En It Must Be Heaven, el director Elia Suleiman viaja a diferentes ciudades del mundo en busca de similitudes con su tierra natal, Palestina. También puede decirse que Suleiman huye de Palestina buscando un nuevo hogar, tan solo para darse cuenta de que Palestina parece estar siguiéndole, sin importar el sitio al que vaya. La promesa de una nueva vida pronto se convierte en una comedia llena de errores.

Mención Especial y Premio FIPRESCI en el Festival de Cannes 2019
Premio Eurimages en el Festival de Sevilla 2019
  • IMDb Rating: 7,1
  • RottenTomatoes: 94%

Película / Subtítulo (Calidad 720p)

 

Ni siquiera habría que elegir uno entre tantos gags magníficos en It Must Be Heaven para glosar en una sola circunstancia la inteligencia soberana del actor y cineasta palestino Elia Suleiman. ¿Cuál elegir? El mejor, quizás, un disparate lúdico y lucido como pocos, transcurre en un supermercado de Nueva York y versa sobre el fetichismo estadounidense respecto de las armas; otro, no menos genial, sucede en un aeropuerto norteamericano, pero todo lo que pasa sería concomitante a cualquier punto de control en un país del primer mundo. Cuando It Must Be Heaven se posa narrativamente en París, la antología de chistes es tal que elegir uno resulta mezquino. Suleiman es un genio de la puesta en escena, una especie de Jacques Tati resucitado en Nazaret, pero con una sensibilidad más política que sociológica.

La novedad en It Must Be Heaven es que ya no es el conflicto palestino-israelí el motivo de deconstrucción general para desnudar así el absurdo de la ocupación y la crueldad sistemática de los representantes del Estado israelí frente a la población que vive ahí hace milenios. Solamente en el inicio, y un poco en el final, la trama tiene ese escenario. En ese episodio, se puede apreciar el genio del cineasta en una escena que el plano y contraplano posterior sobre los rostros de dos hombres enemistados, quienes parecen estar odiándose a través de sus miradas, depara una sorpresa en la resolución del gag en el plano siguiente.

He aquí la exposición de un método: hacer reír es desnaturalizar lo que parece de una forma pero siempre es de otra. En la incongruencia entre la expectativa y lo real, se desmonta la costumbre y se expone la incompatibilidad de una situación respecto de los elementos inconmensurables que la amparan. El gag en el que los desamparados que duermen en el suelo en París se combinan con la atención a bordo de un jet es un ejemplo notable. Lo mismo respecto al juego de la silla en un pasaje muy famoso en París, en el que Suleiman injuria el corazón de la mitología francesa en menos de 40 minutos: la libertad, la igualdad y la fraternidad son valores retóricos, lo que sucede en las calles desmiente las prácticas insignes de la simbólica revolución a la que siempre se acude para vindicar el progreso social cada vez más inexistente. (Lo mismo sucede en Manhattan: la libertad y la abundancia del sueño americano constituyen bienes simbólicos y materiales escasos).

Para todo esto Suleiman ha inventado un personaje que ni siquiera tiene que hablar: simplemente observa la cotidianidad de la esfera pública y con eso basta, porque observando las repeticiones de toda práctica social, en cualquier espacio público, se revela lo endeble de su fundamento. El cineasta palestino se interpreta a sí mismo; en el film viaja primero a Francia y luego a Estados Unidos en busca de fondos para realizar una película. En París, le aconsejan hacer una película que no sea demasiado palestina pero que tampoco se aleje demasiado de esa materia; en Estados Unidos, acompañado por Gael García Bernal (haciendo de él mismo), lo ignoran olímpicamente. Parece poco, pero en Suleiman es suficiente para demolerlo todo a través de la puesta en escena.

¿Una comedia geopolítica? It Must Be Heaven no puede ser visto de otro modo, como lo confirman el vocablo ‘Arafat’ en la boca de un taxista, la policía gala desplazándose en modernos patines para perseguir a sospechosos y los tanques reemplazando a los automóviles en las desérticas calles parisinas. La comicidad es un misil dirigido a la estupidez humana. Nada puede ser mejor que combatir la crueldad rampante con una justa dosis humorística apuntada al centro de operaciones simbólicas del poder en todas sus formas y en todos lados. (Roger Koza – ConLosOjosAbiertos.com)