El Espíritu de la Colmena transcurre en un pequeño pueblo de Castilla, en plena postguerra a mediados de los años cuarenta. Isabel y Ana, dos hermanas de ocho y seis años respectivamente, ven un domingo la película «El Doctor Frankenstein». A la pequeña la visión del film le causa tal impresión que no deja de hacer preguntas a su hermana mayor, que le asegura que el monstruo está vivo y se oculta cerca del pueblo.

Mejor Película (Festival de San Sebastián 1973)

  • IMDB Rating: 8,0
  • Rottentomatoes: 100%

Película

Una de las obras cumbre de la historia del cine español, El espíritu de la colmena es una de esas películas tan especiales y cuidadas que es inevitable que acaben adquiriendo la categoría de film de culto. Aún hoy en día El Espíritu de la Colmena consigue fascinar y cautivar al espectador por la belleza de sus imágenes tan magistralmente capturadas por Erice. Una de las claves de la película está en su pureza, en la forma como Erice nos cuenta la historia desde el punto de vista de una niña inocente, sin juzgar y sin pretender hacernos entender todo lo que sucede, puesto que la pequeña Ana no es consciente de la realidad del mundo en que se mueve y que comienza a explorar. Por ese motivo tampoco se profundiza psicológicamente en los padres de Ana: Fernando (un intelectual que ahora se dedica a la apicultura) y Teresa, que parecen vivir ensimismados y aislados en su colmena particular.

De hecho, las metáforas con la colmena se encuentran presentes a lo largo de la película no solo de forma explícita en el título o en la profesión de Fernando sino también en las vidrieras de las ventanas que reproducen las celdas de dichas colmenas. Ana es la única habitante de esa colmena que tendrá interés en salir de ella y explorar la realidad que le rodea para entender ese mundo que tan extraño se le hace. Hay una escena en el colegio que remite directamente a esta idea, cuando la profesora le pide a Ana que le ponga los ojos a un maniquí que utiliza para una clase de anatomía. Cuando Ana le coloca los ojos la profesora le dice que ahora el maniquí “ya puede ver”, del mismo modo que a partir de ese momento Ana inicia ese viaje que le hará aprender a ver.

La casa en la que habitan las niñas y en la que sucede la mayor parte del film nos recrea un ambiente lleno de silencios y vacíos. Sus padres apenas hablan y prácticamente nunca conversan entre sí (de hecho en toda la película apenas hay planos en que aparezcan los dos juntos), en lugar de eso Teresa se cartea con alguien a quien no conocemos y Fernando escribe poesías y escucha la radio mientras se pasea solitariamente. A su vez, las niñas se hablan entre ellas a menudo en susurros y en la escena del desayuno familiar se comunican por gestos como si no quisieran romper el silencio que hay en la mesa (de nuevo Erice rueda la escena mostrando a todos los miembros de la familia en planos separados). No es extraño que Ana busque respuestas en el exterior y no en una casa que invita poco a responder a sus dudas. En una escena parece que Ana intenta comprender un poco mejor a sus padres mirando fotos de ellos de juventud – entre las cuales vemos a Fernando con Unamuno, confirmándonos que es un intelectual que seguramente se ha encerrado en esa colmena tras la victoria franquista en la Guerra Civil -, pero tampoco ahí encontrará respuestas.

La película de Frankenstein funciona como detonante para abrir algunas de esas dudas en el interior de Ana. Ella contempla asombrada cómo el monstruo juega con la niña y después es asesinado por la multitud. Eso le lleva a hacerse algunas preguntas fundamentales: ¿qué es el bien y qué es el mal? ¿por qué muere el monstruo? Cuando su hermana le dice que el monstruo es un espíritu al que puede invocar, Ana iniciará su búsqueda al mismo tiempo que esos interrogantes siguen en su cabeza.

El estilo de Erice es pretendidamente lento y contemplativo. Según sus palabras la película es más poesía que narración, y no le faltan motivos para afirmarlo. El film se basa en el uso continuo de elipsis y tiempos muertos así como en no pretender explicar todo lo que sucede, dejando a propósito algunos vacíos en favor de centrarse en los detalles.

De hecho Erice y Ángel Fernández Santos (con el que escribe el guión) evitan expresamente el conflicto en favor de mantener este ritmo tan pausado. Ni siquiera la aparición del maquis y la sospecha de que Fernando fuera cómplice suyo se explotan en ese sentido. La escena de la identificación del cadáver y la acusación en base al reloj que poseía se rueda prácticamente sin palabras ni dramatismos. No es ése el camino que les interesa a los guionistas.

Hay muchos otros aspectos a tener en cuenta de El espíritu de la colmena pero uno de los que cabe destacar especialmente es la fotografía de Luis Cuadrado. Aunque inicialmente Erice pretendía rodarla en blanco y negro, afortunadamente luego cambió de opinión ya que la textura que tiene el color en esta película es uno de sus aspectos más definitorios. Cuadrado hizo un trabajo asombroso dando más vida aún a los cuidadísimos planos de Erice remitiendo incluso a la tradición pictórica por el uso que hace de la luz, sobre todo en los interiores de la casa.

Con El espíritu de la colmena,  Víctor Erice realizó uno de los mayores logros fílmicos de la historia del cine español y uno de los retratos más honestos y sobrecogedoramente bellos de la inocencia infantil y la búsqueda de una verdad que puede llegar a ser hasta traumática. Imprescindible.