Ema, una joven bailarina, decide separarse de Gastón luego de entregar a Polo en adopción, el hijo que ambos habían adoptado y que fueron incapaces de criar. Desesperada por las calles del puerto de Valparaíso, Ema busca nuevos amores para aplacar la culpa. Sin embargo, ese no es su único objetivo, también tiene un plan secreto para recuperarlo todo.

  • IMDb Rating: 6,9
  • RottenTomatoes: 91%

Película

 

Esta potente e impactante película del realizador chileno de Neruda se aleja bastante, como es su cambiante costumbre, del resto de su filmografía, al menos en cuestiones estéticas. Un drama, un musical, una exploración acerca de la vida de una explosiva mujer (la extraordinaria Mariana di Girolamo), la película narra la historia de la tal Ema, una bailarina de tremenda intensidad, que tiene una tensa relación de pareja con un coreógrafo algo mayor que ella (Gael García Bernal).

Ambos comparten una rara tragedia personal: adoptaron un niño que cometió algunos actos violentos y decidieron, simplemente, devolverlo. Y tratan de convivir con los hechos cometidos por el niño y luego por ellos mismos al respecto, algo que no hacen de una forma necesariamente demasiado civilizada, con épicas peleas y distintas formas de agresión personal. En el caso de Ema esa virulencia no se limita a su relación con él.

Ema es una mujer libre, literalmente explosiva, y su potencia física y sexual se manifiesta tanto en el baile (las escenas coreográficas son buenísimas) como en sus andanzas sexuales y hasta en cierto interés que tiene por el fuego en muchas de sus formas. En un film que se mueve más por escenas de impacto que por lo que parece ser una narrativa clara, de a poco vemos a Ema cranear algún tipo de plan cuyos resultados conoceremos luego y muy de a poco.

En ese sentido, y más allá de las diferencias estéticas y de puesta respecto de sus otros films (rodado en Valparaíso, Ema tiene un trabajo audiovisual y sensorial extraordinario), el tipo de personajes no ha cambiado. Son siempre misteriosos, inasibles, llenos de zonas oscuras y ambigüedades, potencialmente peligrosos y muy pocas veces «queribles» de manera más o menos convencional. Pero es innegable que son cautivantes. A su manera límite, Ema va en camino a convertise en un extraño ícono de un tipo de mujer libre que hace con su vida lo que quiere. Para bien, para mal o para ninguna de las dos cosas. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)

Ema, de Pablo Larraín, es una película contradictoria… como el mundo del que surge y como el universo que aspira a retratar. El interés del cineasta chileno por adentrarse en la cara más sórdida de la naturaleza humana emerge con fuerza en su acercamiento a la atormentada existencia de una joven pareja –formada por Ema (Mariana Di Girolamo) y Gastón (Gael García Bernal)– que acaba de devolver a su hijo adoptivo después de que el niño, de siete años, intentara quemar a su tía.

Los diálogos entre Ema, una bailarina, y Gastón, su coreógrafo, funcionan como un festín de hiriente y retorcida violencia verbal: “cerdo infértil” o “condón humano” son algunos de los epítetos que Ema dirige a su atolondrado compañero. Sin embargo, pese a la truculenta premisa y a la agresividad que se manifiesta en muchas de las interrelaciones entre los personajes (la hipocresía y la manipulación son monedas de cambio habituales), Ema camina hacia la luz y hacia el fuego a medida que Larraín va permitiendo que la película se alinee empática e ideológicamente con su protagonista.

Desmarcándose del severo distanciamiento que suele caracterizar la relación con sus personajes, Larraín despliega en Ema un esfuerzo permanente por intentar comprender la visión (muy) particular del mundo que tiene la protagonista: una visión sublevada y alejada de los códigos familiares y sexuales tradicionales –Ema deambula por la realidad causando estragos parecidos a los que provocaba Terence Stamp en la familia burguesa de Teorema–. Desde ese ensimismamiento propio de la juventud, Ema rompe con todo aquello que se interpone en su anhelo maternal, desde la necesidad de un trabajo bien remunerado hasta el grupo de danza moderno-folclórica que dirige Gastón. En su personal camino de autoafirmación, Ema encuentra un apoyo primordial en un grupo de amigas con las que se entrega, en cuerpo y alma, a bailar reggaetón.

Por su parte, Larraín se pone del lado de Ema y la envuelve en luces de neón que convierten las calles y apartamentos de Valparaíso en un cosmos colorista asaltado por una juventud indomable. En definitiva, el director de No, Post Mortem, Tony Manero, El Club y Neruda consigue esquivar la tentación del moralismo para convertirse en una privilegiada puerta abierta a los misterios de la generación que, muy pronto, dará forma y futuro a nuestro mundo. (Manu Yañez – OtrosCines.com)