Velvet Goldmine sucede en Londres durante los años setenta. Brian Slade es un joven que rompe con el movimiento hippy y se convierte en el principal exponente de lo que se dio en llamar el glam rock.

Premio Especial a la Contribución Artística Festival de Cannes 1998
Mejor Vestuario en los Premios BAFTA 1998
Mejor Fotografía en los Premios Independent Spirit 1998
  • IMDb Rating: 7,0
  • RottenTomatoes: 80%

Película / Subtítulo (Calidad 720p)

Todd Haynes se toma muy en serio la preparación de Velvet Goldmine y lee cuanto libro se haya publicado sobre el movimiento glam, su condición contracultural, las vidas de exponentes como David Bowie, Marc Bolan o Iggy Pop, y establece una conexión no tan impensada: la figura de Oscar Wilde emerge como padre espiritual y disparador de una potencialidad extraña, alienígena, que adquirirá celebración en los años ’70 y tendrá a la sofisticada e intelectual Londres como epicentro. Más allá de apropiarse de la estructura narrativa de El ciudadano, de poner en escena ese fructífero romance entre el tardío swinging London y la explosión pop estadounidense, de conectar el sarcasmo intelectual con la explícita carnalidad, Velvet Goldmine resulta fascinante por el riesgo que asume al desmembrar su relato al mismo tiempo que compromete al espectador en su construcción. El hilo conductor de la historia es Arthur (Christian Bale), un joven periodista inglés que en sus años adolescentes se sentía fascinado por el glam rock, las tapas de los discos, los vestuarios de plumas y los rostros andróginos como expresión de su propia alteridad, la misma que emanaba de la irónica prosa de Wilde. Haynes construye la película desde el ambiguo punto de vista del fan, curioso protagonista capaz de encontrar eco en la obra que admira y de la que también se siente parte. Todo el universo de Velvet Goldmine se construye según ese recorrido incierto del que indaga quién es y qué lo representa, y la misma película devela el lugar que ocupa la música, el cine y la cultura en general en la construcción de las identidades.

Velvet Goldmine es también el nombre de una canción de Bowie escrita en 1971, presentada en una reedición de Space Oddity del ’75 y objeto de culto que, si bien no aparece en la película porque el mismo Bowie no quiso que se utilizara su música, ofrece una identidad visual concreta: aquella que emana del documental Ziggy Stardust and the Spiders from Mars de D. A. Pennebaker, y que también condensa los recuerdos del joven Haynes que en su adolescencia se sentía atraído por esa condición alienígena y enigmática de la cultura glam. La figura de Brian Slade (Jonathan Rhys Mayers) va más allá del mero alter ego de Bowie: su capacidad camaleónica que evoca a la del Kane de Welles no ofrece aquella voracidad destructiva sino que se despliega en múltiples formas. Tan variadas como ecléctico es el estilo que elige Haynes a lo largo de su obra, resistente a cualquier encasillamiento y cuestionador de su propia impostura. Para Haynes no hay nada definitivo, esa reescritura permanente que ensaya es la que le da vitalidad al mito, la que lo enriquece y torna imperecedero.

Más allá de las apariencias Velvet Goldmine no es una película sobre el glam rock, no quiere reconstruir aquella época desde el vívido recuerdo ni quiere celebrarla desde la nostalgia. Esos retazos que forman el relato, como pinceladas de rimmel y purpurina dispersa, son parte de ese disfraz que fabricó el glam como complemento de su música en tanto era también una performance de osadía y bisexualidad, de provocación y deseo. Haynes distancia su mirada diez años y sitúa el presente en los ’80, cuando su personaje ha abandonado la adolescencia y esa admiración que ostentaba como fanático se cruza con la crítica y el desencanto del investigador: mentira y verdad se condicionan y enlazan en esa oda ficticia a la alteridad que constituye la esencia de la obra de Haynes. Así como en Safe el refugio del espacio alejado resultaba infructuoso y esa incomodidad condensada en la “enfermedad” expresaba la genuina condición humana, aquí el devenir de los tiempos y las máscaras en el nuevo presente del pop de MTV y la mercadotecnia, ya no son expresión de la alteridad sino la fórmula de la pertenencia. La inquietud por nunca terminar de pertenecer a ese mundo donde se es extraño ha sido reemplazada por la peor imitación, esa imitación de la vida de la que hablaba Douglas Sirk en sus melodramas de los ’50.
Para mas información: Extrañas escenas, por David Fricke (Rolling Stone Magazine)