En The Vast of Night, dos trabajadores de una radio local, un operador de radio y un pinchadiscos, descubren en la década de los años 50 una frecuencia que podría cambiar su vida y la de toda la humanidad para siempre.

  • IMDb Rating: 6,7
  • RottenTomatoes: 92%

Películas / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Una de las sorpresas cinematográficas de este peculiar 2020, The Vast of Night es una película de ciencia ficción inusual y diferente a casi todo lo que está circulando en los últimos años. Pero no necesariamente por la historia que cuenta –que, de un modo u otro, se ha contado cientos de veces– sino por la manera. La opera prima de Patterson es un apasionante laboratorio de pruebas y ensayos formales, la mayoría de los cuáles resulta no solo efectivo sino coherente dentro del todo. Así que más que hablar de la trama en sí –digamos que es eso, una historia de ciencia ficción y reservemos las sorpresas para cuando la vean– lo mejor será analizar los ambiciosos recursos audiovisuales del film.

The Vast of Night es una película de largos planos fijos pero también de sorprendentes planos secuencia. Una película que apuesta al relato oral pero también juega con el misterio del silencio y los efectos sonoros. Una película plagada de recursos cinematográficos pero que también podría escenificarse como una obra de teatro o, mejor aún, un programa de radio o un podcast. Una película que toma de muchas otras películas pero que no se parece del todo a ninguna.

Tras un inicio que ubica lo que vamos a ver en una especie de meta-relato (la acción «transcurre» dentro de un programa de TV en blanco y negro de la década del ’50 llamado «Paradox Theater», homenaje claro a la serie The Twilight Zone), lo primero que notarán es la inusual ubicación de la cámara y la extensión de los planos. Por un buen rato, The Vast of Night se narra desde una cámara alejada de sus protagonistas, siguiéndolos como quien espía a alguien a cierta distancia tratando de que no se den cuenta de su presencia.

Si bien por un rato casi no vemos sus caras, lo que nos queda claro es que Everett (Jake Horowitz) es un conductor de un programa radial confiado y un tanto pedante que atraviesa a las apuradas un gimnasio en el cual se está por jugar un partido de básquetbol local mientras va conversando con distintas personas con las que se cruza. Estamos en un pueblo chico de New Mexico en los ’50 y Patterson ha conseguido transportarnos ahí no solo mediante la escenografía, el diseño de producción y el vestuario sino también a partir de la forma (y la velocidad y los acentos) de hablar de los personajes, a quienes vemos de lejos pero oímos en primer plano.

Como cada plano es largo (aunque luego, por momentos, no será así) vamos ingresando muy de a poco en ese universo, a tal punto que se podría decir que no es una película apta para impacientes. A Everett se le suma Fay (Sierra McCormick), una chica de 16 años, una de las operadoras que conecta las llamadas telefónicas del pueblo de la manera mecánica que se hacía entonces, pero que es amiga de Everett y quiere aprender esto de ser periodista radial. Es así que mientras entrevistan a gente que está afuera del pequeño estadio por entrar a ver el partido conversan acerca de lo que suponen que será el futuro, a partir de una nota que ella leyó sobre cómo en el siglo XXI habrá cosas insólitas como las que hoy conocemos como celulares y GPS.

Van casi 20 minutos de fascinante inmersión en un mundo que parece un poco el de David Lynch en Twin Peaks mezclado con el de Peter Bogdanovich de The Last Picture Show (con un toque, por ahora leve, del Spielberg clásico) cuando se puede decir que The Vast of Night empieza a mover los hilos de su trama. Y lo hace de una manera más que inusual. Todo lo móvil, activa y distante que era la acción hasta el momento se detiene de golpe. Casi al contrario de lo que la intuición ordenaría, cuando la historia se empieza a mover, la cámara se detiene por completo en un cuarto. Y en la que es, acaso, la mejor escena de la película.

En un cuartito oscuro y abigarrado, mientras escucha el programa radial de Everett, la operadora Fay conecta los llamados telefónicos que llegan a la ciudad. Entre ellos, le llama la atención una conexión que solo transmite extraños ruidos. Esos sonidos empiezan a colarse en otros llamados, conexiones se interrumpen, otras operadoras desaparecen y se escuchan algunas voces asustadas con algo que está sucediendo. Durante más de diez minutos la cámara no se mueve –lo que McCormick hace ahí es una proeza de coordinación actoral entre teatral y coreográfica– pero ya sabemos que algo raro y sospechoso está ahí afuera.

Cuando la película parece haber encontrado un ritmo, todo vuelve a cambiar. En un plano secuencia prodigioso de cinco minutos que no parece trucado, la cámara se aleja de Fay y a toda velocidad recorre el pueblo, circula por todo el gimnasio y concluye en la radio en la que está transmitiendo Everett. Puede parecer un plano «show off», solo para mostrar lo hábiles que son el realizador y su director de fotografía, pero si bien algo de eso hay, es también un plano lógico y consistente con la trama ya que pinta la oscura y tenebrosa soledad de un pueblo en el que absolutamente todos están dentro del mini-estadio. Solo nuestros dos protagonistas parecen haber quedado fuera para quizás enfrentar algo sobrenatural. O vaya a saber qué cosa.

Ahí Patterson vuelve a dar vuelta todo de cabeza y mete a Fay y a Everett adentro del estudio radial (igual de pequeño que la cabina de operaciones telefónicas) y los pone a escucha a un hombre relatar algo al aire. Ya verán para qué, ahora no importa. Lo que sucede aquí es que durante buena parte de la misteriosa e inquietante historia que cuenta el hombre la pantalla se pone completamente en negro. Serán cinco de los diez minutos que dura su alocución (bien de podcast tenebroso de medianoche) en la que solo escuchamos su voz y apenas un par de reacciones de los protagonistas. El único problema aquí son los subtítulos, que pueden resultar visualmente molestos e interrumpir la negrura absoluta de la propuesta.

La película seguirá ofreciendo ese tipo de sorpresas de allí en adelante, el 90 por ciento de las cuales son fascinantes y van desarrollando la historia de lo que puede haber por detrás de ese misterioso sonido que se cuela en las transmisiones. ¿Experimentos militares? ¿Extraterrestres? ¿Algo ligado al Area 51? Hay una sola opción de las elegidas por Patterson que no me cierra y que incluye otra larga historia que es contada después y que complementa la primera. Entiendo la idea de probar otro formato distinto a lo que veníamos viendo (este segundo relato consiste en un plano fijo de una anciana mujer contando su historia), pero el recurso es un tanto tradicional, estático y le falta los inquietantes elementos cinematográficos que hasta entonces se venían generando. Pero eso volverá para el extraordinario e igualmente ambicioso final.

The Vast of Night es una película que no tendría que funcionar pero funciona. Que no tendría que existir, quizás, pero que existe. Se sabe que muchas operas primas sirven para el lucimiento de un director que quiere demostrar las maravillas que es capaz de hacer con poco presupuesto y en este caso Patterson se salió con la suya haciendo un film que, al terminar, dan ganas de ir a felicitarlo. Si bien la ciencia ficción tiene una tradición «de autor» todavía más fuerte que la del género del terror (no olvidar que 2001 o Solaris pertenecen de algún modo al género), uno podría catalogar a esta opera prima como parte de una nueva forma de observar al género, una que combina distintas tradiciones, estéticas y estilos.

Es un film lleno de destrezas formales pero que nos compromete a fondo con su inquietante historia. Si bien su estilo puede parecer distante, a lo Stanley Kubrick, logra igualmente que nos involucremos emocionalmente con sus cuatro personajes principales, a uno de los cuales jamás le vemos el rostro. Es una película claramente «indie» y quizás no sea del todo apreciada por fans más tradicionales del género en primera instancia, pero en ningún momento se mete en el rollo místico-existencialista de tanta ciencia ficción autoral reciente, de Arrival a Ad Astra, pasando por Interestelar. Al contrario, sus referencias más claras parecen ser clásicos estadounidenses como los citados Bogdanovich, Spielberg y Lynch, más un toque de John Carpenter, el Francis Ford Coppola de The Conversation, el maestro Jacques Tourneur (y el cine de género clase B de los ’40, en especial el de RKO) y fundamentalmente Orson Welles, tanto por su irrespetuosa audacia juvenil como por su evidente homenaje a su mítica War of Worlds radiofónica.

Podría hablar también del excelente trabajo de edición sonora y del uso de la música (diegética y extradiegética), de la precisión idiomática y la destreza actoral para manejarla sin por eso convertir a los personajes en marionetas, del hecho de que transcurre casi en tiempo real y ni nos damos cuenta del truco, de su sutil mensaje político (los dos largos parlamentos son de un afroamericano y de una mujer quienes dicen no haber sido nunca escuchados al contar sus historias ligadas a ese extraño sonido) y de la iluminación en penumbras que hace que todo este cuento sea aún más perturbador, pero tardarían más en leer la crítica que en ver la película que dura apenas 90 minutos.

Así que acá seré breve. Véanla. Es extraordinaria. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)