En To Live and Die in L.A. un agente del servicio secreto de Los Ángeles pone en marcha un peligroso plan para atrapar a un famoso falsificador de dinero.

  • IMDb Rating: 7,3
  • RottenTomatoes: 91%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

En 1985, Los Angeles era la capital de un mundo neoliberal. Un año antes, la ciudad había sido la sede de unos Juegos Olimpicos que, ante el boicot de la Unión Soviética, fueron una exhibición de poder televisado de los Estados Unidos. También un año antes, L.A. fue uno de los grandes feudos que permitió a Ronald Reagan arrasar en las elecciones presidenciales, pese a ser una ciudad tradicionalmente demócrata.

El caldo sociocultural en el que hierve una película como To live and die in L.A. es muy reconocible: liberalismo económico y cultura de masas, con aderezos de obsesión por el dinero, tráfico y consumo de cocaína, culto al cuerpo y corrupción política y policial. En esta pesadilla “Jamesiana”, William Friedkin rodó una película que se podría considerar como una carta de amor y odio a la ciudad a la que se había mudado veinte años antes. Su cámara se mueve entre zonas industriales del centro, barrios marginales, vías de tren, almacenes y escondites en el desierto, lejos del glamour de Hollywood y Beverly Hills.

Concebida como una película policíaca, una ‹buddy movie› con toques de autor, To live and die in L.A. es una película hipertrofiada y anabolizada, un constante ir y venir, personajes incapaces de sentarse y pensar. Tras la muerte de su compañero Jimmy, el agente Richard Chance (William L. Petersen), emprende una venganza personal contra su asesino, el falsificador de moneda Ric Masters (Willem Dafoe). En el inicio encontramos varios de los tropos más usados en el cine policial de la época: un policía experimentado al que matan justo antes de jubilarse, su joven e impetuoso compañero con problemas para seguir las reglas del juego, su nuevo compañero que quiere vivir bajo esas mismas reglas, el frío y seductor criminal sin escrúpulos…

Friedkin no renuncia a usar los clichés, sino que los abraza y usa como una estructura en un edificio cuya fachada revestirá con su arte: un gran dominio del ritmo acelerado mediante estudiados movimientos de cámara y un montaje que privilegia la acción. Después de dos fracasos (Cruising y The Deal of the Century), el director estadounidense quiso volver al terreno de The French Connection; las orquestadas y espectaculares persecuciones en coche y a pie, los espacios abiertos y exteriores decadentes. El film es puro entretenimiento, con un protagonista siempre dispuesto a ir más allá en su enajenación: su afición por saltar al vacío de puentes no deja de ser la perfecta metáfora para su estilo de vida y, por extensión, para el estilo de vida norteamericano de la época. Hay una tensión entre cumplir las reglas y saltárselas para un supuesto bien mayor que recorre todo el film, especialmente en las discusiones del protagonista con su nuevo compañero, Vukovich (John Pankow) y su jefe, Thomas Bateman (Robert Downey Sr.).

Pese a que el ‹New Hollywood›, que había aupado a directores como Friedkin, ya agonizaba, es imposible no apreciar su rastro en una película como To Live and Die in L.A.; desde sus créditos, homenaje claro al Bresson de L’argent (1983), hasta la decisión de matar a dos de sus protagonistas a sangre fría, dedicando a su muerte unos pocos segundos. El final extrañísimo, oscuro y carente de épica, más allá de una impresionante escena en un almacén en llamas, es quizás el otro ingrediente disonante del film.

Es interesante esa falta de épica, especialmente si consideramos la película como una especie de epopeya griega hipertrofiada, en la que unos personajes hipermasculinizados se mueven por pura acción, y en donde el vértigo y la euforia sustituyen al misticismo. Incluso la presencia constante de guiños homoeróticos (un tema que Friedkin ya había explorado con tino en The Boys in the Band) son más producto de la hipermasculinización de tintes clásicos (con personajes femeninos reducidos prácticamente a la marioneta) que de una voluntad de explorar la sexualidad homosexual.

Pese a ser tremendamente entretenida, el interés de una película como To Live and Die in L.A. hay que buscarlo en algunas pinceladas, algunas notas desafinadas que dan color a un relato prefabricado, así como en la presencia de grandes actores cuya carrera recién empezaba (John Turturro o un convincente Willem Dafoe). (Iván Correyero – CineMaldito.com)