En Twisted Nerve Martin es un joven con la mente perturbada que tiene una madre que lo trata como si fuera un niño pequeño, un padrastro que lo desprecia, y un hermano retrasado encerrado en una institución mental. Su única amiga es Susan, con quien le une un vínculo muy especial cuando Martin se refugia en su «otra» personalidad… la de Georgie, un niño de seis años. Pero cuando Susan se distancia de él, Martin entra en cólera y se obsesiona de tal forma con Susan que inicia un oleada de inusitada violencia.
- IMDb Rating: 7,0
- RottenTomatoes: 64%
Película (Calidad 1080p. La copia viene con subs en varios idiomas, entre ellos el español)
El cine históricamente ha trabajado las desviaciones sociales desde dos perspectivas que fueron cambiando con el transcurso del tiempo, primero la óptica punitiva que abarca las desviaciones conscientes, léase las andanzas delictivas que quiebran lo previsible comunal y sus reglas y que todos gustan de castigar lo más pronto posible, y segundo ese punto de vista condescendiente que desde la segunda mitad del Siglo XX se suele emplear para recubrir con algodones temáticas “delicadas” que no son más que las desviaciones sociales inconscientes o semi involuntarias, un espectro que incluye a los niños/ púberes y los que padecen enfermedades físicas tradicionales o los infaltables trastornos psicológicos, estos últimos ejes de una eterna y doble polémica porque hay quienes los consideran enraizados en la genética y otros que responsabilizan al entorno vital mundano, del mismo modo es posible hallar supuestos especialistas que consideran inimputables a los loquitos en caso de delito y otros payasos que los quieren ver sancionados con las mismas vara y dureza con las que se juzgan a los bípedos “normales”. Así como los dramas criminales siempre fueron aceptados por el público masivo, el cual como decíamos con anterioridad adora sumergirse en el sadomasoquismo detrás de los tabúes de la colectividad de turno, sus equivalentes del gremio de las desviaciones irreflexivas en cambio jamás gozaron de tamaña popularidad por la sencilla razón de que sitúan a cada espectador ante el problemilla moral de tomar posición sí o sí frente al quiebre del patrón consuetudinario y el dilema entre egoísmo o solidaridad, por ello el cine de antaño -mucho menos castrador y políticamente correcto que el del Siglo XXI- solía optar por una posición bastante esquizofrénica que abrazaba las dos posiciones del caso, algo que queda más que claro en las dos películas que patentaron la vertiente moderna de los thrillers sobre dementes homicidas y sus mil derivados, Psycho, de Alfred Hitchcock, y Peeping Tom, de Michael Powell, un par de obras maestras que en simultáneo condenan las truculencias de la masacre desplegada en pantalla y sin duda simpatizan con el asesino en cuestión por su automatismo biológico o incapacidad a la hora de contener toda la agresividad latente que lo domina desde el vamos.
Tan deudora de los míticos opus de Hitchcock y Powell como de la infancia criminalizada de The Bad Seed, de Mervyn LeRoy, y los inconvenientes para relacionarse con el sexo opuesto de Repulsión, de Roman Polanski, Twisted Nerve, una joyita muy pero muy poco vista de los hermanos Roy y John Boulting también conocida en nuestro mercado hispanoparlante como Psicosis del Crimen, precisamente arranca con una voz en off reconociendo la controversia que despertó el film desde su etapa de producción y aseverando que no existe conexión científica probada entre el comportamiento delictivo o psicopático y el mongolismo, término deliciosamente añejo correspondiente al racismo científico que fue sustituido en esta risible posmodernidad con el eufemismo de Síndrome de Down, una discapacidad intelectual provocada por una copia extra del cromosoma 21, no obstante el desarrollo en sí de la película niega lo anterior a través de la “figura de autoridad” por antonomasia de la trama, el Profesor Fuller (Russell Napier), el gran mandamás de una escuela de educación diferencial de Londres que no sólo pondera la tendencia genética de determinadas personas a engendrar retrasados mentales sino que incluso se pregunta sobre el verdadero factor determinante del crimen, si sería el ambiente y la crianza de los sujetos o el azar más irónico o quizás un error en la estructura de los cromosomas humanos que se viene arrastrando desde generaciones. La historia no se queda atrás y se centra en Martin Durnley (Hywel Bennett), un joven de 21 años que tiene un hermano mayor llamado Pete con dificultades cognitivas -no se muestra su rostro pero se deduce que sufre Síndrome de Down, por ello está al cuidado de Fuller- y una madre sobreprotectora, Enid (Phyllis Calvert), que enviudó y se volvió a casar con un ricachón de la mafia bancaria, Henry (Frank Finlay), el cual odia al muchacho y pretende enviarlo a Australia para un trabajo en la ganadería ovina. Martin un día roba un pato de plástico en una juguetería y se obsesiona con una chica que conoce en el lugar, Susan Harper (Hayley Mills), estudiante universitaria y empleada de una biblioteca que vive con su madre, Joan (la siempre infartante Billie Whitelaw), una veterana que administra una pequeña pensión.
La película constituye una rareza para el cine de la época porque a pesar de esquivarle a toda corrección política, rehuir también de esa sensiblería victimizante/ cosificadora para con los discapacitados modelo hollywoodense y de hecho apostar por una ambigüedad ética para nada sutil que la vincula de manera tajante con la pirotecnia del exploitation nihilista de los años 70, lo cierto es que Nervios Rotos se toma muy en serio a sí misma, trabaja con sumo cuidado cada escena y para colmo se consagra a una especie de retrato perverso de otra de esas desviaciones sociales semi involuntarias, hoy explorada desde los engranajes narrativos del suspenso y sobre todo el terror y sintetizada en el derrotero profundamente misterioso de Martin, un adulto de corta edad que de repente abandona a su familia y se presenta en la pensión de Susan y su progenitora haciéndose pasar por Georgie Clifford, efectivamente un retrasado mental que empieza a convivir con las féminas y los otros dos inquilinos del lugar, un guionista cinematográfico muy sarcástico, Gerry Henderson (Barry Foster, luego fichado por Hitchcock), y un médico de origen hindú haciendo una residencia, Shashie Kumar (Salmaan Peerzada). Si bien la odisea respeta la estructura o “condimentos” básicos del proto slasher de la época, en especial en materia de los impulsos asesinos de un Durnley que no deja pasar mucho tiempo hasta que se carga con unas tijeras a su padrastro por venganza y a la esplendorosa Joan con un hacha por atreverse a sexualizarlo después de las sospechas y el esperable rechazo de la bibliotecaria, el film se muestra más preocupado por analizar la progresiva metamorfosis de Martin en Georgie ya que la primera mitad del metraje está destinada a la construcción consciente de un personaje, precisamente esa máscara de simpleza que utiliza para acercarse con torpeza al objeto del deseo, y la segunda parte del relato apuesta por confundir las cosas exponencialmente a medida que el joven muta en un esquizofrénico pleno, así Clifford adquiere los rasgos inofensivos/ positivos a nivel comunal y Durnley se queda con la faceta de la crueldad/ negatividad, amén de una insinuación conceptual adicional de autismo porque mami no deja de alimentar su ansiedad y su narcisismo debido al miedo permanente a que Martin se parezca a aquel primogénito.
Aquí los hermanos Boulting, un par de gemelos idénticos, entregan su única incursión en el cine de horror y llama mucho la atención la mano maestra de los señores porque el grueso de su producción artística estuvo consagrada a exponentes de cualquier otro género que escribieron, produjeron y dirigieron intercambiando sistemáticamente los roles, recordemos para el caso aquella biopic del pionero cinematográfico inglés William Friese-Greene, The Magic Box, los thrillers Brighton Rock, Seven Days to Noon, Run for the Sun, y las farsas variopintas I’m All Right, Jack, Heavens Above! y There’s a Girl in My Soup, sin pasar por alto que la parodia matrimonial The Family Way, reclama una mención aparte ya que fue la obra inmediatamente previa a Twisted Nerves y cuenta con interpretaciones estelares de estos mismos y brillantes Hywel Bennett y Hayley Mills, esta última la futura esposa de Roy y el primero un actor olvidado en el nuevo milenio pero con una mirada penetrante como pocas veces se ha visto dentro de la colección de psicópatas del séptimo arte. Más allá de tamaña meticulosidad en el desarrollo de personajes, algo a su vez apuntalado en las generosas dos horas de duración, y la impronta abiertamente polémica del planteo retórico e ideológico, léase esta paradoja ad infinitum entre condena y compasión en lo que respecta al chiflado de la alta burguesía con un Complejo de Edipo mal curado y una propensión sexópata y esquizoide, la propuesta hace gala de un leitmotiv extraordinario cortesía del inmenso Bernard Herrmann, una canción silbada y adictiva que acompaña insistentemente a Durnley/ Clifford y más adelante sería retomada por Quentin Tarantino en Kill Bill: Vol. 1 y Death Proof, 2007, su mitad de Grindhouse, aquel proyecto en conjunto con Robert Rodríguez. Quizás el mayor mérito del film sea el poner el dedo en la llaga de las reacciones impostadas o bien hipócritas que generan determinados padecimientos, fases o estados de los sujetos considerados pesadillescos, por ello se busca barrer bajo la alfombra de una naturalidad apócrifa lo evidente, esa diferencia incómoda… (Emiliano Fernández – MetaCultura.com.ar)