En Like Someone In Love, una joven estudiante japonesa se prostituye en Tokio para pagar sus estudios. Inesperadamente encuentra una sorprendente ternura de parte de un cliente de avanzada edad.

  • IMDb Rating: 7,0
  • RottenTomatoes: 83%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Escuchamos el ambiente de un bar nocturno, en volumen ascendente. El tintineo de las copas, la voces entremezcladas, la música amena y relajante. A continuación visualizamos ya el interior del bar, pero ahora oímos también la voz de una chica, fuera de campo, que le insiste a alguien que no le está mintiendo. Transcurre así casi un minuto de metraje hasta que un contraplano nos muestra a esa chica, que efectivamente está hablando por el móvil, con quién después sabremos que es su novio. Pero ese será un paso posterior. Solo con los tres primeros pasos anteriores podemos adivinar ya la intención de esta película, cual será la de revelarnos información poco a poco, trastocando nuestras expectativas; y podemos aventurar también el tempo en que lo hará, utilizando cada corte para dar un paso adelante en esa progresión pausada pero rigidísima. Con ello podríamos incluso pronosticar, aun tempranamente, que estamos ante la nueva película de Abbas Kiarostami, si no fuese porque los créditos iniciales, acompañados por ese ambiente de bar, ya nos lo han confirmado.

Lo que sigue es por tanto una historia íntima, doliente y ambigua, protagonizada por una estudiante que se dedica a la prostitución selecta, un culto y medio jubilado profesor universitario, y el celoso e inquieto novio de aquella. Primero se nos presenta a la chica, a quién se le encarga pasar la noche con el citado académico, y a la mañana siguiente ambos se topan con el supuesto pretendiente de aquella. Poco después asistiremos a la brusca resolución del conflicto someramente establecido entre estos tres personajes. De una forma consecuente, Like Someone in Love (Japón, 2012) se estructura en cuatro momentos narrativos básicos, cada uno de los cuales tiene un tono ligeramente distinto: el primero, melancólico, con la chica casi en solitario; el segundo, más cómico, con ella y el profesor; el tercero, dramático, con ambos y el novio; y el cuarto, de suspense, con el profesor, luego la chica y luego el novio. Puede ser una división discutible, pero ayuda a reforzar la idea de que todo en esta película está muy marcado, pensado casi al milímetro. Y si dividimos el metraje en lo que son propiamente secuencias, éstas no llegan a la decena, por lo que Kiarostami parece seguir la estela de su anterior trabajo, Copie Conforme, rodando prácticamente en tiempo real, mezclando géneros y jugando con las dualidades a través de la caracterización de los personajes.

En efecto, los tres que pueblan el marco de Like Someone in Love sufren cierto vacío familiar. La joven se encuentra huérfana en Tokio, y se siente culpable por no haberse reunido con su abuela mientras estaba de visita en la ciudad (no quería que ésta viese en que se había convertido). El profesor es viudo y está solo, por lo que recurre a la primera para volver a sentirse joven y acompañado, charlando y cenando con ella (o eso esperaba hacer, pero la chica se queda dormida). Y el novio tiene atributos hostiles, provocados, lo averiguamos también, por una carencia, que quiere colmar cuanto antes casándose con su novia (así se lo hace saber al docto anciano, aunque éste intenta disuadirle). Cada uno de ellos acaba rellenando por tanto, en mayor o menor medida, un vacío del otro, sobretodo en la relación entre el profesor y la estudiante, que acaban convirtiéndose respectivamente en abuelo y nieta. De hecho su novio piensa que lo son, y también lo piensa una vecina. Incluso puede que lo sean realmente, pero que no lo sepan. Esta alteración de personalidades, que nos recuerda claramente la de Copia certificada, es ciertamente muy penetrante y da pie a múltiples interpretaciones.

Pero los giros y las dualidades no acaban ahí. En ellos ahondan elementos simbólicos como un cuadro colgado en el piso del “abuelo”, ilustrando una joven físicamente parecida a la “nieta”, o fotografías que pueden representarles directamente, o no, a ella y a él. Visualmente Kiarostami y su director de fotografía insisten asimismo en los reflejos, a través de vidrios y ventanas, dando lugar a composiciones muy llamativas (destaca por ejemplo un plano en la secuencia del bar que mezcla el exterior y el interior), donde los términos se multiplican. Pero esto ocurre en general en casi todo el metraje, ya que el cineasta iraní ha pasado a caracterizarse por un esmerado tratamiento de la profundidad de campo, distribuyendo los referentes del marco y moviendo la cámara con precisión, buscando igualmente dotar a un solo plano de varios puntos de vista (un buen ejemplo en este sentido lo encontramos en la escena de un taller mecánico, con dos coches contiguos y los personajes hablando entre uno y otro).

Este tipo de narrativa y de técnica requiere la atención constante del espectador pero acaba resultando de una profundidad muy gratificante, por lo que sirve de contrapeso a ese ritmo pausado y a la escasez de personajes y decorados, aspectos que en otros casos podrían haber llegado a aburrir. Pero hay que decir también que la naturaleza de esta película puede provocar en parte del público, quizás no aburrimiento, pero sí recelo y contrariedad. Funciona, como hemos dicho, bajo unos parámetros muy estrictos, casi como un ejercicio propio de una escuela de cine, aunque sea el ejercicio del alumno más aventajado de la escuela más elitista. Y, como tal ejercicio, en cierto modo está alejado de la cruda y adulta realidad… Pero al final el espejo se rompe. Volvemos a esa realidad y nos remitimos al inicio de la película, con las palabras en fuera de campo de su protagonista, asegurando que no está mintiendo. ¿Nos habla Kiarostami a través de ella? ¿Hemos asistido verdaderamente a un engaño ficticio, o al fin y al cabo ha sido todo necesario para revelarnos la verdad oculta de estas personas? (Ignacio Navarro – ElAntepenúltimoMohicano.com)