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  • The Sting (George Roy Hill – 1973)

    The Sting (George Roy Hill – 1973)

    The Sting transcurre en Chicago, durante los años treinta. Johnny Hooker y Henry Gondorff son dos timadores que deciden vengar la muerte de un viejo y querido colega, asesinado por orden de un poderoso gángster llamado Doyle Lonnegan. Para ello urdirán un ingenioso y complicado plan con la ayuda de todos sus amigos y conocidos.

    Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guion Original, Mejor Montaje, Mejor Diseño de Producción, Mejor Vestuario y Mejor Canción Original (Premios Oscars 1973)

    Mejor Película (National Board of Review 1973)

    Mejor Director (Sindicato de Directores DGA 1973)

    Mejor Actor Extranjero (Premios David di Donatello 1973)

    • IMDB Rating: 8,3
    • Rottentomatoes: 94%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    The Sting (George Roy Hill, 1973) supone la segunda colaboración entre las dos estrellas Paul Newman y Robert Redford tras ‘Dos hombres y un destino’ (‘Butch Cassidy and Sundance the Kid’, George Roy Hill, 1969), el melancólico western que gozó de un gran éxito años atrás. David S. Ward es el autor del guion de The Sting, el aspecto más elogiado durante tiempo desde el estreno del film. En un principio Ward quería dirigir el film, pero cuando el guion fue presentado a Redford, éste puso como condición a protagonizarlo el elegir a un director con más experiencia. Roy Hill fue una sabia decisión.

    El director se las ingenió para contar también con Paul Newman en el reparto, aunque con mucho menos presencia que el film anterior. No importa, el actor luce como siempre, además estamos ante una obra en la que el trabajo actoral brilla a todos y cada uno de los niveles. Un reparto excepcional entregado sin remisión a una fábula, casi teatral, sobre las falsas apariencias, reflejando el mundo de los timadores, y con un villano muy particular que, vista hoy día, adquiere lecturas de lo más inquietantes y perturbadoras.

    The Sting está dividida en seis actos, abiertos con un rótulo en pantalla que avisa al espectador del punto exacto de la trama en la que se encuentra. Seis actos, como si de una representación se tratase, y eso es precisamente lo que veremos. Una representación magistral con un impresionante timo como eje central. Son los años treinta en la ciudad de Chicago, y Johnny Hooker es un timador de poca monta que, junto con un socio, se meten en un problema con un importante banquero/mafioso (Robert Shaw). Hooker pondrá en marcha un gran plan, obra de un gran timador de antaño, Henry Gondorff, personaje a cargo de Paul Newman, que tarda treinta minutos en aparecer en pantalla.

    Ambos personajes tienen su origen en dos personajes reales de principios del siglo XX, que intentaron un golpe de gran magnitud, siendo encarcelados en Sing Sing por ello. Cuando fueron puestos en libertad siguieron son sus golpes. La actitud desenfadada, descarada, atrevida, es reflejada a la perfección en una película que cuida hasta el mínimo detalle en lo que a representación histórica se refiere. Sólo se produce un anacronismo, el cual fue muy criticado en su estreno con bastante injusticia a mi parecer. La música que adapta tan bien Marvim Hamlisch, esto es, el ragtime, no se corresponde con la época del film, sino veinte años antes.

    Los temas de Scott Joplin marcan a la perfección el ritmo de la película, dándole un tono alegre, divertido, guasón y casi burlesco. No es para menos, podríamos estar hablando de una gran burla, la que todos los implicados le hacen al banquero al que da vida un feroz Robert Shaw —atención a sus miradas de desconfianza—, y en la que, al mismo tiempo, intenta jugarse con la atención del espectador, engañándole en dos casos, uno de ellos muy lícitamente y otro recurriendo a alguna trampa, el único “pero” que se le podría poner al film. Tanto que, en segundos visionados —tan o más importantes como el primero— dichos juegos se distancian considerablemente, evidenciando dicha trampa en uno de los casos —todo lo concerniente al asesino misterioso que persigue a Hooker—.

    Es en el personaje de Doyle Lonnegan (Shaw) donde la película tiene uno de sus máximos atractivos, un villano a la altura de sus protagonistas. El detalle de que sea un banquero mafioso —¿hay alguno que no lo sea, de un modo u otro?—, que no duda en aplicar severos castigos a quien no le devuelve dinero, hace que el film crezca en interés a día de hoy. Cualquier ciudadano de a pie —esto es, de la clase social a la que representan el resto de personajes metido en el fabuloso plan— goza lo suyo viendo como se la meten doblada a una de esas perdonas “importantes”. Pero además, dicho personaje posee cierto paralelismo con el espectador.

    El público posee la misma información que Lonnegan, quizá más, porque somos conscientes de que será objeto de un timo, pero desconocemos los detalles, al menos en el primer visionado. No siempre se nos da toda la información —como en el caso de los agentes del FBI o la mujer asesina a sueldo—, y en algunos casos prescinden de ello. Sirva como ejemplo, la partida de cartas efectuada en un tren —quizá el mejor instante de la película, en el que Paul Newman hace gala de un espectacular manejo de los gestos y la voz—. Con un solo plano somos conscientes de la trampa de Lonnegan —rápidamente ha cambiado la baraja por otra de cartas marcadas—, pero la mano la gana Gondorff, al que le veíamos un póker de treses, bajando un póker de jotas que gana al de nueves que tiene el banquero. ¿Cómo lo hizo? Nunca lo sabremos.

    Forma parte del tono burlesco de la película, la cual es toda ella un gran truco cinematográfico, en el que incluso somos testigos de cómo decoran todo un local para convertirlo en una casa de apuestas en la que se cuida hasta el más mínimo detallle, con cada uno de los personajes —un actor dentro de otro actor— cumpliendo su cometido por pequeño que sea, todo con la precisión de un reloj suizo, y cuya sorpresa final —todo el tiroteo— sigue sorprendiendo y encandilando como la primera vez. The Sting es una de esas películas que demuestran que el espectador disfruta a lo grande siendo engañado. En algunos casos somos conscientes del truco o artimaña, y en otros no necesitamos saberlas.

    Del inmenso aspecto técnico del film destacan sobremanera dos elementos. Primero la impresionante dirección artística —que recibió uno de los siete Oscars del film, el triunfador de aquel año—, obra de Henry Bumstead —cuya obra concluye trabajando para Clint Eastwood en muchas de sus películas—, que reproduce a la perfección el Chicago de los años treinta. Otra es la fotografía del gran Robert Surtess —padre de otro gran director de fotografía, Bruce Surtess— que logra ese milagro del equilibrio entre lo antiguo y lo moderno, entre lo clásico y lo actual. Las escenas nocturnas son un claro ejemplo de ello, como ese deambular de Hooker buscando algo más que el golpe perfecto.

    Porque The Sting también vierte cierta mirada melancólica, muy típica de los años setenta, sobre algunos de sus personajes. Hooker, buscando compañía con una camarera; uno de sus compañeros, al ir a pedir formar parte de la banda, o el mismo Gondorff, cuyo retrato en sí siempre sugiere algo más que un timador. O esa frase de diálogo que resume ese estilo de vida y funciona a modo de reflexión: “it´s not enough, but it´s close”, que traducido sería “no es suficiente, pero está muy cerca”, hablando al mismo tiempo de la adicción al timo y la satisfacción que éste produce.

    Reflexión que sirve para explicar la cinefilia que producen películas como The Sting. (Alberto Abuín – espinof.com)

  • Museo (Alonso Ruizpalacios – 2018)

    Museo (Alonso Ruizpalacios – 2018)

    La cinta cuenta las circunstancias que rodearon al robo de varios artefactos prehispánicos del Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México en 1985, y la sorpresa de las autoridades al descubrir que los autores de semejante hazaña habían sido dos jóvenes marginales de los suburbios, Carlos Perches y Ramón Sardina, en lugar de los ladrones profesionales de arte a los que se le atribuía la sustracción de los objetos.

    Mejor Guion (Festival de Berlín 2018)

    Mejor Director y Premio del Público (Festival de Morelia 2018)

    Mejor Coactuación Masculina (Premios Ariel 2018)

    • IMDB Rating: 7,0
    • Rottentomatoes: 87%

    Película (Calidad 1080p)

    https://www.youtube.com/watch?v=rIB-6YRp4nI

     

    Alonso Ruizpalacios debe ser uno de los cineastas latinoamericanos con más inventiva y creatividad visual entre sus contemporáneos. La primera media hora de Museo está a la altura de realizadores como Arnaud Desplechin, Wes Anderson o ciertos maestros de la nouvelle vague a la hora de proponer ingeniosas y originales resoluciones visuales para desarrollar narrativamente su historia. El filme, centrado en el mítico robo al Museo de Antropología de la Ciudad de México que tuvo lugar en 1985 –pero con muchas libertades narrativas respecto a la historia real– se inicia como la historia de dos amigos y de la familia de uno de ellos e incluye una masiva fiesta navideña poblada de adultos y niños que el realizador de «Güeros» logra organizar, maravillosamente, de una manera tan comprensible como divertida y ácida. Hay un narrador y otro protagonista y una larga serie de hermanos, primos, padres, amigos y sobrinos en un comienzo cuyo nervio y energía entusiasman.

    La película se centra en los dos autores intelectuales y materiales del famoso robo de unas 140 piezas del Museo. Uno es Juan (Gael García Bernal, siempre impecable), pícaro e ingenioso pero acaso menos inteligente de lo que cree ser. Y Leonardo Ortizgris, el actor de «Güeros» que encarna a Benjamín/Wilson, su ladero, en apariencia un poco más simplón, pero igualmente capaz de cometer el robo en cuestión con mucha sapiencia. Ambos estudian Veterinaria (?) y, así como sucedió en el hecho real, jamás queda del todo claro cuáles fueron los motivos que los llevaron a cometer tan arriesgado y finalmente un tanto absurdo robo de unas piezas que son casi invendibles en el mundo real.

    Ruizpalacios avanza con su narración a una segunda media hora muy distinta: el robo en sí. Con los silencios y los pasos cuidadosos, orquestados minuciosamente, propios de películas como «Rififi» o «El Círculo Rojo», la película pasa de su coro de voces (familiares, en off, etc) al silencio que supone el atraco en cuestión, otra impecable y cuidada puesta en escena tan precisa y efectiva como el robo en sí. De golpe, los dos aparentemente inexpertos y confundidos amigos se revelan como maestros del crimen, llevándose una enorme cantidad de piezas en una noche de Navidad en la que, como era de esperar, los guardias estaban preocupados más por beber y brindar que por cuidar esas piezas mayas y aztecas.

    La película –de casi 130 minutos de duración– tiene una tercera parte, clásica también de los filmes de atraco, ligada a las consecuencias, a las complicaciones de vender lo robado, a la potencial persecución, a los problemas que se presentan entre los ladrones una vez que advierten que, pese a tener el botín entre manos, no saben qué hacer con él. O no logran convertirlo en el dinero que esperaban. Esa etapa –la más parecida a «Güeros», especialmente en su carácter de road movie— tal vez no esté a la altura de las dos primeras, ya que las desventuras de Juan y Wilson acaso se extienden demasiado. Con 15, 20 minutos menos, quizás, Museo sería una extraordinaria película. Así como está es muy buena y merece irse de aquí con algún premio, pero mejoraría siendo apenas un poco más corta.

    De todos modos, queda en evidencia el talento de todos los involucrados en esta gran producción, desde los rubros técnicos hasta los actorales, especialmente los dos protagonistas, que por momentos acercan el tono de la película al de las comedias italianas de los ’50, con sus ladrones metidos en asuntos que le quedan demasiado grandes. Sobre el final, y esto va para los argentinos que lean esto, aparece Leticia Brédice en un rol bastante importante que no revelaremos aquí y que la actriz lleva adelante con la presencia y ampulosidad que la caracteriza. Tomando en cuenta qué tipo de personaje es, su desmesura está muy bien utilizada.

    Para el final, Museo ofrece unas simpáticas y hasta emotivas sorpresas que nada tienen que ver con la historia original pero que le otorgan a la trama una suerte de epifanía, un cierre que si bien no explica de modo psicologista los motivos e intenciones de los ladrones, por lo menos sirve para entender que más allá de sus caprichos y tonterías, algo extrañamente romántico funciona como motor de sus actos. Y, además, como pequeño apunte lateral que es igualmente importante, el director deja en claro que el museo estuvo más concurrido que nunca luego de haber sido robado. Tal vez, tras la película, la gente regrese con todo allí solo para comparar ficción con realidad. (Diego Lerer – micropsiacine.com)

  • The Old Man and the Gun (David Lowery – 2018)

    The Old Man and the Gun (David Lowery – 2018)

    The Old Man and the Gun narra una historia real, la de Forrest Tucker, un ladrón de bancos que pasó la mayor parte de su vida en la cárcel o intentando escapar de ella. De hecho, logró fugarse en 18 ocasiones y cometió su último atraco en el año 2000 cuando tenía 80 años.

    Mejores Películas Independientes del año (National Board of Review 2018)

    • IMDB Rating: 6,8
    • Rottentomatoes: 93%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Tras haber filmado películas tan disímiles (pero igualmente valiosas) como Ain’t Them Bodies Saints, Pete’s Dragon y A Ghost Story, el guionista y director David Lowery se puso al servicio de una leyenda viviente de la actuación como Robert Redford en la que todo indica será su despedida del cine.

    Si el papel de Forrest «Woody» Tucker, un ladrón de bancos que pasó buena parte de su vida en prisión y se hizo famoso tanto por fugarse en 18 oportunidades de distintas cárceles como por la elegancia y aplomo con que concretó cada uno de sus incontables robos, es efectivamente el canto del cisne de este intérprete -que en agosto próximo cumplirá 83 años-, entonces quedará como una despedida digna de su brillante trayectoria.

    Hay algo mítico en reconstruir la historia real de un veterano asaltante de bancos (la acción transcurre en 1981, con una estética propia de esa época) y, sin caer en la mera exaltación de un criminal (por más simpático que su accionar pueda resultar), la película de Lowery constituye una oda de impronta nostálgica a ciertos códigos de antaño que en la ficción respetan tanto el detective que investiga el caso (Casey Affleck, actor-fetiche de Lowery) como el propio Tucker, en un fascinante juego de gato y ratón en el que importa más la dimensión psicológica que los vericuetos de la trama policial.

    En tiempos en que las películas «importantes» buscan hacer más complejas y virtuosas sus estructuras, a The Old Man and the Gun le bastan noventa minutos netos para exponer el perfil del protagonista (un galán maduro que concreta sus golpes con una singular convicción y capacidad de seducción) y de su perseguidor, proponer una subtrama romántica (otoñal) con la encantadora Jewel que interpreta Sissy Spacek y regalar unos muy simpáticos pasos de comedia.

    Nada es demasiado presuntuoso en The Old Man and the Gun, una película sin regodeos, excesos ni ostentaciones. Esa aparente sencillez no quiere decir que Lowery se quede en la superficie o que caiga en la simplificación banal: la mixtura de géneros y elementos funciona a la perfección. Se trata, por lo tanto, de un ejemplo eficaz de clasicismo, en la línea del de otro sobreviviente (y resistente) de la vieja escuela como Clint Eastwood. Un cine que ya casi no se hace…, pero que por suerte todavía algunos pocos siguen haciendo. (Diego Batlle – lanacion.com.ar)

  • Don’t Breathe (Fede Álvarez – 2016)

    Don’t Breathe (Fede Álvarez – 2016)

    En Don’t Breathe unos jóvenes ladrones creen haber encontrado la oportunidad de cometer el robo perfecto. Su objetivo será un ciego solitario, poseedor de miles de dólares ocultos. Pero tan pronto como entran en su casa serán conscientes de su error, pues se encontrarán atrapados y luchando por sobrevivir contra un psicópata con sus propios y temibles secretos.

    • IMDB Rating: 7,2
    • Rottentomatoes: 87%

    Película / Subtítulo

    https://www.youtube.com/watch?v=mqaVnIg5gig

    El del uruguayo Fede Alvarez es el sueño del pibe. Tras un corto consagratorio que subió a YouTube (¡Ataque de pánico!), Sam Raimi le encargó dirigir Posesión infernal, remake de su clásico Evil Dead. Luego de ese éxito inicial pudo filmar un guión propio, aunque en condiciones bastante complicadas: un presupuesto de menos de 10 millones de dólares (un «vuelto» para los estándares de Hollywood) que lo obligó a rodar en Hungría para bajar costos y recibir beneficios adicionales. Desde su estreno en los Estados Unidos hace dos semanas, Don’t Breathe se mantiene como la película más vista. Los dólares llueven y las propuestas también: mientras maneja varios proyectos para televisión, trabaja en Monsterapocalypse, la adaptación de un comic que estuvo por concretar Tim Burton. El montevideano es, sin dudas, «el» cineasta del momento.

    Don’t Breathe es una pequeña joya dentro de un año brillante para el género de terror. Hecha con mínimos recursos (no sólo económicos sino porque transcurre casi íntegramente en una sola locación), tiene un guión con los elementos justos (tensión, suspenso, sorpresas, vueltas de tuerca) que la puesta en escena de Alvarez sostiene y amplifica.

    Está claro que Don’t Breathe no aspira a ser una película disruptiva o de quiebre, sino más bien una sólida incursión en el cine de género, un ejercicio de estilo, una carta de presentación (impecable) para un director y guionista extranjero y con escasa experiencia. El film retoma un tópico clásico dentro del terror (la irrupción de extraños en una casona), pero con algunos cambios significativos: no hay presencia sobrenatural ni diabólica y está contada desde el punto de vista de los «invasores».

    Alex (Dylan Minnette), Rocky (Jane Levy) y Money (Daniel Zovatto) conforman una banda de ladrones que busca sumar fondos para abandonar la decadente ciudad de Detroit. Tras varios golpes exitosos, eligen como siguiente objetivo la casa de un veterano de guerra (Stephen Lang) que ha quedado ciego y ha cobrado una indemnización millonaria. Además, el padre de Alex maneja la compañía de seguridad encargada de vigilar el lugar así que poseen las llaves y los códigos como para entrar y salir fácilmente. Pero, claro, no todo será tan sencillo. Más bien todo lo contrario…

    No conviene adelantar nada de lo que ocurrirá en la casa. Sólo que Alvarez sabe construir los climas, elaborar los misterios, incorporar personajes (¡ese Rottweiler!) y dosificar las revelaciones que irán complicando la trama (y el destino de los protagonistas). En el terreno visual se destaca el aporte del director de fotografía -también uruguayo- Pedro Luque, mientras que el trabajo de los intérpretes (sin ser nada extraordinario) es funcional a lo que la narración requiere.

    El resultado, por lo tanto, es decididamente eficaz: una experiencia claustrofóbica, asfixiante, aterradora, pero sin apelar al golpe bajo ni al efectismo. Una pequeña gran película que ubica a Alvarez como un digno heredero de los maestros del terror y, claro, con un enorme futuro en Hollywood. (Diego Batlle – La Nación)