Brian Fitzgerald Fitzcarraldo, un excéntrico y megalómano hombre de negocios obsesionado con la ópera, ha ido perdiendo su prestigio y su fortuna en absurdas empresas sin futuro. Su último proyecto consiste en construir un teatro de ópera en un poblado peruano a orillas del Amazonas; para conseguir el capital necesario para financiar tan magna empresa se dedica al comercio del caucho. Su extravagante plan exige sacar del río un gran barco fluvial y transportarlo hasta la cima de un monte.

Mejor Director (Festival de Cannes 1982)

2° Mejor Película (Premios del Cine Alemán 1981)

  • IMDb Rating: 8,1
  • Rotten Tomatoes: 79%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Habiendo entrado ya de lleno en la década de los ochenta con ‘Excalibur’ (íd, John Boorman, 1981), toca hablar ahora de otra película de inconfundible producción europea que, a su vez, ha influido bastante en cierta concepción del cine de aventura como obra de arte, o al menos como pieza de autor, pero también de una película que es casi un documental, y que por lo tanto también ha aportado bastante a una nueva forma de entender la aventura. Dice Werner Herzog que la mayoría de sus ficciones son en realidad documentales, y que todos sus documentales tienen algo (o mucho) de ficción. Fitzcarraldo (íd, 1982) no es una excepción. Considerada por muchos, incluso por él mismo, como lo más importante que ha filmado jamás el realizador germano, estamos ante un filme hacia el que por una parte (la ya comentada) es fácil aproximarse, pero que por otra parte resulta absolutamente inclasificable, irrepetible, y bastante difícil de analizar, pues en sus imágenes late un extrañamiento que la vuelve impenetrable.

Toca entrar, por tanto, en un cine aventurero muy diferente al que hasta ahora habíamos comentado, ya que esta pesadilla alucinatoria no podría haberse filmado jamás en los años cuarenta y cincuenta (por múltiples razones, no sólo técnicas, sobre todo temáticas) y que entronca debidamente con una concepción del cine como vehículo de ideas y emociones y como instrumento de combate contra lo socialmente establecido y lo políticamente correcto. Toca también introducirnos en la locura y en la frondosidad de lo desconocido, pero de forma muy diferente a las ya comentadas ‘King Kong’ (íd, Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack no acreditados, 1933) o ‘Apocalypse Now’ (íd, Francis Ford Coppola, 1979), ya que allí donde los cineastas encontraron fascinación y tenebrismo, como en el primer caso, o existencialismo y barbarie, como en el segundo, aquí en Fitzcarraldo obtenemos el placer de descubrir que todo significa nada, que ni siquiera la locura significa algo, que no hay respuestas, ni conquistas, ni soluciones. Que los cuentos de hadas se acabaron. Que no hay genios. Sólo hay mezquindad, cólera, actos inservibles, desesperación y muerte.

Por eso el título que Herzog eligió para sus memorias sobre el rodaje de este puñetazo visual es tan acertado. ‘Conquista de lo inútil’ es un volumen imprescindible (y magníficamente editado por Editorial Entropía) en el que Herzog desnuda literalmente su alma explicando los avatares y los agónicos esfuerzos necesarios para hacer la película. Pocas veces he sentido como en estas páginas la complejidad de un rodaje. Se puede decir que esas memorias son cine en sí mismas. Y es que la filmación de esta gran narración de aventuras es una película dentro de la película, de forma similar a lo que vivió Coppola en jungla filipina, y es desde la casa de Coppola donde empieza precisamente el recuerdo de Herzog. Filmada en localizaciones de Iquitos, Perú, esta película está inspirada en la personalidad de Carlos Fitzcarrald, comerciante de caucho y eventual explorador, cuya documentada brutalidad con los indígenas iba pareja con su egolatría y su desmesura: capaz de remontar un enorme barco de vapor por una cresta de quinientos metros de altitud. Pero la locura de Herzog no fue menor: repetir exactamente la misma hazaña, elevando con poleas el casco del barco (si bien de menor tamaño), sin recurrir jamás a maquetas ni efectos de ninguna clase, hiriendo a varios actores, cruzando el umbral de lo humano e instalándose en el de animal sin raciocinio.

En realidad, la trama se reduce a eso, a la de un perturbado que quiere reclamar nuevas rutas de caucho…y establecer una ópera al mismo tiempo, dada su obsesión por Caruso. No hay nada más, pero Herzog enriquece la peripecia con cientos (literalmente) de detalles sobre la vida indígena, la confrontación entre la locura de lo civilizado frente a lo irracional de lo preindustrial, la mirada del hombre sobre lo que no comprende: la vida y la muerte en la naturaleza pura. Jason Robards fue el primer elegido para interpretar a Fitzcarraldo, pero cayó enfermo cuando se llevaba rodada gran parte de la película y se vio obligado a abandonar. Le sustituyó Klaus Kinski y Herzog se vio obligado a pactar con el diablo y a comenzar de nuevo. Cuenta que Kisnki quería demostrar lo duro y feroz que era, y que quería dormir en tiendas en plena jungla, armado con material de escalada para sus ratos libres. A la segunda noche, se fue a un hotel de lujo a emborracharse. Es imposible pensar en otro Fitzcarraldo. Kinski estaba completamente loco, y las peleas con Herzog pasaron de lo normal a la amenaza y hasta el ataque físico. Pero no se puede negar que este hombre era una fuerza de la naturaleza, y que Herzog supo entregarle la cámara para que simplemente pusiera en ella su inexplicable rostro.

Y aunque llegamos a odiar con toda nuestra alma, como espectadores, a este individuo capaz de empujar a su gente a una empresa descabellada, lo que más nos estremece es que en el fondo sentimos una cierta admiración por un hombre capaz de llegar todo lo lejos que haga falta para hacer realidad su sueño. En la tenacidad arrolladora, inexpugnable, de Fitzcarraldo encontramos la fuerza colosal de conquistadores, descubridores y todo tipo de sujetos capaces de mover montañas, de doblegar la naturaleza a sus designios…para ser doblegados luego por ella. Y en su caída, en su fracaso sin paliativos, les compadecemos por su soledad, por haberse atrevido a desafiar a los dioses. En esa belleza oscura es en la que se mueve Fitzcarraldo, narrada con una gelidez, y al mismo tiempo con una pasión, indescriptibles. Extrayendo toda la belleza y la fuerza, y también todo el horror y la ausencia de romanticismo de la jungla. Ambivalente en todos sus elementos, significa la cumbre de la percepción del hombre por parte de Herzog, la expresión definitiva del arte por el arte. Con magnífica fotografía de Thomas Mauch y aún más magnífico diseño de sonido de Juárez Dagoberto y Zezé D’Alice, quienes con sensibilidad y talento supieron dotar al filme de una admirable riqueza sonora.

No sé exactamente si Fitzcarraldo es una película, un documental, una locura o una gigantesca inutilidad. Quizá lo sea todo al mismo tiempo, pero no podría asegurarlo. De lo que sí estoy seguro es de que es una experiencia sensorial obligatoria para todos los amantes del cine (a los que puede fascinarles o repugnarles, sin término medio, y puede que ambas cosas a cada minuto) y una cita imprescindible para todos aquellos que crean que el arte es eso que, precisamente, más nos pone nerviosos. Una aventura sin regreso a casa. En la próxima entrega de este particular ciclo de aventuras, una muy diferente, de nuevo norteamericana, protagonizada por un hombre corriente, muy diferente al loco de Fitzcarraldo. (Adrián Massanet – espinof.com)