The Sugarland Express es la historia de un joven presidiario de apenas veinte años que logra escapar de la cárcel con la ayuda de su esposa, casi una niña. Lo que se propone es recuperar a su hijo, cuya custodia ha sido entregada por la ley a una familia de acogida. Lo sorprendente es que la fuga se produce a pesar de que la pareja tiene serias limitaciones mentales.

  • IMDb rating: 6.8
  • RottenTomatoes: 91%

Película / Subtítulo 

Mejor Guión en el Festival de Cannes 1974

“Si existe algo parecido a un sentido cinematográfico, y yo creo que sí (conozco a vendedores de frutas y taxistas que lo tienen, y a críticos de cine que no), Spielberg realmente lo tiene.  No hay señales de la emergencia de un nuevo gran artista (como Martin Scorsese) en The Sugarland Express, pero supone el debut de una voz perteneciente al nuevo estilo, a la nueva generación” — Pauline Kael en The New Yorker, 18 de marzo de 1974.

The Sugarland Express, el debut propiamente dicho en pantalla grande, se puede leer como un pulso entre los dos Spielberg que luchaban por salir a la luz. El movie brat individualista o el prestidigitador del gran público: sólo uno de los dos tenía cabida en el Nuevo Hollywood. Sería muy sencillo afirmar que Tiburón, su siguiente película, inclinaría la balanza hacia la segunda opción de forma definitiva. Pero en The Sugarland Express detectamos una cierta pulsión que el cineasta no abandonó jamás del todo, una voluntad de servir a dos amos (crítica y público) y satisfaciendo a ambos por igual. Es una alquimia bastante compleja que, por supuesto, Spielberg aún estaba lejos de dominar —ni siquiera había cumplido los 30—, lo que convierte en una película dramáticamente indecisa. Por un lado, es heredera de la influencia capital que Bonnie & Clyde  tuvo en los Brats, algo palpable en esos protagonistas jóvenes y fugitivos a través de carreteras secundarias y paisajes crepusculares —la fotografía de Vilmos Zsigmond, con quien repetiría en Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, supone un porcentaje muy generoso del impacto global—. Por otro, la película se muestra incapaz de llevar su tesis hasta sus últimas consecuencias: lejos de la fascinación por la figura del fuera de la ley que convirtió Arthur Penn, Scorsese o Malick en representantes de una nueva sensibilidad, más adulta y provocadora de lo que el drama criminal al uso se atrevía a hacer por entonces, Spielberg se asegura de convertir a Lou Jean y Clovis Poplin en víctimas de las circunstancias, en personas fundamentalmente honestas que han sido arrastradas hasta un callejón sin salida por culpa de una mala racha. Su clímax se convierte, así, en un mazazo injustificado y un abrupto cambio de tercio: no es comparable al romanticismo terminal de Penn o a la perversión culpable de Mean Streets, sino que se antoja una decisión artificial, un golpe de efecto por parte de alguien que cree haber entendido esa poesía rebelde que Badlands simbolizó como ninguna otra, pero sólo se ha quedado en su epidermis.