Don Lope ha acogido a Tristana en su hogar para cumplir una promesa hecha a sus padres. Pero la joven es muy hermosa y se convierte en la obsesión del anciano, que a fuerza de tiempo y de paciencia consigue sus favores. Sin embargo, cuando ella conoce a un joven pintor que la enamora, decide cambiar radicalmente el rumbo de su vida.

  • IMDb Rating: 7,5
  • RottenTomatoes: 97%

Película (Calidad 1080p)

 

Tristana es el tercer encuentro de Luis Buñuel con Benito Pérez Galdos, Nazarin y Viridiana fueron los anteriores. Las tres son de lo mejor de la obra del director aragonés. Algunas de las temáticas galdosianas contactan con los motivos que obsesionaron a Buñuel: el conservadurismo español, la presión religiosa, el lugar de sumisión destinado a la mujer. Los vínculos temáticos le permiten al director tomar los argumentos literarios y trasponerlos haciendo emerger del naturalismo de Pérez Galdos la oscuridad típica de los personajes que pueblan su cine.

Desde el primer fotograma -un gran plano fijo de la ciudad amuralla de Toledo rodeada por el Tajo- ya nos plantea Buñuel uno de los ejes por los que va a transitar el relato de Tristana: el encierro. El segundo plano que vemos, ya con una cámara en movimiento siguiendo el andar de dos mujeres vestidas de negro, está enmarcado por las murallas; y en la presentación que Saturna hace de Tristana lo primero que dice es que hace dos semanas que está encerrada. Pero el verdadero encierro sobre el que trabajará Tristana no es una cuestión espacial, como lo expresan esas imágenes iniciales, sino el denominador común de todos los personajes, determinados por férreas tradiciones culturales y sociales.

El oficio de Buñuel en su trigésimo tercera película es formidable: una estructura narrativa clásica que funciona a la perfección hasta que es violentada en su final; una construcción visual y un manejo del espacio que son parte de la construcción discursiva; los toques oníricos identitarios de su cine y de su acercamiento a la psiquis de sus personajes; sexo, perversiones, religiosidad, represiones, todas las temáticas buñuelianas en su esplendor.
Tristana es Tristana, la película es el devenir de su protagonista, desde la ingenuidad infantil a la desazón y la oscuridad adultas. Un recorrido que no es regodeo en el dolor sino iluminación sobre una sociedad, sus tradiciones y las férreas identidades que impone.

Tristana es la entenada de Don Lope, su hijastra, sabemos que está de luto por la muerte de su madre situación que la ha colocado en manos del viejo caballero. La presentación del personaje de Don Lope es magistral, ni bien su nombre es pronunciado, la invocación lo trae de cuerpo entero, y en una breve escena mucho de lo que lo define nos es expuesto: caballero cuidadoso de su imagen, mujeriego, y poco dado a asumir su vejez. Don Lope se piensa a sí mismo como libertario y libertino, libertario no en sentido ácrata sino como caballero refractario a los valores de lucro capitalista. A partir de distintas escenas construimos un personaje que no trabaja y detesta el espíritu comercial, no regatea ni discute de dinero, es anticlerical, defiende a un ratero perseguido por la ley; pero al mismo tiempo impone su poder frente a Saturna, encarna conceptos vetustos sobre el honor caballeresco y sobre el lugar de la mujer (“La mujer honrada, pierna quebrada y en casa”), y no tiene pruritos en abusar de Tristana. El decadente hidalgo castellano es también prisionero de las tradiciones, y de las contradicciones que la cultura a la que pertenece se permite.

La presentación de los personajes se cierra con un plano de Tristana abatida, llorosa y encerrada en su luto, en la caza y en la tiranía de Don Lope. Es interesante retener esta imagen con que se cierra nuestro primer acceso a Tristana para compararla con el lugar y actitud con que finaliza el relato.

Dos escenas se entrelazan para cerrar la primera parte y colocar el relato en otro lugar. Tristana ya sin luto y en la calle, aunque acompañada de Don Lope y entre muros y columnas, encarna el discurso libertario del caballero, y dice y hace. Dice: “Una puede ser libre y honrada”; y se sube a la tumba del Cardenal Tavera –Arzobispo de Toledo e Inquisidor general de España en el SXVI- en una escena preciosa y provocativa. Esa es la Tristana inicial, ya sin luto ni trenzas, con sueños y con actitud. Pero esa escena se cierra con Don Lope arrancándole mediante ardides un primer beso de amantes. En la siguiente el viejo termina de consumar su deseo y Buñuel le da imagen a la hipocresía de Don Lope: mientras Tristana es llevada a la habitación y Lope cierra la puerta, la cámara da un rodeo hacia la otra entrada y esa otra puerta también es cerrada, en un falso acto de pudor. Una vez que él ha conseguido abusar de ella, instaurando esa perversa dualidad de la que se jacta: “Yo soy tu padre y tu marido y hago de uno u otro según me convenga”, el personaje de Tristana sufre una primera transformación, deja de ser la inocente e ilusa jovencita que reinterpretaba los discursos libertarios de Don Lope y adquiere un cariz más amargo, comienza a tratarlo de viejo, a hablar mal él y a ocultarle parte de su vida. En ese recorrido contacta con Horacio, y Don Lope deja de ser el único hombre en la vida de Tristana. Horacio es el opuesto de su padre/marido: joven, bello, moderno. La diferencia entre ambos se manifiesta cabalmente en la escena en que Don Lope lo reta a duelo golpeándole el rostro con un guante y este le respondo derribándolo con un cros a la mandíbula.

La relación con Horacio, no sin contradicciones –la piensa como esposa contrariando las ansias de libertad de ella- sostiene a Tristana en su enfrentamiento con el viejo Lope al punto de encontrar el valor para abandonarlo.
Buñuel a diferencia de Galdos profundiza la rebeldía de Tristana, lo que en la novela es la partida de Horacio y el desarrollo de una relación epistolar, en la película es la partida de ambos y el silencio hasta la enfermedad de Tristana. Pero Buñuel no está elaborando un canto idílico de libertad y romanticismo, sino una mirada sobre las telarañas sociales que nos amarran a aquello de lo que abjuramos y deseamos alejarnos. Tristana se va del encierro de Don Lope y de Toledo, pero no puede romper definitivamente y termina volviendo.

Galdos centra su trabajo sobre Tristana en los deseos de libertad y los sueños de igualdad, podríamos decir que en el feminismo de la joven; mientras que Buñuel mira cómo se va pervirtiendo el personaje, la huida que Buñuel le concede no hace más que resaltar el encierro posterior, magnificado al amputarle una pierna y fijarla a una silla de ruedas. La Tristana de la tercera parte del film es una creación exclusivamente buñueliana, es la pesadilla que emerge de la perversión de los sueños. La Tristana de Buñuel se sabe derrotada y asume la maldad y la venganza como única forma de estar, sus deseos solo encuentran el camino de la perversión erótica, la escena del balcón en la que se le muestra desnuda a Saturno, como un objeto erótico, es la manifestación perfecta de esta transformación.
Saturno es el tercer hombre en la vida de Tristana, la mantención en el tiempo del vínculo entre ellos es quizás una de las formas que Buñuel encuentra para mostrar la perversión que ha sufrido la heroína. Saturno y Tristana nos son presentados juntos y en esa escena se muestra una empatía y comunicación que no hay con otro personaje. En la escena del campanario se los ve en un juego erótico infantil propio de quienes están accediendo a su sexualidad. Hay que decir que Saturno siempre aparece vinculado a la pulsión sexual, sus reiterados y prolongados encierros en distintos baños son muestra de ello. En la transformación que va de esos primeros e inocentes juegos eróticos a la mostración de su tullida desnudez exposición que denota una imposibilidad de goce personal, está todo el recorrido de Tristana.

La transformación de Tristana se completa en el casamiento religioso, ella se ha convertido, producto del rencor, en algo que nunca deseo; y desde ahí arrastra a Don Lope que de una vida de cafés y blasfemias con amigos pasa al chocolate en casa con tres curas. El odio que dominan la tercera y final figura de Tristana se completa con la simulación de la llamada telefónica al médico y la apertura de par en par de la ventana para apurar la muerte de su marido.

En este punto creo que es interesante pensar el corrimiento temporal que Buñuel le impone a la obra de Galdos, ya que el relato literario transcurre en los años 80 del Siglo XIX y el cinematográfico atraviesa la década del 30 del SXX. Y es imposible pensar la España en la que Buñuel inscribe la historia sin que la conflictividad política de la Segunda República (1931 – 1939) que concluiría en la Guerra Civil Española, sea la primera imagen que se nos aparezca. Tristana encarna sueños, en parte fogoneados por el propio Don Lope: ser libre y honesta, no tener que aceptar los preceptos religiosos y morales de su época; pero el peso de las cadenas es muy grande y termina pervirtiéndose y encarnando un conflicto cargado de odio y deseo de venganza que terminará destruyéndolos a ambos. Esta reubicación temporal que realiza Buñuel de Tristana me lleva a recordar también los versos de Machado.

Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.

Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.

(CineOrillas.com)

Tras la muerte de su madre, Tristana (Catherine Deneuve) es confiada a don Lope (Fernando Rey), un viejo don Juan venido a menos con el que la joven inicia una relación. Tiempo después, Tristana conoce a Horacio (Franco Nero), un pintor bohemio del que se enamora y con el que acaba huyendo ante la oposición de su celoso tutor.

Buñuel contaba con casi setenta años de edad cuando, a su regreso a España tras Viridiana, rodó esta otoñal y madura obra maestra que adaptaba libremente la novela homónima de Benito Pérez Galdós. Se trataba de un viejo anhelo que el maestro aragonés ya había intentado llevar a buen puerto, sin éxito, en al menos otras dos ocasiones (la primera de ellas en México, con Silvia Pinal y Ernesto Alonso en los roles principales).

Probablemente no se haya sido del todo justo con la que es, en opinión de quien suscribe estas líneas, una de las tres o cuatro mejores películas de toda su filmografía. Vista a día de hoy, Tristana se mantiene como una obra excepcional y profundamente personal (esa añeja Toledo que nos muestran sus imborrables imágenes, no difiere mucho de aquella otra que Buñuel frecuentó junto a Dalí y Lorca en sus años de juventud), una cumbre ineludible en la trayectoria del autor de Un perro andaluz.

La malsana y desigual relación que se estable entre Tristana y don Lope, sirve al genio de Calanda como base argumental de un relato en el que, además de sus habituales inquietudes y obsesiones (sexo, posesión, crítica social, sueños, religión,…), tiene cabida una honda y melancólica reflexión acerca del paso del tiempo y del contraste que, inevitablemente, surge entre lo viejo y lo nuevo.

La paleta cromática de grises y ocres que predomina en la fotografía de José F. Aguayo, resulta perfecta para enmarcar las frías y sobrias calles del casco antiguo de Toledo. Buñuel nos ofrece una narración precisa y austera, en la que no sobra ni falta nada, poniendo de manifiesto, una vez más, su maestría en el dominio del tempo y el espacio cinematográficos.

En Tristana hallamos a uno de los personajes más logrados del fascinante universo buñueliano: el honorable caballero don Lope. Representante de la decadente hidalguía castellana, a quien el gran Fernando Rey compone de manera soberbia en la que bien podría ser la mejor interpretación de toda su carrera. Sus contradicciones (padre y amante, liberal a la par que reaccionario, anticlerical y amigo de los curas) no dejan de ser, en cierto modo, las mismas que consumían a la nación española en los años previos al estallido de la guerra civil. A su lado también brilla la hermosa Catherine Deneuve, que pasará de niña inocente y alegre, a mujer rencorosa y amargada. ¿Alguna otra actriz podría verse tan sensual con muletas y una pierna amputada? Apuesto a que no.

Aunque son muchas las escenas a recordar en esta magistral película, me gustaría resaltar tres para finalizar el comentario: el encuentro entre Tristana y la escultura yacente del Cardenal Tavera, los sueños de la protagonista en los que la cabeza de don Lope aparece como badajo de una campana, y aquella otra en la que Tristana, desde un balcón, muestra su cuerpo desnudo y mutilado a un joven sordomudo. (EsculpiendoElTiempo.com)