En Take me Somewhere Nice, Alma, adolescente impasible, viaja desde su hogar en Holanda a la tierra de su padre, Bosnia. Pero al otro lado nadie la espera. Con su apático primo Emir y su (atractivo) amigo Denis a la zaga, se echa a la carretera, la perplejidad se convierte en arrojo temerario.

Premio Especial del Jurado en el Festival de Rotterdam 2019
Mejor Película en el Festival de Sarajevo 2019

  • IMDb Rating: 6,3
  • RottenTomatoes: 92%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Alma viaja ilusionada a Bosnia, el país de origen de sus padres para conocer a su progenitor, quien no soportó la migración a Holanda y volvió a Bosnia cuando Alma era muy pequeña. La hospitalización de éste le sirve como excusa para hacer ese viaje. Sin embargo, cuando llega a su destino se encuentra con un clima extraño, lleno de desplantes y agrio. Su primo, quien la acoge en su estancia en el país parece no querer relacionarse con ella y se niega a ayudarla a llegar hasta su padre. Alma decide continuar su viaje sola, una última etapa en la que tocará fondo, pero de la que tendrá que ir recomponiéndose desde cero, descubriendo la complejidad del mundo y la sensación de ser una extraña en tu propio país.

En su primer largometraje, Ena Sendijarevic consolida ya su marca personal, la cual lleva desarrollando en sus anteriores trabajos. Y no solo eso, sino que se ve una posible constante en el tema elegido. En Take Me Somewhere Nice reafirma una inquietud que ya veíamos en Import (2016), un cortometraje en el que retrata la complejidad de adaptación de una familia bosnia que llega a Holanda. En el largometraje Take Me Somewhere Nice, la directora vuelve a esta problemática, pero desde otro punto de vista, la una joven holandesa cuyos padres emigraron hace tiempo desde Bosnia.

Así ha querido visibilizar Sendijarevic el paradigma de muchas familias cuyos miembros se ven en la situación de sentirse parte de muchos lugares y, a su vez, de ninguno. Esta película decide adoptar un punto de vista lo más aséptico posible, alejándose del drama. Así, a través de la puesta en escena y del tratamiento de los personajes, la directora realiza un filme intencionadamente superficial con una clara determinación de contar una historia universal. La directora bosnia hipnotiza al espectador con la estética de su puesta en escena, llena de propuestas arriesgadas basadas en la libertad y fidelidad a su manera de mirar, y optando una vez más por el formato 4:3, el cual para ella es lo adecuado para contar una historia de esta generación actual de jóvenes que viven observando imágenes de estas características en sus móviles a través de redes sociales como Instagram.

Lo que más destaca de esta película, y que sigue en la línea de sus cortometrajes, es la utilización de la cámara. En los encuadres, la directora juega con las reglas establecidas dejando el aire de la imagen en los lugares menos habituales o incluso dejando que éste ocupe la mayor parte del encuadre, cortando los cuerpos de los personajes de maneras peculiares y eligiendo angulaciones que permiten jugar con líneas de composición más expresivas. Es un continuo juego con la cámara en el que la directora y el director de fotografía, Emo Weemhoff, se apoyan en diferentes elementos como los espejos para crear planos con gran profundidad e información, y buscar siempre una forma de filmar que rompa con lo que el espectador espera. De esta forma, a través del montaje, la acción principal de las escenas se complementa con las sensaciones que provocan los insertos de imágenes que desplazan la mirada del espectador hacia planos detalles más peculiares, que los acompañan y añaden un nivel de información más sensorial y crea el ambiente que hace este filme tan hipnótico.

A pesar de que la directora opta por una dirección artística sencilla, los elementos de la puesta en escena se combinan de forma inteligente y concentrando el peso visual de las imágenes en los contrastes. Los colores juegan un papel de gran importancia, siendo Alma la personificación de los colores vivos con su rubio platino y sus vestidos color pastel, mientras que en Bosnia se va encontrando con colores más apagados. La directora consigue aunar estas dos tonalidades de forma gradual a lo largo del filme a medida que los dos mundos- Holanda y Bosnia- se van encontrando. Esto es especialmente patente cuando Alma va encontrando su sitio dentro del mundo bosnio, momento en el que los colores comienzan a diluirse a través de un equilibrio perfecto.

Take Me Somewhere Nice es una road movie existencialista, una búsqueda de la identidad y una reflexión sobre la pertenencia que se presenta con una estética rompedora. Con esta cinta, con la que ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Rotterdam y el premio a mejor película en el Festival de Sarajevo, Ena Sendijarevic se presenta en el panorama cinematográfico con un debut que invita a reflexión y estimula visualmente al espectador. (Iria Potti Vázquez – RevistaMutaciones.com)