En Black Christmas las chicas de una fraternidad se preparan para retornar con sus familias en el receso de Navidad, pero antes deciden hacer una fiesta. Durante la misma, las jóvenes reciben llamadas extrañas de un acosador, quien hace sonidos escalofriantes y se oyen diferentes voces, así como frases obcenas. Posteriormente, una de las chicas desaparece…

  • IMDb Rating: 7,1
  • RottenTomatoes: 76%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

La presencia de John Saxon en Black Christmas, clásico absoluto del terror canadiense dirigido por Bob Clark y escrito por Roy Moore, no es precisamente una casualidad porque el gran actor neoyorquino protagonizó, junto a Leticia Román y Valentina Cortese, el que se suele considerar el primer giallo de la historia del cine, La Muchacha que Sabía Demasiado (La Ragazza che Sapeva Troppo, 1963), de Mario Bava, por ello no debería sorprender que el primer slasher moderno también tenga entre su elenco al señor -cual vinculación conceptual antropomorfizada- ya que de por sí el género no es más que una reinterpretación de su homólogo italiano, todavía en pleno auge por aquellos años gracias al cruento periplo de Dario Argento, Sergio Martino, Aldo Lado, Massimo Dallamano, Lucio Fulci y muchos otros artesanos del ámbito productivo europeo, ahora manteniendo los dos pivotes retóricos centrales, léase el misterio alrededor de la identidad de un homicida porfiado y las truculencias en torno a sus crímenes, y extremando el dejo imparable del óbito mientras se reduce en general la edad de las víctimas para que en conjunto sean muchachitas bellas y éstas refuercen el sustrato de descarga libidinosa detrás de los asesinatos y por supuesto la noción de que esta pulsión de destrucción es de lo más placentera y suele autojustificarse en la psiquis vía un instinto depredador sin demasiada estructura racional de por medio, planteo que implica decir que los relatos se simplifican. El guión de Moore, por cierto su único trabajo valioso en el séptimo arte, se inspira en primera instancia en la leyenda urbana setentosa de “la niñera y el hombre de arriba”, aquel mito centrado en una adolescente que cuida a unos mocosos y recibe llamadas amenazantes que terminan siendo rastreadas por la policía al punto de revelar que vienen del interior mismo del inmueble de turno porque el asesino ya reventó a los purretes, y en segundo lugar en el caso de un joven de 14 años que en la Navidad de 1943 mató a golpes a varios miembros de su parentela en la morada del clan en Montreal, un contexto que derivó en dos tandas de reescrituras de la trama original, la primera a manos de Timothy Bond para trasladar la acción a una fraternidad femenina de estudiantes universitarias y la segunda a cargo del propio realizador, quien incorporó una interesante retahíla de detalles cómicos bien ácidos, más cerca del humor hiriente adulto que de la banalidad pueril, y privilegió la astucia, los dilemas y la complejidad de los protagonistas adolescentes, en detrimento de la habitual estupidez desde la que eran retratados los jóvenes en aquel enclave hollywoodense vecino.

Aparecida el mismo año del estreno de otra obra maestra del slasher aunque en su versión más gore enajenada, hablamos de The Texas Chain Saw Massacre, de Tobe Hooper, Black Christmas por un lado generaría dos remakes espantosas que enfatizan la mediocridad del horror mainstream contemporáneo salvo honrosas excepciones de todo el globo, la del 2006 de Glen Morgan y la del 2019 de Sophia Takal, y por el otro lado forma parte de una larga serie de influencias, interconexiones o encadenamientos cinéfilos que nos retrotraen a ese suspenso telefónico clásico que nace en Sorry, Wrong Number, de Anatole Litvak, y Dial M for Murder, de Alfred Hitchcock, amén de haber inspirado de manera tácita a aquellas niñeras en peligro de Halloween, de John Carpenter, y When a Stranger Calls, de Fred Walton, Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) y Jill Johnson (Carol Kane), respectivamente, y a las variaciones futuras de las carnicerías de púberes y no tanto de las décadas del 80 y 90, una andanada que va desde el costado bien prosaico de Friday the 13th,  de Sean S. Cunningham, la pompa sobrenatural de A Nightmare on Elm Street, de Wes Craven, y el humor negro algo solapado de Child’s Play, de Tom Holland, hasta las exégesis sardónicas posmodernas de los guiones de Kevin Williamson, en línea con Scream (1996), también de Craven, I Know What You Did Last Summer, de Jim Gillespie, y The Faculty, de Robert Rodríguez, llegando a un nuevo milenio en el que brillaron en el slasher cineastas como Bryan Bertino, Adam Wingard, Rob Schmidt, James Watkins, Alexandre Aja, el equipo de Julien Maury y Alexandre Bustillo, Xavier Gens, Fede Álvarez, Rob Zombie, Pascal Laugier, Christopher Smith, David Robert Mitchell y Jaume Collet-Serra. Black Christmas incluso lleva hacia nuevo terreno aquella sensación de peligro cercano a lo Psycho, de Hitchcock, porque comienza con una sublime toma subjetiva entrecortada de invasión de hogar desde el punto de vista del legendario homicida, Billy (voz de Nick Mancuso y Clark, cámara a cargo de Albert J. Dunk y presencia y sombras varias del director), que duplica a las de Bava y Argento y anticipa la célebre del comienzo de Halloween, en la que la versión de apenas seis años de Michael Myers (Will Sandin) apuñala sin explicación alguna a su hermana mayor, Judith.

Black Christmas transcurre a lo largo de dos días que abarcan la víspera navideña y la acción arranca, como decíamos antes, con la entrada de Billy a una fraternidad trepando los muros de la construcción e ingresando a través de la ventana del ático, desde donde se traslada a la habitación de la veterana y alcohólica encargada del lugar, la Señora MacHenry (Marian Waldman), que tiene una línea telefónica propia, para realizar una llamada obscena a la planta baja, dominada por una fiesta de las chicas que allí viven, unas diez, cual despedida antes de marcharse a sus respectivas casas con sus familias. La que atiende el teléfono es Jess (una hermosa Olivia Hussey), quien llama a las otras mujeres para que escuchen la catarata de incoherencias que dice el acosador y así una de las hembras, Barb (la genial Margot Kidder, ya desatada en el inicio mismo de su carrera), insulta y provoca al macho, ganándose una amenaza de muerte. La tal Barb, una muchacha irónica, borracha a más no poder y fumadora serial, asimismo ataca verbalmente a otra chica, Clare Harrison (Lynne Griffin), la cual sube las escaleras para empacar y termina siendo asfixiada con una bolsa de plástico en su cuarto cortesía del loquito, señor que mueve el cadáver al altillo. Al día siguiente Jess le comenta a su novio, Peter (Keir Dullea), que está embarazada y pretende abortar porque no desea posponer sus estudios y planes venideros para cuidar a un niño, lo que enfurece al hombre, un concertista de piano que lleva ocho años estudiando y resulta claro que está enamorado y es muy posesivo con la mujer, esa egoísta todo terreno que no admite discusión alguna sobre el aborto. El padre de la occisa (James Edmond) pretende denunciar su desaparición ante la policía, acompañado por Barb y otra joven, Phyl (Andrea Martin), aunque no es tomado en serio por el Sargento Nash (Doug McGrath) hasta que intervienen el novio de Harrison, Chris Hayden (Art Hindle), y el Teniente Ken Fuller (Saxon), quien organiza una búsqueda general nocturna para encontrar tanto a Clare como a una niña perdida, Janice, que eventualmente aparece asesinada en un parque público. Billy mata a MacHenry con un gancho, a Barb con un busto de acrílico de un unicornio y a Phyl de un modo sin especificar, sin embargo la temerosa y paranoica Jess confunde al homicida con su novio en el sótano y asesina a Peter con un atizador de la chimenea creyéndolo el psicópata. Fuller y sus subordinados, que habían rastreado las llamadas y pudieron advertir a Jess acerca de su procedencia, se conforman con la hipótesis del pianista acosador y dejan sola a la protagonista en shock dentro del inmueble cuando suena ese teléfono una vez más.

Para comprender el tono anómalo de Black Christmas y sus grandes innovaciones, donde reside precisamente su encanto, hay que entender quién era Clark, en esencia un norteamericano que ante la falta de trabajo en su país fue exiliándose paulatinamente a escala laboral en Canadá aunque sin nunca abandonar del todo a los Estados Unidos, un señor que había empezado en el terreno del exploitation de los 60 y 70 con la hiper trash She-Man: A Story of Fixation (1967) y con dos obras de culto sobre zombies que demostraron un talento incipiente para el terror incluso entre múltiples fallos, nos referimos a la farsesca Children Shouldn’t Play with Dead Things, y la mucho más seria a lo drama bélico familiar Dead of Night, lamentablemente sus únicas aproximaciones a la comarca de los gritos y los sustos más allá de Black Christmas, la mejor sin duda de las tres, y especie de preámbulo a su vez para el mejor período profesional del realizador y guionista, ese que abre la faena que nos ocupa y abarca además a Murder by Decree, clásico de la frondosa saga alrededor de Sherlock Holmes, Tribute, gran drama crepuscular con Jack Lemmon y Lee Remick, Porky’s (1981), comedia iconoclasta, erótica y de estudiantina por antonomasia, Porky’s II: The Next Day, más que digna secuela del exitazo mundial previo, y A Christmas Story, otro opus ineludible del cine de aquellos primeros 80 aunque del campo de los relatos navideños, fetichizado al extremo año a año en los países anglosajones durante las festividades y génesis de una secuela tardía y bastante inferior, It Runs in the Family, ya lejos de las mejores épocas de Clark y después de productos algo deslucidos como Turk 182 y From the Hip . En Black Christmas el director consigue por fin introducir con naturalidad y gracia los detalles cómicos de Children Shouldn’t Play with Dead Things dentro de la arquitectura narrativa, en especial a través de los personajes de los perfectos McGrath, Waldman y Kidder, y los equilibra de manera muy inteligente con el trasfondo dramático vinculado a la angustia del padre mojigato de Clare y su homóloga de la parejita en crisis terminal de Jess y Peter con motivo del aborto futuro y no pautado entre ambos, algo que nos remite a las problemáticas familiares de Muerte de la Noche. No obstante las posibles correlaciones con el resto de la carrera de Clark no terminan allí ya que la estructura semi coral del film, siempre girando alrededor de Jess pero una y otra vez abriendo el abanico hacia la variopinta colección de secundarios de la policía, la fraternidad y los adultos, asimismo remite al carácter episódico de las propuestas más famosas del autor, léase las paradójicamente contrastantes Porky’s y A Christmas Story, un par de films que no tienen nada que ver en materia temática pero comparten una estructura en mosaico y el apego de siempre del cineasta hacia las subtramas más o menos insólitas y una disposición anarquista, en Black Christmas tomando la forma del episodio criminal en espejo de Janice, el cual queda sin clarificación como el accionar de Billy, y del sarcasmo y el cinismo irrenunciable de Barb, una inconformista autodestructiva que se burla permanentemente de las otras alumnas, los esbirros de la ley y el homicida principal. En este sentido, muchas veces se recuerda a la película no sólo por haber patentado de manera definitiva los latiguillos del slasher suburbano y estrambótico de los años ulteriores sino también por haber jugado con fuego introduciendo un tópico tabú, el aborto, en un género considerado por entonces “liviano” y para colmo haber apostado a un desenlace en simultáneo abierto y extremadamente nihilista, basta con pensar que esos últimos segundos del metraje dan por sentado el fallecimiento violento de Jess a raíz de la inoperancia de una policía que ni siquiera revisó la casona, una “final girl” que no cuenta la historia ni finiquita al lunático reglamentario, y encima queda flotando en un limbo bastante enigmático las motivaciones del tremendo Billy, un esquizofrénico que se la pasa charlando consigo mismo a través de muchas voces que parecen indicar alguna debacle infantil con la familia y la feminidad como fuentes de todos los traumas, en apariencia relacionados con el hecho de que el chiflado mató cuando niño a su hermanita bebé, Agnes, y fue castigado con brutalidad por sus padres, trasladando luego el desprecio para con sus progenitores hacia todas las hembras, alegorías/ reencarnaciones incesantes de su primera víctima. Estos detalles vanguardistas, sumados a un humor sexual y procaz omnipresente y una fanfarria contracultural anti pacatos, autoridades y beatos del montón, se unifican con una ajustada dirección de actores, un devenir minimalista y muy ambiguo y un espléndido manejo del suspenso por parte de Clark mediante travellings mudos tenebrosos que harían escuela en el terror y llegarían a influir a muchísimos colegas amantes del cine de género, del mismo modo que la idea de la festividad empañada por el sadismo sin freno y por aquella amenaza interna -puertas adentro del hogar y hasta psicológica enquistada en el sujeto- repercutiría en cientos de epopeyas truculentas siguientes que retomarán sin convicción ni agudeza esta idiosincrasia apasionante del minúsculo trabajo del estadounidense asentado en Canadá, mezcla del documentalismo prolijo aunque agrio de la fotografía de Reginald H. Morris, las sonoridades ampulosas que supo concebir Carl Zittrer y ese manto discursivo socarrón y ultra manipulador a lo Hitchcock, sinónimo de que las mentiras de toda ficción artística bien contada y estructurada son siempre mejores y mucho más hipnóticas que la realidad… (Emiliano Fernández – MetaCultura.com.ar)