En Mi Obra Maestra, Arturo es un galerista encantador e inescrupuloso. Renzo es un pintor hosco y en decadencia. Si bien los une una vieja amistad, no coinciden en (casi) nada. El galerista intenta por todos los medios reflotar la carrera artística de su amigo, pero las cosas van de mal en peor. Hasta que una idea loca y extrema aparece como una posible solución.
- IMDb Rating: 7,1
- FilmAffinity: 6,6
Las miradas impiadosas y marcadas por el humor negro a las contradicciones, especulaciones e imposturas en el mercado del arte -que pueden llegar incluso al terreno del pequeño fraude o la gran estafa- no son nuevas en las carreras del guionista Andrés Duprat y de su hermano Gastón, autor y realizador, respectivamente, de Mi Obra Maestra. Ambos -con Mariano Cohn como codirector- habían concretado hace ya una década El Artista (y mas acá en el tiempo en El Ciudadano Ilustre) y algunas de esas obsesiones reaparecen en esta película bastante más ambiciosa en su propuesta.
Construida como un largo flashback ambientado cinco años antes de la escena inicial, la película tiene como protagonistas a Arturo Silva (Guillermo Francella), un marchand encantador y sofisticado, aunque bastante inescrupuloso, que tiene como uno de sus clientes a Renzo Nervi (Luis Brandoni), veterano artista plástico que disfrutó de alguna lejana época de gloria pero que hace una década no vende una pintura.
Mientras Arturo es un galerista que se codea con millonarios coleccionistas y maneja un Audi de lujo (la compañía automotriz es coproductora del film), Renzo es un tipo huraño y resentido que vive prácticamente recluido en su decadente casa-taller mientras se niega a adaptarse a las exigencias de un mercado al que considera arbitrario y esnob. La llegada de Alex (Raúl Arévalo), un neo-hippie español que dice ser un admirador incondicional de este gran maestro incomprendido por las nuevas generaciones (la obra real que aparece en la película es de Carlos Gorriarena) y la aparición en escena de otra experta en el negocio interpretada por Andrea Frigerio empezarán a modificar la situación.
La película se maneja con bastante soltura dentro de los cánones de la comedia farsesca, aunque en ciertos pasajes la mirada que se pretende despiadada sobre los excesos y abusos del mundillo de la artes visuales termina apelando al trazo grueso y al cuestionamiento más bien superficial y banal.
Con un buen despliegue de producción (las locaciones van del Museo de Arte Contemporáneo de Niterói al bellísimo altiplano jujeño), una vuelta de tuerca en su segunda mitad que genera cierto suspenso y una indudable química entre sus dos protagonistas (opuestos complementarios) a la hora de construir esa improbable amistad, Mi obra maestra termina sobreponiéndose a cierta superficialidad y elementalidad que se desprende de los conflictos trazados desde el guión. Resulta, en definitiva, una comedia simpática y atractiva que por momentos extraña resoluciones más contundentes, punzantes e incisivas. (Diego Batlle – OtrosCines.com)
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