En The Bird People in China, dos japoneses son enviados por motivos laborales a un remoto pueblo de China. En este pueblo los habitantes se rigen por una cultura casi primitiva y tienen ciertos hábitos poco comunes. Creen que pueden volar. Fascinados, los japoneses deciden quedarse a estudiar al pueblo que sin que se den cuenta cambiará radicalmente sus vidas.

  • IMDb Rating: 7,6
  • RottenTomatoes: 83%

Película (Incluye subs en español)

 

En 1998 Takashi Miike haría un impasse en su carrera para regalarnos la joya de sus primeros años como director: The Bird People in China. Si hasta ahora todo lo que habíamos visto era acción, violencia, yakuza-eiga, cine negro y comedia, el director iba a volver a sacar su cámara fuera de Japón para demostrar que podía estar a la altura con el reto que significaba la obra de Makoto Shiina.

The Bird People in China cuenta como Wada, un joven ejecutivo, y Ujīe, un yakuza se ven forzados a viajar juntos a una zona rural de China con la intención de encontrar una mina de jade. La experiencia, sin embargo, les cambiará la vida y deberán tomar dos decisiones cruciales: la de volver a Japón o quedarse para siempre y la de dar a conocer o no sus hallazgos en la aldea.

El montaje nos ofrece tres partes claras. En primer lugar, un montaje más radical típico de Miike, referido por muchos críticos como montaje outrage al que ya estamos más acostumbrados. Un primer plano en zoom gradual a un pictograma en una cueva de una figura humana con alas acompañado de una música misteriosa —acorde con el misterio de la vida humana— y unos latidos de corazón —que simbolizan la pulsión de la civilización—. Seguidamente un plano corto de un hombre pájaro en traje de ejecutivo en la azotea de un rascacielos. Luego un plano de un cielo nublado, el medio natural en el que conviven los hombres pájaro, ya sean con alas prefabricadas o con aviones. Este plano sintetiza perfectamente esa idea, las alas del hombre pájaro surcando el cielo con la música extradiegética de un avión, y en el siguiente plano el avión de Wada aterrizando en China.

Pasamos al fundido en negro, para permitir al espectador que respire y tome aire y pueda asimilar el montaje posterior. La voz en off de Wada (Masahiro Motoki) narra: «Desde que nací, he dormido más de 10.000 veces. Pero nunca he soñado con ser capaz de volar como un pájaro». El siguiente plano que seguirá es un asombroso plano de las montañas de Yunnan con el sonido de los pájaros, sobre el que se superpone el título de la película: The Bird People in China. La siguiente escena nos revelará mucho sobre Wada. El plano de inserto de su grabadora nos indica lo importante que es para él, que viaja en un tren de camino a la ciudad a las entrañas de China vestido con su traje mientras graba sus experiencias en su diario. Un hombre mecánico, ordenado, que piensa en todo, preocupado por su salud al extremo de grabar que la comida china contiene muchas grasas. Wada nos contará como ha acabado en este tren y los planos sosegados de él nadando o en el gimnasio —el tiempo que dedica a sí mismo— y las fotos de la China rural, contrastarán con las escenas en su trabajo, o en el taxi, o por las ciudades con el tráfico y las luces, todo escenas en cámara rápida. Aquí ya tenemos la primera reflexión, la alienación que se produce por el ritmo rápido de las grandes ciudades que hace que incluso el protagonista desee que el avión vuele más despacio. Los pasajeros del tren que le agasajan con una canción japonesa y el surrealismo en el que se torna la escena son lo antagónico a su estilo de vida.

La segunda parte de la película es la que describe el viaje de Wada y Ujīe (Renji Ishibashi) a la aldea en lo profundo de las montañas de Yunnan. Aquí el montaje confía más en planos largos y cámaras de mano que se vuelven inestables e incómodas o en las cámaras fijas de la furgoneta que se va desintegrando progresivamente y que dan al espectador cuenta de los baches del camino. El engorroso viaje no sólo sirve como metáfora de las vicisitudes físicas y espirituales que debe vivir el ser humano para hacer un viaje introspectivo, sino para forjar una camaradería entre los dos personajes que no podrían ser más diferentes, aunque a ambos los hayan escogido por gustarles la comida china. Mientras el ejecutivo duerme con un dosel para ahuyentar los mosquitos, el yakuza tiene violentas pesadillas. Sin embargo, y a pesar de la actitud de matón del yakuza, mientras Ujīe defeca en mitad del campo bajo la lluvia, Wada le refugiará con un paraguas cursi. A Miike le encantan este tipo de metáforas de la vida: escenas profundamente cotidianas que descubren las relaciones entre los personajes. Mucho más adelante, una vez ya en la aldea de jade —que sirve de macguffin—, Wada y Ujīe defecarán juntos en perfecta comunión.

Cuando hacen noche en la ciudad de Dali, oyen de manos de otro viajero japonés que las leyendas como la de Hagoromo también se oyen en las montañas de Yunnan, un lugar a donde los extranjeros no pueden llegar y donde los ancianos ni siquiera han oído a hablar de Mao Zedong ni entienden mandarín. Aquí el diálogo de los personajes nos presentan la aldea de jade como un lugar místico, que ha evitado el contacto con el exterior al punto que ni siquiera ha llegado la revolución de Mao. La verdadera cuna de la civilización —puesto que en Yunnan se encuentran los restos más antiguos de la civilización humana— en estado puro, inmaculado, al que tendrán que llegar con una balsa arrastrada por tortugas gigantes, detalle que automáticamente nos conecta con el mundo mágico en las profundidades del mar de la leyenda de Urashima Tarō. La parte baja del río es una zona especialmente ascético, tal y como advierte el monje: «arriba del río es donde las cosas nacen, abajo del río es donde las cosas mueren». Durante el viaje, Yamamoto se deleitará con planos de las etnias minoritarias chinas, con el largo y tortuoso camino, con el imponente paisaje, pero también con una de las temibles realidades de la China rural: el río Nujiang desbordado por las lluvias torrenciales.

En el viaje, Shen (Mako) no sólo se revelará como un perfecto guía turístico, sino como un verdadero intérprete entre las diferentes dualidades: la cultura china y la cultura japonesa, el yakuza y el ejecutivo, la modernidad y la tradición. Miike usará la arquitectura visual durante el trayecto para mostrarnos la distancia entre los personajes, figuras triangulares que ya usaba en Rainy Dog (1997) que poco a poco Shen irá rompiendo con su «love and peace». Sus setas psicotrópicas acabarán de afianzar los lazos de amistad entre los dos hombres y abrirá sus mentes para lo que están a punto de vivir en la aldea.

Al tener el accidente Shen, la película entrará en la tercera fase con un montaje diferente al de las partes anteriores. Un ritmo mucho más pausado, a veces incluso un montaje rítmico al son de la canción escocesa “Annie Laurie”, planos más largos que hacen hincapié en la naturaleza, y una paleta de colores diferente a causa del filtro amarillo que usa Yamamoto. El filtro no sólo le da un toque mágico al paisaje sino que enfatiza el verde de la naturaleza, revelando el verdadero tesoro de jade (MES, 2006).

No puedo dejar de sentir dos claras influencias en la novela de Shiina: por un lado, la Literatura de las Raíces china de los ochenta con su ruralismo y su realismo mágico; y por otro lado, la novela Meiji japonesa de los edokko, en concreto de Izumi Kyōka. Cada una de estas influencias está encarnada por cada uno de los dos protagonistas. Ujīe hará un viaje en busca de sus raíces y Wada hará un viaje simbólico al estilo de Kyōka.

La literatura de las Raíces es un movimiento temático chino muy potente que además ha estado muy vinculado al cine chino. No es un movimiento literario per se ya que son diferentes escritores de diferentes estilos los que incorporan reflexiones identitarias a sus obras; autores que retornan a la tradición cultural, a las costumbres locales, a las minorías étnicas, a la vida rural para buscar su propia identidad, siempre priorizando la estética en sus obras. En este sentido la obra de Shiina encaja perfectamente, ya que el viaje de Wada y Ujīe a Yunnan no es sólo un viaje a las raíces de la cultural japonesa sino a las raíces de la civilización. La estética es realmente importante en esta tercera parte, por eso la cámara se recrea en las escenas de la naturaleza y en las costumbres de la aldea, invitando al espectador a reflexionar sobre la ecología, la modernidad, la tradición, etc. «La ciudad pronto tendrá un aeropuerto, y eso significa más turistas y más trajes étnicos», dice Shen. ¿A eso se reducen nuestras raíces? ¿El precio de la modernidad es nuestra naturaleza, nuestra tradición? En la aldea de jade, el yakuza encontrará su paz de espíritu. El romántico Ujīe que desea al viajero japonés que encuentre a la mujer del cielo pero que lleva una pistola siempre encima, encontrará en las gentes de la aldea y en la armonía de la naturaleza otro yo más consciente de los peligros de la modernidad y decidirá dedicar su vida a proteger la aldea de jade del avance inexorable de los nuevos tiempos.

Este viaje, transformará sus vidas y ahí es donde se nota la clara influencia de la estructura de Kyōka: un joven inexperto que entra en una espacio sobrenatural en el que entra en contacto con una misteriosa figura femenina, y después de la experiencia retorna al mundo cotidiano transformado emocionalmente por la experiencia. Este es el viaje de Wada. Un joven ejecutivo tan apegado a su mundo urbanita que viaja a la china rural con un grabadora y un traductor automático. El conocer a Yan le cambia la vida, no sólo porque se enamora por primera vez sino porque es capaz de aprender a valorar la vida de otra manera y de dedicar su tiempo y sus habilidades por el bien de otra persona de forma altruista. Ver, sin embargo, a Yan con el chico sordomudo cantando, le hará entender que la aldea no es su sitio y que debe volver a su mundo y atesorar lo que ha aprendido; por eso intenta capturar ese instante con su grabadora. Pero las cosas mágicas no pueden capturarse con la modernidad.

Tanto en el caso de Wada como en el de Ujīe, es un viaje mágico. Shiina establece los márgenes entre el mundo real y el mundo sobrenatural a través de la geografía del paisaje igual que lo hiciera Kyōka, con un viaje tortuoso, un lugar de difícil acceso que implica un viaje psicológico. Miike nos hace partícipes de la espiritualidad de la zona en varias ocasiones, con los planos del avión del abuelo de Yan en forma de cruz que indican que es un lugar santo, con la escena del yakuza en la cima de una montaña iluminado por un exagerado trueno y después una tormenta torrencial, con la epifanía que lleva a Ujīe a un hipotético futuro mediante un falso raccord… Todo para adentrarnos en este mundo de la ensoñación poco a poco, aunque siempre manteniendo la duda razonable de si el hombre puede o no volar hasta el final.

La voz en off de Wada cerrará The Bird People in China con sus conclusiones. El joven ejecutivo volverá a Tokio y olvidará cómo volar, pero no olvidará lo aprendido. Ujīe, por el contrario, volverá a la aldea a cambio de cortarse un dedo como un verdadero yakuza y ocupará el puesto del anciano de la aldea. Dos caminos y muchas reflexiones para una maravillosa fabula con una puesta en escena que invita a volar. (Sabrina Vaquerizo)