En Once, Glen es un cantante y compositor que interpreta sus canciones por las calles de Dublín, cuando no está trabajando en la tienda de su padre. Durante el día, para ganar algún dinero extra, interpreta conocidos temas para los transeúntes, pero por las noches, toca sus propios temas en los que habla de cómo le dejó su novia. Su talento no pasa desapercibido a Marketa, una inmigrante checa que vende flores en la calle. Ella tampoco ha tenido suerte en el amor y, para sentirse un poco mejor, escribe canciones sobre el tema, pero, a diferencia de Glen, nunca las interpreta en público. Glen y Marketa, acaban de improviso haciendo un dueto en una tienda de música, y será entonces cuando descubran que algo les une.

Mejor Canción Original en los Premios Oscar 2007
Premio del Público en el Festival de Cine de Sundance 2007
Mejor Película Extranjera en los Premios Independent Spirit 2007
  • IMDb Rating: 7,9
  • RottenTomatoes: 97%

Película / Subtítulo (Calidad 720p)

 

La fórmula es muy simple: dos personas, unos instrumentos, 88 minutos y ninguna mala nota”. Así describe Once la crítica aparecida en The New York Times. La película es una pequeña historia rodada con 180.000 euros (ha recaudado 9 millones de dólares en la taquilla estadounidense y 350.000 euros en Irlanda), que cuenta en formato de álbum musical la historia de amor entre un músico callejero irlandés que ayuda a su padre reparando aspiradoras, y una joven pianista checa que se gana la vida con la venta ambulante. Una historia que, como el propio John Carney -director y guionista- confiesa, que­ría desarrollar en diez minutos, porque el resto lo iban a contar las canciones.

Once, rodada cámara en mano con un estilo voluntariamente desaliñado y un tono alejado de toda afectación (¡y ya es difícil encontrar un musical sin pretensiones!), es una obra maestra, pequeña pero maestra.

Y lo es por muchos motivos, porque la música es sensacional y está perfectamente engarzada en la historia, mejor, es la historia; porque las interpretaciones, de una pasmosa naturalidad, son brillantes (los dos protagonistas son músicos y no tienen que hacer grandes esfuerzos para interpretar lo que significa para ellos el arte), y sobre todo porque tiene un guión de una frescura absolutamente cautivadora y una construcción de personajes que revela una visión del ser humano de un op­timismo contagioso.

El cine ha generado miles de historias románticas, cientos de musicales y decenas de biopics, pero podemos afirmar que la originalidad de Once es acusadísima. John Carney (que antes de rodar películas tocó en The Frames, la banda del protagonista) se aleja absolutamente del tópico tanto al narrar la historia de amor como al contar el proceso de creación musical.

Curiosamente, al alejarse del tópico se le abren a la película posibilidades insospechadas: la protagonista puede ser ingenua -entre otras cosas porque tiene edad de ser ingenua, 17 años cuando la rodó- sin negociar su integridad, y él puede enamorarse sin acosar; y son amigos; y una banda de rock se pasa una noche de grabación sin chutarse; y te dejo una grabación; y pon tu la letra; y una co­sa es la canción y otra la vida; y me arreglas la aspiradora; y mira a ver si coges el acorde; y lloras y te consuelo; y tú tienes tu vida y la respeto; y nadie se tira por un puente…

Es extraordinariamente gratificante escuchar los diálogos de una película que aborda con un oxigenante desparpajo cues­tiones que buena parte del cine reciente banaliza o somete a los aburridísimos clichés de lo políticamente correcto: la fidelidad matrimonial, la responsabilidad personal, la necesidad de moderar los impulsos emocionales, la paternidad y la maternidad, el precio del éxito, etc.

A medida que absorbe esta oxigenante dosis de realismo, el espectador se enamora de la historia, de la música y de los personajes. Es lo que le pasó al público asistente al último festival de Sundance, que premió la película, mientras el jurado oficial no la tuvo en cuenta. (Ana Sanchez de la Nieta – FilaSiete.com)