En Saint Maud, una joven enfermera que, tras un oscuro trauma, se vuelve devota de la fe cristiana. Cuando empieza a trabajar cuidando a Amanda, una bailarina jubilada enferma de cáncer, la fe de Maud le inspira la obsesiva convicción de que debe salvar el alma de su paciente de la condena eterna… sea cual sea el coste.

  • IMDb Rating: 6,9
  • RottenTomatoes: 92%

Película / Subtítulo (Calidad 1080p)

 

El fervor religioso se presta de manera casi natural al registro fantástico. ¿Qué es toda la liturgia bíblica sino una gran y tortuosa saga de horror sobrenatural? La debutante realizadora británica así lo entiende y arma su primera y extraordinaria opera prima en base a esa lógica: no hace falta mucho más que creencias muy radicales para conducir una historia hacia el desastre. Y en ese sentido Saint Maud es más una tragedia que una película de género, un intenso drama sobre una mujer en crisis.

Maud (Morfydd Clark) es una enfermera que trabaja de forma privada cuidando personas en una ciudad costera británica algo venida a menos. En las colinas hay un caserón en el que vive Amanda Köhl (Jennifer Ehle, vista en Little Men), una ex bailarina y coreógrafa visiblemente enferma con un cáncer terminal y que está gran parte del tiempo recostada o en silla de ruedas, fumando y quejándose de todo. Cuando Maud entra en la casa a reemplazar a la enfermera previa la chica le advierte. «Es un poco complicada», le dice usando una palabra bastante más vulgar que en inglés empieza con «c…».

Sin embargo, a Maud se la ve preparada para calmar a este tipo de fieras. Dedicada y solícita, muy modosa y en apariencia tranquila, parece ser una de esas chicas devotas que solo piensan en hacer el bien de la forma más generosa posible. Su voz en off parece confirmar esa sensación y, sorpresivamente, Amanda parece sentirse a gusto con ella, más allá de que no comparta (y un poco se burle) de su devoción religiosa. De hecho, de un modo quizás un tanto irónico le regala y dedica un libro con pinturas religiosas de William Blake, a quien define como «un cristiano que estaba en contra de la iglesia organizada». Maud se devora el libro, fascinada.

Todo empezará a cambiar cuando una chica llamada Carol (Lily Frazer) empiece a visitar a Amanda, suerte de amante y compañera de juerga con la que la mujer se divierte y sale momentáneamente de la rutina de pastillas, comidas y masajes que le ofrece Maud. Previsiblemente a nuestra protagonista la situación no le gustará nada e intentará acabar con esa relación que, dice, «no le hace bien a Amanda». Pero sus modos para conseguirlos no son, digamos, particularmente cristianos.

Esto derivará en una serie de problemas que irá llevando a Maud a perder la compostura. La película lo adelanta al principio y vuelve sobre eso promediando la historia: Maud no siempre fue esta cristiana devota y apocada que hemos estado viendo. Ni siquiera fue siempre Maud, como lo prueba un casual encuentro en la calle con una colega de otra época. Y esa otra persona que fue (y que quizás siga siendo) luchará por regresar en un combate privado en el que tiene todo para perder. No solo ella, sino casi cualquiera que se le cruce por delante.

SAINT MAUD es una película sobre una crisis espiritual, sobre cómo una mujer que no encuentra la forma de lidiar del todo bien con sus emociones y sentimientos deposita en la religión sus esperanzas solo para darse cuenta que es un viaje de ida complicado y que las respuestas que tiene para ofrecer ese camino no siempre son muy claras que digamos. Pero en un viaje que recuerda a los de Paul Schrader –guionista de Taxi Driver y director de la temáticamente bastante similar First Reformed–, Maud trata de forzarse a sí misma a volver a «la buena senda». ¿Los modos? Bueno, ya los verán. Solo puedo decir que son… tortuosos.

Glass utilizará elementos que podrían ser definibles como fantásticos de la misma manera que existen en films como The Exorcist. Sus experiencias religiosas –visiones, voces, movimientos, etcétera– son en todos los casos privadas y si bien la película las presenta de modo realista siempre estamos ante su punto de vista. ¿Tiene Maud algún tipo de conexión con Dios (o el Diablo) o todo está en su confundida cabeza? ¿Hasta qué punto el deseo reprimido o el trauma no pueden derivar en experiencias que se adivinan como místicas o hasta sobrenaturales?

En ese sentido –y si bien opera de un modo un poco más cercano al cine de género–, el film de Glass tiene varios puntos de contacto con el de Lucrecia Martel, en el que las apariciones religiosas o fantasmales siempre están relacionadas con algún tipo de experiencia traumática o dolorosa. Pero Saint Maud no sería lo que es de no existir esa tensa química entre la enfermera y su paciente, una mujer moderna y cínica que valora la devoción de Maud pero desconfía de su religiosidad extrema. Ahí la película se plantea como un enfrentamiento entre dos formas de ver el mundo que, para nuestra confundida protagonista, por momentos tiene características de batalla moral, de combate entre Dios y el Diablo, el Bien y el Mal.

Más allá de todo esto, la película de Glass –cuyo comando del clima y la atmósfera no parecen ser los de un o una debutante– funciona muy bien en términos puramente cinematográficos, generando algunos momentos y situaciones realmente espeluznantes a la altura de algunos clásicos del género. Una particular caminata de la chica por la ciudad y algunas visiones o escuchas, entre otras escenas que pertenecen al ámbito de lo fantástico, seguramente shockearán a algunos espectadores, pero la realizadora siempre las utiliza dentro de la enredada lógica de la protagonista y de su alterado estado mental.

Saint Maud es una película cuya tensión se va construyendo de a poco y que puede parecer en extremo sutil y elegante en ciertos momentos. Y lo es, de hecho. Pero cuando tiene que alimentar «al monstruo» su directora saca a relucir un manejo extraordinario de los recursos más brutales del cine de género. Y la experiencia, al llegar a su devastador y angustiante final, es definitivamente aterradora. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)