En Psychokinesis, y con sus recién adquiridos poderes sobrehumanos, un padre se dispone a ayudar a su hija, que está a punto de perder todo lo que da sentido a su vida.
Yeon Sang-ho comenzó como animador con películas como The King of Pigs (2011) y Seoul Station (2016). También en 2016 incursionó en la ficción pura con Train to Busan, que no sólo fue el film más visto ese año en Corea del Sur (casi 12 millones de espectadores), sino también se convirtió en un éxito de crítica y público en el resto del mundo (en la Argentina vendió casi 130.000 entradas).
La expectativa frente a la llegada de Psychokinesis, por lo tanto, era mayúscula tanto desde lo artístico como de lo comercial y, sin ser un fracaso rotundo, no estuvo a la altura: en su primer día en los cines coreanos fue vista por 265.000 espectadores; en el primer fin de semana convocó a 470.000 personas y tras 7 jornadas alcanzó los 850.000 tickets. Sin embargo, el film se derrumbó y recaudó solo 7 millones de dólares (costó casi 12 millones).
¿De qué se trata Psychokinesis? De una familia disfuncional y marcada por la tragedia, de una revuelta social contra los poderosos y de la utilización de elementos fantásticos en un trasfondo realista (está inspirada en unas violentas protestas contra unos desarrolladores inmobiliarios en el barrio céntrico de Yongsan, en Seúl, ocurridas en 2009).
Un guardia de seguridad (Ryu Seung-ryong) obtiene de forma fortuita la capacidad para mover objetos (y personas). En principio, no sabe bien cómo utilizar esos poderes, pero al reencontrarse con su hija (Shim Eun-kyung), a la que ha abandonado cuando era niña, los aplicará para oponerse a una asociación entre gánsteres y constructores que expulsan con el aval de la policía y de forma violenta a dueños e inquilinos de precarios negocios con el objetivo de construir allí un moderno centro comercial. En uno de los desalojos por la fuerza la madre de la joven muere al golpear su cabeza contra el cordón de la vereda. Padre e hija, aun con los rencores (de ella) que los separan, intentarán encabezar la resistencia.
El uso de los efectos visual para mostrar los momentos de telekinesis (o psicokinesis) son sumamente creativos y en general la película está narrada con la habitual solvencia y ductilidad del cine coreano. Sin embargo, como ocurría también en la superior Okja, de Bong Joon-ho (otra película original de Netflix), las alegorías, las contradicciones y las moralejas son trabajadas de forma demasiado obvia y superficial. En definitiva, un film bastante entretenido, pero que -por su origen y por los antecedentes del director- prometía mucho más. (Diego Batlle – OtrosCines.com)
En Seoul Station, la estación central de trenes se convierte en un hogar para los mendigos. Uno de ellos muestra síntomas de lo más extraños. Mientras, una chica rompe con su novio y busca refugio en la estación, pero ahí solo encuentra una horda de vagabundos convertidos en zombis. Su padre y su novio deberán encontrarla en medio del caos.
Si has visto o vas a ver Train to Busan, la película de temática zombi que ha roto moldes en Corea del Sur, seguro que has oído hablar de Seoul Station. Se trata de la película animada escrita y dirigida por el mismo director, Sang-ho Yeon, y que fue lanzada como complemento del live-action desarrollando acontecimientos previos cronológicamente pero que en realidad no funciona como precuela como tal al no compartir a los mismos personajes. Quienes se acerquen a la película puede que se lleven un pequeño chasco porque no aporta ninguna respuesta a las preguntas que nos veníamos formulando: cuál es el origen y la causa de la plaga zombi que asola Seúl.
Por el contrario, la cinta se decanta con un estilo muy particular, a desgranar diferentes dramas humanos que sirven como tela de araña para contener una potente crítica social. Tenemos a una joven desarraigada de la que todo el mundo quiere aprovecharse, un grupo de indigentes que permanecen invisibles para la clase media y fortísimas desigualdades sociales entre personas que viven en riesgo de exclusión y otras cuyo día a día es el lujo.
Cuando la noche cae en Seúl un anciano se dirige a la estación central sangrando. Nadie se digna a ayudarlo, espantados por el hedor que emana de su cuerpo. La estación, que antes de cerrarse se convierte en un hogar para los mendigos, es el lugar que escoge para morir mientras muestra síntomas de lo más extraños. Mientras, una chica rompe con su novio y busca refugio en la estación, pero ahí solo encuentra una horda de vagabundos convertidos en zombis. Su padre y su novio deberán encontrarla en medio del caos.
Si Train to Busan desarrolla varias tramas con la de la relación paterno-filial como eje central, en Seoul Station de nuevo volvemos a tener a un padre desesperado por encontrar a su hija, solo que un giro de guión final desencadena una situación del todo inesperada. Por el camino, Sang-ho se recrea en la podredumbre de las relaciones interpersonales empobrecidas en las que prima la búsqueda del beneficio y la falta de solidaridad salvo honrosas excepciones.
Animación descarnada, adulta, violenta y explícita en la que no hay tanto un afán de buscar la espectacularidad y la adrenalina en el espectador como de radiografiar en qué se ha convertido Corea del Sur y por ende cualquier otra «sociedad civilizada» y no es baladí que haya escrito eso último entre comillas. En este sentido, quien busque alucinantes secuencias de acción puede quedarse a medio gas, mientras que quien vaya mentalizado para hacer un ejercicio de introspección un poco más profundo encuentre mejor cobijo en esta cinta.
Lo que sí tiene en común Seoul Station con Train to Busan es la lectura final que podemos hacer: que los zombis son irracionales y obedecen a un instinto, pero que el mal que habita en los hombres que no están infectados, es racional y obedece a su egoísmo, su ambición y su indolencia ante el sufrimiento ajeno. La idea es que al final te da igual cuál es el origen de la plaga, por muchas hordas de zombis que aparezcan, algún reducto habrá para la esperanza, pero… ¿tiene cura esa otra enfermedad que es la insolidaridad, la locura o la búsqueda del poder?
En Train to Busan, un desastroso virus se expande por Corea del Sur, provocando importantes altercados. Los pasajeros de uno de los trenes KTX que viaja de Seúl a Busan tendrán que luchar por su supervivencia.
Pronto se cumplirá medio siglo del estreno de Night of the Living Deads (George A. Romero, 1968), una modesta película que, si bien no fue pionera en el tema, sí sentó las bases sobre las que se asentaría el posterior subgénero zombie e inauguró una de las sagas más emblemáticas del cine de terror. Un cumpleaños muy especial para una obra rodada con más talento e ingenio que medios técnicos y que sigue aterrorizando a las nuevas generaciones con la misma intensidad que lo hizo con nuestros padres. El boom que siguió después, lejos de ser una moda pasajera, ha extendido su aceptación popular hasta la actualidad, con los “infectados” asaltando cada año cine y televisión a través de innumerables (y de dudosa calidad, en su mayoría) propuestas que, eso sí, han ido sacrificando un poco su faceta más terrorífica para apostar por el espectáculo apocalíptico, desde el instante en que cineastas como Danny Boyle o Zack Snyder dotaron (en un acto de traición a las reglas del juego establecidas) de una mayor velocidad de movimientos y reflejos a estos icónicos seres hambrientos de carne humana en 28 Days Later (2002) o Dawn of the Dead (2004), respectivamente. La angustia que antaño podría crearse con un puñado de muertos vivientes rodeando a unos protagonistas atrincherados en el interior de una casa, hoy palidece ante la visión catastrófica de devastadoras hordas de monstruos arrasando ciudades enteras, siendo War World Z (Marc Foster, 2013) –blockbuster que adaptaba una novela de Max Brooks para lucimiento de las rubias mechas de Brad Pitt– el exponente más excesivo y pirotécnico que se ha visto nunca en la gran pantalla. Pues bien, desde Corea del Sur, un país de comprobada habilidad para facturar pasatiempos de primer orden, como la brillante monster movie The Host (2006) o la distopía futurista Snowpiercer (2013) –ambos dirigidos por Bong Joon-ho–, capaces de rivalizar en igualdad de condiciones con las grandes superproducciones de Hollywood, nos llega Train to Busan (2016), una especie de respuesta asiática a War Wolrd Z que fue muy celebrada en su paso por Cannes y Sitges, donde logró los premios a Mejor Director (Yeon Sang-ho) y efectos especiales.
En el que es su primer trabajo de imagen real tras incursiones en el cine de animación como The King of Pigs (2011) o The Fake (2013) –también premiada en Sitges–, Sang-ho se apoya en una complicada (a la par que emotiva) relación paterno-filial para construir a su alrededor una típica cinta catastrofista de las de toda la vida, de esas que emplean el primer tercio de metraje para presentarnos a la variopinta galería de personajes que, a continuación, se convertirá en pasto de la amenaza. La anécdota argumental es el viaje de 400 kilómetros que se disponen a emprender en el tren KTX Seok Woo (Yoo Gong) –el típico ejecutivo absorbido por el trabajo y que desatiende sus responsabilidades como padre– y su pequeña hija Soo-an (Soo-an Kim), con el fin de que esta pueda visitar a su madre en Busan, como regalo de cumpleaños. Los azares del destino harán que esa misma mañana se comience a propagar por todo el país una fatal epidemia que transforma a sus habitantes en zombies, y que uno de estos seres consiga colarse en el tren, justo antes de que sus puertas se cierren, originando una trepidante lucha por la supervivencia entre los desdichados pasajeros. En los minutos anteriores al estallido de la violencia ya habremos tenido tiempo de familiarizarnos, a grandes rasgos, con un puñado de secundarios, tan arquetípicos como eficaces, como el gigantón Sang Hwa (estupendo Dong-seok Ma, adueñándose de la función en cada escena con su mezcla de brutalidad y ternura) y su esposa embarazada; el encargado de logística sin ningún tipo de moral que no duda en pisar a quien haga falta con tal de salvar su pellejo –siempre tiene que existir este tipo de perfil egoísta y ruin que se gane todas nuestras antipatías–; un vagabundo –la diferencia entre clases sociales es un ingrediente que se atisba entre líneas– que se ha refugiado en el baño del ataque de los resucitados; dos indefensas hermanas de avanzada edad –las equivalentes a la Shelley Winters de The Poseidon Adventure (Ronald Neame, 1972) en este tipo de catástrofes– y un equipo de aguerridos jugadores de béisbol, acompañados de una joven animadora. El guion de Sang-ho acierta a la hora de dotar a cada uno de estos personajes de la suficiente entidad (y convincente evolución dramática) como para que el espectador sufra por la suerte que puedan correr, cuidando el componente humano de su obra y dejando espacio para algunos momentos de fuerte impacto emocional, en medio de tanta escabechina y huida sin tregua.
Train to Busan es un filme honesto, que no deja lugar a engaños ni pretende innovar en un género en el que parece que todo está inventado, poniendo toda su energía en ser una frenética montaña rusa de acción, repleta de situaciones límite y las dosis justas de gore (tal vez menos del esperado). Dos horas de explosivo entretenimiento en las que el ritmo no desfallece ni un segundo, desde la magnífica escena de apertura –ese ciervo atropellado que vuelve a la vida, escalofriante adelanto de lo que está por venir– hasta su adrenalínico clímax final. Al igual que Rompenieves, la película no se resiente, en absoluto, del posible hándicap de que la mayor parte de la acción tenga lugar en el interior de un tren. Por el contrario, los reducidos espacios están utilizados con sabiduría, convirtiendo cada vagón o compartimento en una estancia llena de peligros, una suerte de gincana claustrofóbica y angustiosa, en la que sus responsables se han permitido breves bajadas a tierra firme con las que escapan de la monotonía de los espacios cerrados. En este sentido, el pasaje más espectacular de Train to Busan tiene lugar en una estación aparentemente tranquila que, en pocos segundos, se transfigura en un auténtico campo de batalla entre los muertos vivientes y los pasajeros que esperaban encontrar la ayuda militar. Con la ayuda de unos impresionantes efectos, una labor de caracterización de los monstruos más que notable, y un sabio aprovechamiento de sus decorados, las escenas de acción son todo un prodigio de planificación y creatividad –el inicio de la epidemia en el interior del tren; la emboscada en las escaleras mecánicas; los protagonistas corriendo por las vías detrás del convoy en marcha, perseguidos por un pelotón de voraces zombies–, ofreciendo todo lo que se puede esperar de una gran producción de género fantástico. Así, el filme, todo un hito comercial que ha sido visto por más de diez millones de espectadores en todo el mundo, merece ser reconocido como uno de los exponentes más divertidos, emocionantes y brillantemente coreografiados que el subgénero ha conocido en los últimos tiempos, salpicado de algunas interesantes reflexiones sobre la decadencia de los valores morales en la sociedad actual –ese padre que regaña a su hija por andar cediendo su asiento a las personas mayores–, donde prevalece la ley de la selva y llega más lejos el que más poder económico tiene. (José Martín León – ElAntepenúltimoMohicano.com)