defensa nuclear que tanto la Unión Soviética como los Estados Unidos se vieron obligados a revisarlos y modificarlos. Por primera vez alguien dejó patente que cualquier loco podía desencadenar el Apocalipsis con un simple imprevisto. La coincidencia temporal con Lee Harvey Oswald, un marine que desertó hacia la URSS y la alargada sombra de la reciente crisis de los misiles hicieron el resto.

Los espacios donde se desarrolla la película merecen tratamiento aparte. Se trata de tres escenarios incomunicados entre si, situación que provoca que la trama sea tan acongojante como creíble. Sin duda alguna el más espectacular de ellos es la Sala de Guerra. Pues bien, cuando Ronald Reagan tomó posesión del cargo, su primera petición fue ir a visitarla. Parece que el hombre se llevó una gran decepción cuando descubrió que no existía y que no era más que un simple decorado. Pero aún fue más grave si cabe la recreación del interior del B-52, que se mantenía como un secreto de estado. Y en esas que llegó Kubrick y no solo lo reprodujo a la perfección, sino que además hizo públicos los procedimientos de operatoria del bombardero estrella de los Estados Unidos. Aún andan buscando al culpable. Y es que Kubrick gustará o no, pero nadie puede negarle el afán perfeccionista que impregna toda su obra.

Otro aspecto notable de Dr. Strangelove es el carácter inequívocamente sexual y fálico de la película, desde el diseño de determinadas escenas hasta los nombres de los personajes, lo que acentúa su comicidad para el angloparlante y desvirtúa muchos gags para el resto de la humanidad. Pero como por internet podrán encontrar información al respecto en mil páginas y ensayos, no será aquí donde repetiremos una cuestión tratada hasta la saciedad. Más aún cuando creo que ya me he ganado sobradamente el derecho a plato de gachas y celda con letrina y ventanuco.

Y todo esto es solo un vuelapluma de lo que encontrarán en poco más de noventa minutos. ¿Se nota que es mi película preferida de todos los tiempos? (Sergi Torres – Jot Down Cultural Magazine)