En Waves, dos parejas jóvenes navegan a través del campo de minas emocional que supone madurar y enamorarse por primera vez

Mejor Intérprete Revelación 2019 en los Premios Gotham

  • IMDb Rating: 7,8
  • RottenTomatoes: 83%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Dos vertientes pueden alimentar la apreciación de Waves, tercer largometraje de Trey Edward Shults (también autor del guión). En primer lugar encontraríamos la larga lista de dramas exploratorios de la familia americana, desde los que se empeñan en mostrar las grietas de las aparentemente apacibles vidas dentro de esta estructura hasta las que quieren sanarlas contra viento y marea, conservando el espíritu optimista que las otras se han negado casi por principio (se ha dicho ya, mucho de la revolución que necesita el mundo está en la modificación e incluso aniquilación de la idea de la familia nuclear, eliminar la idea de su infalibilidad).

Podemos ir hasta Ordinary People (EUA, 1980) en la que Robert Redford en plan director oscuro espanta cualquier rayo de luz en las vidas trastocadas por la muerte de uno de los miembros de una familia típica de clase media. Podemos después venir hasta On Golden Pond (EUA, 1981) en la que Mark Rydell basado en la obra de teatro de Ernest Thompson juega y manipula las reconciliaciones familiares a través de situaciones casi improbables: el optimismo hacia el futuro, la creencia en la reconciliación insospechada.

Para Waves Shults parece mezclar ambas y obtener un punto de vista algo más centrado, algo que nos haga pensar que no todo está perdido cuando todo está perdido y que hable de individuos y de familias al mismo tiempo.

Primero hay que reconocer las ganas de la aventura que con cierto desparpajo Shults despliega en la pantalla, una pantalla que nos contará los desvíos que sufre una familia afroamericana debido a las nefastas acciones de su hijo mayor y esperando que su hija menor deje de ser menor.

No se sabe aún si por una obviedad narrativa o por una aventura real dentro de los encuadres de su película Shults juega con el aspecto de la pantalla al contar los cambios en la familia desde la óptica vital de sus dos críos. Al entrar a la agitada vida de Tyler (alimentada de testosterona) la cámara se agita, los paneos descontrolan, el encuadre se orilla a una especie de límite en donde a veces no se ve nada pero se sabe que él, Tyler, es quien controla esa pantalla, que son sus ímpetus y sus ansias los que determinan esa agitación visual.

Con esa cámara el camino nos lleva la transformación que el padre de Tyler ha buscado quizá sin saberlo ni conocer las consecuencias, pero sabiendo que sigue las reglas que a él mismo le han impuesto. Con esa cámara en ímpetu Tyler se convierte cada vez más en un alfa distorsionado y al hacerlo la primera tormenta cae sobre su familia ante la mirada de su hermana menor, escondida detrás de las paredes.

Hasta aquí, hasta el encuentro de Tyler con su huracán, el aspecto de la película ha sido cerrado, sin amplitudes, un 4:3 que nos obvia el encierro pero que nos prepara con cierta sorpresa para la segunda mitad de la película.

Cuando Tyler desaparece por las consecuencias de sus actos de macho descarrilado, es su hermana la que ocupa su lugar y Shults opta por abrir su aspecto, devolvernos al 16:9 y marcar una especie de apertura de caminos. ¿Para la familia? No, para la hermana menor, Emily, que se ha mantenido agazapada debajo de esa lluvia de testosterona impía esperando un espacio para respirar. Al eliminar a Tyler Shults nos da espacio para admirar a Emily y ese espacio es utilizado con espejos narrativos, con encuadres, escenas y secuencias prácticamente calcados de la primera mitad pero ahora dejados al uso y disfrute de un personaje distinto y decididamente opuesto.

Waves se transforma en una suma de narraciones que van en sentido contrario pero que evidentemente, en su camino circular, se encontrarán de nuevo. Emily aporta balance no sólo a la familia que la había puesto fuera de objetivo (con Waves seguimos cuestionando la paternidad como la hemos conocido hasta ahora) sino a una película que ya había mostrado los extremos de la masculinidad contemporánea. Es el contrapeso de un mundo que ha protegido demasiado a los alfa y ha dejado de lado a todo(s) lo(s) demás. El camino se abre y el equilibrio encuentra la ruta de regreso, movimiento que nos lleva avanzando en reversa, demostrando que las mismas herramientas que se usaron para generar un pensamiento tan nocivo pueden y deben ser utilizadas para corregirlo. En ello la búsqueda visual de Shults se siente atrevida, echada para adelante.

Debajo de todo la música de Trent Reznor y Atticus Ross (The Social Network), la actuación de Taylor Russell (Escape Room, Blackwood), el camino que se recorre dos veces con rostros diferentes, con palabras diferentes, con masculinidades diferentes, una pequeña esperanza en el bosque espinoso de lo que se nos ha dicho a todos y a todas qué es lo que un hombre debe ser y hacer (incluyendo a los padres).

Waves es eso. Las olas que van y vienen igual en la calma que en la tormenta. Y en esas olas el velero de Shults explora a la familia americana desde la enorme dificultad de lograr el sueño americano (algo que a veces se obvia) hasta las heridas que no sanan sino que abren espacios. Aventurada, inspirada por enormes momentos, pulida y entregada, muchos podrán compararla con Moonlight y su luz al final del túnel, pero no. En la película de Barry Jenkins hay un descubrimiento después del vacío. En Waves es el vacío lo que permite el descubrimiento, de la familia, de la hija abandonada, de relaciones menos tóxicas, de una esperanza que no habría nacido sin el trabajo previo de la desesperanza.

¿Optimista? Quizá. ¿Pertinente? Sin duda alguna. Sin el enorme valor de su personaje más pequeño esto último jamás se habría logrado. (Erick Estrada – CineGaraje.com)