The Public Eye transcurre en la ciudad de Nueva York en 1942. Leon Bernstein es el mejor fotógrafo de sucesos de la ciudad, sobre todo porque consigue llegar al lugar del crimen al mismo tiempo que la policía. Sus fotos siempre muestran el horror y el pánico que los demás desean ver. Cuando la atractiva viuda Kay Levitz, propietaria de un elegante club nocturno, le pide ayuda contra la mafia, que la presiona con las deudas de su difunto marido para que venda su negocio, Bernstein accede.
ARTHUR NABLER: – «Escucha. Escucha a alguien que realmente sabe: nadie puede amarte. Ninguna mujer puede amar a un tipo andrajoso, que duerme vestido, come comida enlatada y pasa tanto tiempo con cadáveres que empieza a heder como ellos»
LEON BERNSTEIN: – «Deberían devolverte los aranceles que pagaste en aquella escuela de diplomacia»
The Public Eye (Howard Franklin, 1992) es una película con clima de policial negro. Transcurre en New York, en la segunda guerra mundial, que es la época en que el policial negro aparece.
Leon Bernstein (Joe Pesci) es un fotógrafo free-lance que trabaja de noche. En el tablero de su auto tiene un parlante que intercepta los mensajes de la policía, y en el baúl un laboratorio de revelado. Llega primero a los lugares donde hubo un asesinato o alguna tragedia, y a la redacción de los diarios, para vender su material. Es petiso y de mal aspecto: sombrero, un abrigo grande y viejo, no lleva corbata. Ni siquiera usa medias del mismo color. Es un solitario que vive para sus fotos. No sólo las que vende; tiene un libro que quiere publicar con imágenes de la verdadera ciudad, la que se esconde detrás de las apariencias. De las mentiras. Donde muestra la ciudad desnuda. Kay Levitz (Barbara Hershey), es una mujer todavía joven y hermosa, viuda del dueño de un night club, que ahora dirige. Lo cita una noche. Un desconocido dice ser acreedor de su finado y quiere cobrarse convirtiéndose en socio de ella. Kay le pide a Bernstein, que conoce a todos los delincuentes y a todos los policías, que averigüe quién es. Así Bernstein, que tenía una regla de oro: no tomar partido ni meterse con nadie para poder sacar sus fotos, quiebra ese principio y se ve necesariamente en problemas. No voy a relatar los pormenores, un poco intricados, pero enamorado de la bella Kay Levitz. Bernstein se ve envuelto en una gran conspiración que incluye a dos familias de la mafia rivales, el FBI, y los cupones de racionamiento de combustible. Y entonces Bernstein literalmente se deja desangrar por Kay, delante de una mesa llena de jefes policiales y del FBI. Y ella lo vende. Lo vende vilmente.
The Public Eye no es una biografía, pero el guión se inspiró en un personaje real: Weegee, seudónimo de Arthur H. Fellig, fotógrafo y reportero gráfico norteamericano nacido en Austria (hoy Ucrania), que retrató el crimen, las tragedias, los lugares de diversión de la noche de New York, lo que recopiló en su libro “Naked City” (1945), e inspiró la película “The Naked City” (Jules Dassin, 1948). Joe Pesci, como Leon Bernstein es la ficcionalización de Wegee, y las fotos de Bernstein que se muestra la película, son de Wegee.
Las primeras imágenes de la película están entre lo mejor que tiene. La música y la fotos, que intercala el director, crean un clima luctuoso, de tragedia. Se ve papel fotográfico en blanco hundirse en el líquido revelador, y así, a través de las ondas que se forman en la superficie del líquido, aparecer imágenes en blanco y negro. Caras de gente común, de los años cuarenta. Que aunque sonrían, aunque parezcan felices y no estén solas, transmiten un sentimiento de infelicidad y tragedia. En un momento se muestran los obreros de un frigorífico al pie de medias reses que cuelgan tristemente de un gancho. Se los ve cargar los pedazos de res. Las reses son la gente, los ganchos la vida. Las personas aparecen, en las fotografías de Bernstein, en la película de Franklin, como reses que recibieron o van a recibir un mazazo en el cráneo. Son fotos de muertos, aunque en ese momento estén vivos. La cámara fotográfica de Bernstein parece una morgue. Todo es una tragedia que envuelve como una melodía suave y tranquila.
Barbara Hershey, en esta película, como Kay Levitz, está bellísima. La dueña del night club, que se mueve entre la prostitución y los sentimientos, y que uno nunca sabe en cuál de esos dos lugares excluyentes está, en realidad. Por una parte se sospecha que es una mercenaria. Que se casó con un hombre, previsiblemente mucho mayor que ella y nada apuesto, por dinero, y de hecho su trabajo la obliga a socializar con mucha gente. A fingir amistad. Pero por otra parte Kay parece conservar su sensibilidad y su sentido de la lealtad y la honradez, y que así, gracias a lo que todavía está vivo de ella, una cucaracha como Bernstein, que también es un artista y alguien dispuesto a jugarla por ella, pueda conmoverla.
La mejor secuencia de The Public Eye tiene lugar siguiendo esta línea. Bernstein y Kay están en el night club. Después que él le dio a entender que se está jugando la vida por ella, ella le pide que le muestre su libro de fotografías no publicado, que tiene ahí mismo. Y cuando él va a hacerlo, la llaman para presentarla a los directivos de la MGM, que están en un mesa y ya se van a ir. Kay deja a Bernstein por un momento, y él no la espera. Le da el libro al portero del club y se va. Entonces ella lo sigue a la distancia. Le pide un paraguas al portero y se mete en un callejón, detrás de Bernstein. Y ahí lo ve acomodando a un borracho bien vestido, que duerme la mona en la calle, sobre unas cajas de madera vacías, bajo la lluvia, para tomarle una foto. En determinado momento de la contemplación (Bernstein le pasa los dedos por el pelo al borracho, peinándolo), Kay siente que, en realidad, está espiando a Bernstein, que no sabe que está allí, por el clima de intimidad que él crea en el callejón, y se va. Kay vuelve al night club sin llamarlo.
La intriga no es lo mejor de la película. La conspiración que se mueve bajo la superficie “normal”, de la que forman parte la mafia y el FBI. Lo que Bernstein, autor del libro de fotografías llamado “La ciudad desnuda”, tratando de ayudar a Kay, desnuda. No es lo mejor esa intriga, porque las fotos de Wegee (y por lo tanto las de Bernstein)tienden a retratar dramas individuales, anónimos. Una persona a la que se le quema la casa. Otra a que se le muere un ser querido. O figuras solitarias y sonrientes de la noche. No fotografiaba grandes conspiraciones. Lo mejor de The Public Eye está en los dos personajes centrales, sus encuentros, el amor de él por ella, la frontalidad y la belleza de ella, y algunos momentos, como la escena del borracho bien vestido que duerme en la lluvia, al que Bernstein le acomoda una botella en un brazo para mejorar el efecto de la fotografía. O cuando, en una comisaría, convence a un gánster detenido, renuente, que se tapa la cara con un sombrero, para que se deje retratar.
Es lindo el diálogo que Kay tiene con Danny, el portero del night club. Danny tiene sus propias ideas acerca de cómo, la señora Levitz, debe manejar su negocio. En determinado momento echa a Bernstein del night club.
KAY LEVITZ
¿Le has echado?
DANNY
Había comentarios.
KAY LEVITZ
Los cheques los firmo yo.
DANNY
No habría ido tan lejos si viviera el Sr. Levitz.
KAY LEVITZ
Deja el uniforme a Fredo.
DANNY
Soy una institución, conozco a todo el que entra.
KAY LEVITZ
No conoces a nadie. Sabes las propinas que dan, la ropa que llevan. No creas que les conoces…
Howard Franklin tiene más trabajos como guionista que como director. En esta película dirige y es el autor del guión. Dirigió sólo 3 films en su carrera. El primero en 1990. Probablemente The Public Eye y Wegee estén detrás de “Bringing Out the Dead” (Martin Scorsese, 1999). Donde, en lugar de un reportero, el conductor de una ambulancia, interpretado por Nicolas Cage, atraviesa, con su vehículo, las tragedias, las voces pidiendo auxilio, de la ciudad de noche. Aunque el trabajo de Scorsese parece de inferior calidad, comparado tanto con el mejor Scorsese, como con The Public Eye. (Omar Caíno – pensarencine.blogspot.com)
Quick Change trata sobre Grimm, un urbanista neoyorquino que, harto del caos y la corrupción reinante, decide abandonar la ciudad. Con la ayuda de su novia Phyllis y del simplón de su hermano Loomis, elabora un meticuloso plan para huir en avión después de atracar un banco. Disfrazado de payaso, Grimm será el encargado de entrar y hacerse con el botín. Hasta aquí todo resultará muy fácil; el problema consiste en llegar al aeropuerto en medio de un tráfico infernal.
Pocas son las comedias que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en películas de culto, seguramente por prejuicios arraigados muy a nuestro pesar, y que son perpetuados año tras año por la academia de Hollywood. Los 90 fueron buenos años para el siempre denostado género, hecho al que contribuyó en no poca medida la carismática figura de Bill Murray, sin duda uno de sus más populares representantes. Tras varios años de sequía producidos por una mala asimilación del éxito de ‘Cazafantasmas’ (Ghostbusters: Ivan Reitman, 1984), el cómico retomó el ritmo con una cadena de comedias que hoy podríamos considerar como clásicas, siendo ‘Groundhog Day’ (Harold Ramis, 1993) su título mas emblemático y redondo de este periodo.
Sin embargo, la carrera de Murray en los 90 esconde algunas gemas que merecen la pena ser (re)descubiertas. A bote pronto podríamos citar ‘¿Qué pasa con Bob?’ (Whats About Bob; Frank Oz, 1991), ‘El hombre que no sabía nada’ (The Man Who Knew Too Little, 1997) o su incursión dramática en la también de culto ‘Mad Dog and Glory’ (John McNaughton, 1993), entre otras. Quick Change, estrenada en 1990 (en España fue directamente al mercado de vídeo doméstico con el lamentable título de ‘Con la poli en las talones’), supuso para Murray un proyecto en el que se implicó mucho más de lo habitual, suponiendo su primera -y hasta la fecha, última- incursión en la dirección.
Junto a su amigo Howard Franklin, aquí acreditado como guionista y director, Murray dirige con un ritmo narrativo y timing cómico envidiable esta nueva adaptación de la novela homónima de Jay Cronley, que ya fuera llevada al cine a mediados de los ochenta con ‘Asalto al banco de Montreal’ (Hold Up; Alexandre Arcady, 1985), protagonizada por Jean Paul Belmondo.
Lo que comienza como una heist movie protagonizada por un memorable e icónico Murray vestido de payaso, deriva en la segunda parte de la película en una odisea moderna en la que el trío protagonista (acompañando a Murray tenemos a Geena Davis y a Randy Quaid) ha de salir de la ciudad de Nueva York y escapar de sus perseguidores: un sicario de la mafia y la policía, comandada por un incansable Jason Robards. En esta huida a través de los barrios de extrarradio de la ciudad, nuestros protagonistas se enfrentarán a una serie de desafíos urbanos que tendrán que superar si quieren llegar a su meta: el aeropuerto donde les espera el vuelo que les llevará a su paraíso en las islas Fiji. Es en esta segunda parte donde el film adquiere una atmósfera única, en especial gracias a su ramillete de bizarros personajes; roles secundarios interpretados todos ellos por grandes actores que otorgan a sus breves apariciones una gran densidad. Para el recuerdo quedan ese taxista de nacionalidad indeterminada interpretada por el gran Tony Shaloub o el estricto conductor de autobús encarnado por Phillip Bosco, sin olvidar a Phil Hartman o a Stanley Tucci.
Además de ser una inteligente puesta al día de la obra magna de Homero, Quick Change es una mirada cínica a la ciudad de Nueva York -que aquí ofrece una imagen muy alejada de la capital turística y de postal-, pero también una despedida melancólica a una ciudad que desaparece para siempre ante los nuevos e impersonales planes urbanísticos. Todo ello sin renunciar a un ápice de diversión, ya que todos los implicados en la película dominan a la perfección los resortes de la comedia.
El fracaso comercial de Quick Change (tuvieron la mala idea de estrenarla en USA el mismo fin de semana que ‘Ghost’) supuso un gran varapalo tanto para el propio actor protagonista como para Howard Franklin, quien venía de dirigir la estimable ‘El ojo público’ (The Public Eye, 1992) y terminaría dirigiendo ‘Larger than Life’ (1996), otra comedia con Bill Murray. Ambas fracasaron también en taquilla y acabarían relegando a Franklin al ostracismo como director, si bien ha seguido trabajando como guionista. La película pasó rápidamente al olvido, debido también a su mala distribución y a que permanece inédita en Blu-Ray. Sin embargo, Quick Change no solo nos devuelve a un Bill Murray en plena forma, sino que nos regala una comedia con una personalidad arrolladora y unas imperfecciones que la hacen mucho más atractiva que otros títulos mucho más populares en la filmografía de sus protagonistas. (Juanjo Ramos – criticascine.com)