Categoría: Justin Kurzel

  • The Order (Justin Kurzel – 2024)

    The Order (Justin Kurzel – 2024)

    En The Order una serie de robos a bancos, operaciones de falsificación y robos de vehículos blindados cada vez más violentos aterrorizan a las comunidades del noroeste del Pacífico. Mientras los desconcertados agentes de la ley intentan encontrar respuestas, un agente solitario del FBI, destinado en la tranquila y pintoresca ciudad de Coeur d’Alene, Idaho, cree que los crímenes no son obra de delincuentes comunes con motivaciones económicas, sino de un grupo de peligrosos terroristas nacionales, inspirados por un líder radical nacionalista y supremacista, que planean una guerra devastadora contra el gobierno federal de Estados Unidos.

    • IMDb Rating: 6,8
    • RottenTomatoes: 89%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Muchas cosas eran distintas cuarenta años atrás. Entre 1983 y 1984, los años en los que transcurre The Order, no había teléfonos móviles ni computadoras personales y rastrear a una persona tomaba días de papeleos y trámites. Lo que sí había –y no eran muy distintos a los de ahora– eran neonazis, supremacistas blancos, personas que creían que su país estaba siendo «tomado» por los inmigrantes, los judíos o distintas minorías. Ese es quizás el cruce más inquietante que produce la nueva película de Justin Kurzel, director de origen australiano. Que más allá de los autos enormes, la tecnología obsoleta y miles de detalles específicos de la época, uno no puede evitar pensar que lo que se ve pudo haber sucedido ayer (algo no tan distinto, de hecho, sucedió) o podrá suceder mañana.

    Un thriller tenso, insidioso, que funciona como un western moderno y utiliza por lo general recursos clásicos de esos géneros, The Order es la película más enfocada, directa y en cierto modo concisa de este muy talentoso realizador australiano cuyo gusto por las tramas policiales/políticas violentas quedaba claro en sus anteriores The Snowtown Murdes, True History of the Kelly Gang o Nitram, muy potentes películas que tenían como principal defecto un gusto acaso excesivo por el show-off audiovisual, por la necesidad de generar impacto cómo sea. The Order es una película en ese sentido más modesta, más económica, que va a las raíces del género: violencia seca, gente áspera, más disparos que palabras.

    Todo transcurre en el Noroeste de los Estados Unidos, a través de los bellos y pintorescos estados de Washington, Idaho y Montana, cerca de la frontera con Canadá. Hacia el pueblo de Coeur D’Alene, Idaho, llega Terry Husk (un Jude Law «americanizado», con gruesos bigotes y algo excedido de peso), un veterano y solitario agente del FBI que monta allí la oficina de la agencia y pronto está siguiendo la pista de unos robos a bancos y de diversas explosiones en lugares como sinagogas y cines porno tratando de encontrar explicaciones. De a poco, con la ayuda de un joven policía local que conoce a mucha de la gente del lugar desde la infancia (Tye Sheridan, siempre excelente), va entendiendo que los organizadores son miembros de un grupo de supremacistas blancos.

    Para confirmarlo necesita varias cosas. En principio, un motivo. Y luego, pruebas. El guión de Zach Baylin, basado en el libro de no ficción The Silent Brotherhood, pone al espectador también del otro lado del previsible conflicto. De entrada conocemos a los miembros de este grupo autodenominado «La orden», un desprendimiento radical e insurrecto de la llamada Nación Aria, agrupación supremacista de la que forma parte pero a la vez se ha separado para armar un grupo militante y extremo cuyo fin último es derrocar al gobierno de los Estados Unidos. Para eso, precisamente, juntan dinero y usan otros hechos como tácticas de distracción.

    Liderados por Bob Matthews (Nicholas Hoult, en una trifecta perfecta de fines de 2024 que se completa con Juror #2 y Nosferata), el grupo opera desde una casa llena de parafernalia neonazi, toma como uno de sus enemigos a un conductor radial judío llamado Alan Berg (encarnado por Marc Maron, en un rol con el que tiene bastantes cosas en común en la vida real) y va juntando armas para ir literalmente a una guerra. Y la película irá apretando en espacio y en tiempo una persecución que se estiró durante bastantes meses y a través de varios estados.

    Intentando recargar dramáticamente los hechos, Kurzel ha editado la película como para dar la impresión que todo sucede relativamente en poco tiempo. Si bien las fechas aparecen sobreimpresas, The Order opera llevando al espectador a vivenciar los hechos como causas y consecuencias cuando en realidad se trató de una investigación más compleja y enredada. Y eso, si bien puede ser un tanto confuso, no modifica mucho el impacto ya que la película va juntando a los dos bandos, de manera convincente, en una serie de círculos concéntricos que los ponen cada vez más cuerpo a cuerpo.

    Para eso Kurzel construye algunas escenas de robos y de enfrentamientos de alto impacto y mucha pericia narrativa, que incluyen fusilamientos a sangre fría, robos bancarios, bombas, atracos a camiones blindados y los muy tensos enfrentamientos que van teniendo con los insurrectos con las autoridades. Directos y violentos, a veces usando un armamento propio de un pelotón de guerra (en un par de escenas resuenan ecos del Michael Mann de Heat), los combates son shockeantes por la sequedad de la violencia y por sus efectos. Kurzel no se mide en eso. Quiere que el espectador sienta en el cuerpo las consecuencias de esos actos.

    Si bien el guión no profundiza demasiado en los planes de insurrección y en la perturbada ideología de los neonazis (es bastante claro qué es lo que piensan con lo que vemos y lo que escuchamos al pasar, además de lo que leen en un libro que usan de guía), hay un particular discurso de Matthews, un llamado a las armas, en el que marca sus diferencias con pares suyos que prefieren dar esos cambios desde la acción política. Si bien ahí se lo muestra convincente y triunfando, lo curioso es que finalmente serían los otros –entonces liderados por un tal Richard Butler, de la llamada Nación Aria– los que probarían tener razón. Más allá de algunas diferencias, hoy son los que gobiernan el país.

    Kurzel intenta armar uno de esos choques psicológicos entre perseguidor y perseguido, mostrando ciertas similitudes entre ambos, pero con eso solo llega a una serie de metáforas animales un tanto irrelevantes. Lo que sí tienen en común ambos es su obsesividad y su dedicación al trabajo, esos tipos que dejan de lado por completo a sus familias (como es el caso de Husk) o la utilizan, como Matthews, para vender una imagen amable a sus seguidores. Un rol importante aquí tendrá Justine Smollett como una áspera y poco amigable agente afroamericana del FBI, igual de intensa y dedicada que Husk, con el que tiene una larga relación laboral previa.

    Kurzel hace bien en no reforzar en demasía la época en la que transcurre, más allá de lo que es inevitable. No hay canciones de los ’80 coladas en la banda sonido ni se exageran las diferencias con la actualidad como sucede en muchos films cuya intención es dejar en evidencia esas marcas. La intención es clara. Este grupo extremo de poca pero muy intensa gente sigue, con otros nombres y otras estrategias, existiendo, controlando y gobernando buena parte de los Estados Unidos, además de estar en franco crecimiento en el resto del mundo. No son una anécdota olvidada de aquella época sino un gravísimo problema de esta. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com) 

  • Nitram (Justin Kurzel – 2021)

    Nitram (Justin Kurzel – 2021)

    En Nitram se relatan los eventos que precedieron a la masacre de Port Arthur de 1996 en Tasmania, en un intento de entender el porqué y el cómo de tal atrocidad.

    Mejor Actor (Festival de Cannes 2021)

    Mejor Dirección y Mejor Actor (Festival de Sitges 2021)

    • IMDb Rating: 7,3
    • Rotten Tomatoes: 89%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    El 28 de abril de 1996 ocurrió la conocida como masacre de Port Arthur, aún a día de hoy el tiroteo con más víctimas mortales cometido por un solo hombre en la historia de Australia. Las manos que sujetaban el rifle que disparó indiscriminadamente contra decenas de personas en el complejo turístico de la prisión colonial fueron las de Martin Bryant, un joven retraído con trastornos psicológicos previos que contaba por aquel entonces con veintiocho años: treinta y cinco personas fallecieron en el tiroteo. Pues Nitram (Justin Kurzel, 2021) explora los orígenes de ese hombre, el que al final se convertiría en el asesino que privaría de la vida a todos esos inocentes que, simplemente, estaban allí. Y lo hace a fuego lento, dedicando un estudio muy detallado y preciso a su criatura, que bajo la imponente presencia de Caleb Landry Jones —que recogió el premio a mejor actor en Cannes por esta interpretación, y poco me parece— camina paso a paso en la génesis de una persona que es muy difícil humanizar desde el resultado de sus actos, pero que resulta terrible y sincero para arrojar no sentido, sino interpretación de lo que podría haber dentro de la cabeza de Bryant. No es Nitram una película que vaya a dar sangre ni carne, ni morbo ni víscera: adopta la posición de un tratado, que además introduce al personaje de la madre como un elemento de vital importancia en la vida del protagonista, y edifica a su alrededor toda una serie de eventos —todos ellos reales, quizá dramatizados, pero verídicos— que, sumados a la inestabilidad de una mente rota, proponen el caldo de cultivo que, desde la butaca de la sala de cine, hiela la sangre con cada minuto que pasa: visto en retrospectiva y conociendo el final de la historia, es imposible no sentir lástima e ira, rabia y pena.

    Justin Kurzel plantea como una suerte de puzle vertical una historia que depende del estado de las cosas para ser comprendida: todo lo que le ocurre a Nitram —así le apodan— está siempre situado en el vano del abuso, y lejos de disculpar al personaje y a la persona que está detrás y convertirlo en la víctima, el cineasta resuelve en favor de un hilo narrativo que invita al espectador a convertirse en aquel que observa, sin emitir apenas juicio. La sociedad, el individuo en sí mismo, la institución de la familia está retratada en Nitram como un elemento catastrófico y proveedor de desgracia que solo ofrece respuesta a los que forman parte de la rueda, y critica con particular vehemencia la absurda comodidad con que Martin Bryant coleccionó armas de gran calibre como si estuviera comprando cromos y la facilidad con la que como sociedad se insulta, se veja y se separa al que queda fuera del baremo de la normalidad. Kurzel, que además despliega una puesta en escena fría e inquietante, capaz de promover que el espectador sienta una desconexión con la obra que se percibe, así, lejana y extraña, ofrece una obra de vocación social e intelectual, que no es que ofrezca la salvación moral o colme de excusas a un asesino que terminó con decenas de vidas porque así lo decidió de manera unilateral y de forma absolutamente injustificada, sino que, sin que eso sirva como atenuante, pone la tilde en que la responsabilidad colectiva también existe, y que evitarla o circunvalarla es, en sí mismo, el acto de egoísmo más grande de nuestros tiempos. (David García Miño – laciclotimia.com)